Название | The Empire |
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Автор произведения | João Valente |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9786078646043 |
Mi walkman era mi mayor tesoro. Fue un regalo de unos tíos que emigraron a Francia. Me lo dieron la única vez que vinieron a vernos para demostrarle a mi padre que tenían mucho dinero. Gracias a él podía escapar de un mundo que no comprendía y que no me gustaba. Era como si tuviera un muro en los oídos que me permitía estar tranquilo, aislado de todo y de todos.
Por esas fechas se pasaba las tardes en la Virgin Megastore de la Plaza de los Restauradores. La enorme tienda le permitía oír los discos en los múltiples puntos de escucha distribuidos por todo el edificio, algo innovador para esos tiempos. Los escuchaba de principio a fin, siempre con el volumen al máximo:
Alcanzaba a percibir todos los detalles de la música, la singularidad de cada instrumento. Era capaz de oír la misma canción cinco o seis veces seguidas para entender una línea de bajo o las entradas de la batería.
Mário era pobre. No hay otra manera de decirlo. Comprar un CD, por ejemplo, era un lujo inalcanzable para él. Grababa horas de música en cassettes y con frecuencia robaba discos. Lo atraparon unas cuantas veces, pero las cosas siempre se resolvieron. Lo llevaban a un corredor de la parte de atrás, donde los de seguridad le daban unos coscorrones antes de sacarlo a la calle a patadas. Nunca llamaban a la policía. Él también prefería que fuera así.
La música se volvió su mejor amiga, alguien en quien confiaba y con quien se sentía a gusto. Mientras se perdía en los solos de guitarra de Angus Young e imaginaba el comportamiento alocado de Steven Tyler en el escenario, se olvidaba de su ropa rasgada, de la televisión sin señal y de las golpizas que no le perdonaba su padre borracho para celebrar la llegada de un fin de semana más.
Aun cuando Mário no lo comprendiera en ese momento, los abusos de los que fue víctima en su infancia tuvieron una influencia determinante en su manera de ser. La constante necesidad de sentirse admirado, la inseguridad ante las críticas o la sucesión de modelos que desfilaban en su cama eran respuestas inconscientes a una época de privaciones materiales y afectivas.
La portada de New Musical Express en que los The Empire se presentaban desnudos en un sillón rojo se volvió mítica. En su interior, la entrevista a la banda ayudó a derribar muchos de los rumores que los rodeaban. Por primera vez los músicos mostraron su versión de la historia. También hablaron de la sombría infancia de Mário:
Ahora entiendo que la música me servía para evadirme del mundo. Todo lo que me rodeaba era una mierda. Es difícil ser feliz cuando tienes hambre. Cuando sabes que tienes hambre porque el cabrón de tu padre se gastó el dinero de tu comida en tragos y putas. Te sientes completamente solo. Mi vida era así… Era pobre, mi padre me pegaba por todo y por nada, me hacían burla en la escuela… Con la música todo eso desaparecía. Durante tres o cuatro minutos era solo yo y la canción. No existía nada más. La música no quería saber si yo era rico o pobre, bonito o feo. Se fue convirtiendo en un vicio. Cuando terminaba una cinta quería otra y otra. Era capaz de pasar los días enteros en esto. Era mi droga.
De aficionado a desear ser protagonista fue un pequeño paso. Comenzó a soñar con convertirse en estrella de rock, con tener frente a él un público de miles de personas, un disco en primer lugar de la lista de éxitos y la vida loca que le estaría reservada. El plan estaba trazado, pero había un detalle por resolver: Mário no sabía nada de música y no sabía tocar ningún instrumento.
El primer día de clases suele ser un acontecimiento importante, sobre todo cuando se tiene 16 años. Mário tenía otras preocupaciones y no percibía la ansiedad de ese día. Sin embargo, deseaba que el tiempo transcurriera lo más lentamente posible. Si fallaba en la escuela su padre tendría el motivo perfecto para ponerlo a trabajar. Acto seguido, lo correrían de su casa. Sabía que había pasado noveno grado por ser considerado un alumno problemático. Su antigua escuela lo quería lejos y enviarlo a décimo era pasar la papa caliente a otro equipo. Dicho y hecho. Su interés por la escuela era nulo. El interés de la escuela por él también.
Entró al salón de clases y se fue directo al mesabanco más alejado del escritorio del profesor. Tardó algunos minutos en darse cuenta de que en el mesabanco de al lado estaba alguien muy parecido a él: cabello largo, sin peinar y mal lavado, pantalón de mezclilla raído, tenis y camiseta negra. Apenas eran distintos en un detalle: los nombres de las bandas que ostentaban en el pecho. La camiseta de Mário era de los Stone Temple Pilots:
Confieso que en ese tiempo ni siquiera conocía esa banda. Me gustó el dibujo, tenía a un tipo crucificado o algo así. Creo que la compré en una feria y acabé por comenzar a oír la música de los Stone Temple Pilots por causa de esa camiseta. Me sirvió de enseñanza para el futuro: si tu marca está mal hecha es señal de que tienes éxito.
La camiseta del colega era de los Ramones, pero estaba limpia y almidonada. Su interés en oír lo que decía el profesor también parecía nulo. Veía al techo, las paredes, la ventana, se miraba las uñas. De repente Mário notó que aquella gota de tinta china lo observaba. Le regresó la mirada sin temor. Eso bastó para que, a partir de aquel momento, Mário Andrade y Ricardo Gomes se volvieran los mejores amigos.
Ricardo Gomes venía de un medio diferente al de Mário. Su padre trabajaba como consultor y su madre era ortopedista. Su infancia y adolescencia tuvieron lo que a su amigo le faltaba: dinero. Sus padres le exigían aplicarse en los estudios y le llenaban el día de clases de natación, inglés y música. Lo habitual era que llegara cansado a su casa después de cumplir con su saturado horario, solo para encontrarla vacía. Manuela Gomes, la madre de Ricardo, cuenta cómo veía a su hijo:
Era un alma inquieta. Tenía una enorme curiosidad acerca de todo lo que lo rodeaba, pero perdía el interés en poco tiempo. Quería todo y no quería nada: inglés, surf, patineta, ser DJ, ser voluntario en África, enrolarse en el ejército, qué sé yo… Cada semana se encariñaba de forma obsesiva con una cosa diferente, y media docena de días después la cambiaba por otra. Pensamos que con la música sería lo mismo.
Estaban equivocados. La epifanía se dio la navidad de 1997. Un canal de televisión transmitió la grabación de un concierto en solidaridad con la isla de Montserrat. Ricardo vio el espectáculo por casualidad. Durante hora y media, Carl Perkins, Mark Knopfler y Eric Clapton hicieron magia con sus guitarras. Antes de que el programa terminara él ya sabía lo que quería hacer el resto de su vida: imitar a aquellos músicos que lo hacían soñar. Su madre se acuerda del momento en que les dio la noticia:
Al principio pensamos que sería otra de sus obsesiones. De pequeño recibió clases de piano, pero las odió. Creíamos que tenía talento para la música, pero su reacción fue tan mala que nunca más volvimos a tocar el tema. Ahora quería una guitarra. Luís* no quiso comprársela. Estaba harto de sus manías. Esperábamos que desistiera de la idea y le conseguimos un profesor, un amigo de mi marido que había tocado en una banda hacía algunos años, que le enseñó lo básico.
Las previsiones de los padres de Ricardo estaban equivocadas. Manuel Pires dos Santos, el amigo de Luís Gomes, los sorprendió cuando les dio la noticia de que su hijo tenía un talento poco común. Luego de media docena de tardes ya no le quedaba nada más por enseñarle. Hubiera sido un crimen no dejar explorar esa enorme aptitud para la música. De modo que, a pesar de la resistencia que puso el padre de Ricardo, Manuel Pires dos Santos insistió en regalarle una de sus viejas guitarras al chico para que pudiera seguir evolucionando por su cuenta.
A partir de ese momento, Ricardo pasó a hacer únicamente tres cosas en la vida: tocaba, tocaba y tocaba. Se encerraba en su cuarto y buscaba nuevos acordes, líneas de bajo, solos cada vez más elaborados. Y comenzó a oír mucha música. Al contrario de lo que pasaba con Mário, los discos abundaban en aquella casa. Los padres de Ricardo contaban con una extensa colección de los más variados estilos musicales. Ricardo oía de todo, aunque prefería el rock, sobre todo el más pesado. En el extenso borrador que escribió Ricardo Gomes de sus memorias, habla de ese proceso:
Cuando