Yo era el mar y no lo sabía. Betsheba Gil Vásquez

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Название Yo era el mar y no lo sabía
Автор произведения Betsheba Gil Vásquez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786124882500



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juntos para que no duden de nuestra labor específica. Anduvimos toda la tarde, conversamos de muchos temas, ninguno mencionó algo respecto a la última vez que nos vimos, así que no hubo tensiones, fuimos luego al Salón-Bar, tomamos solo dos copas de vino cada uno, y creyendo que era mejor irme a dormir que seguir bebiendo, le dije a Vini que iba a mi habitación. Él aceptó y prometió llevarme y luego irse. Emprendimos la marcha, llegamos a la puerta y recordé que no sabía cómo abrirla. Nos miramos, él me entendió, le di la tarjeta y, como por arte de magia, se abrió.

      Al ver la puerta abierta, las camas vacías, recordé el infierno que había sido la noche anterior. Por unos segundos dudé en qué hacer, si irme o quedarme. Pero Vincenzo cerró la puerta y nos quedamos mirándonos. Se fue acercando despacio, llegó a mí y me besó. No me resistí, solo me dejé llevar, era Vini, era yo, una mujer vulnerable que luchaba cada día, cada minuto, cada instante por dejar atrás sus temores y prejuicios, y que ya se había resistido mucho, además, «él era menor que yo, y siempre podía manejar la situación», quise seguir creyendo.

      Me entregué al momento, no quise pensar qué era correcto o incorrecto, éramos solo los dos en el espacio deseado, en la noche más genuina, era Vini, era yo. Juro que traté de seguir, pero empecé a escuchar la voz de Vincenzo, no lo que me decía si no su voz, el sonido de su voz, mi nombre en su voz, y no pude, no pude continuar, una vez más, aunque quise, no pude, la sensación de no reconocerlo se iba apoderando de mí, toda yo me iba desvaneciendo, alejando, haciéndome consciente de que no era él a quien yo quería. Me propuse hacer un esfuerzo y fue peor, fracasé. Detuve mis movimientos sin darme cuenta, me quedé paralizada esperando que todo pase, me abstraje en mí misma, mi mente fugó.

      Pausa.

      Pausa en mí.

      Pausa en la oscuridad.

      Pausa en Vini.

      Pausa en los dos.

      Sentí entonces que su sonrisa infinita decayó, sentí mis lágrimas, sintió mis lágrimas, su respiración se desaceleró, su excitación se desvaneció, paró, se apartó de mí, se acostó boca arriba.

      Silencio.

      Me empecé a llenar de angustia, tuve miedo, me quedé inmóvil mirando a la nada.

      Pausa.

      Lo escuché pensar, lo vi sentir.

      —Ven, échate aquí a mi lado.

      No respondí, no me moví. Él se acercó. Se puso muy juntito a mí.

      Silencio. Gran silencio entre nosotros dos. Había bulla afuera, pero gran silencio entre nosotros dos.

      No sabía qué estaba pasando, mis lágrimas caían y yo era incapaz de calmarme, no podía parar. Él seguía callado, lo sentí pensar sin saber qué hacer, puedo jurar que le dolía mi dolor. Permanecimos en silencio un tiempo más, luego se acercó despacito y empezó a secar mis lágrimas como pudo, con sus manos, con su boca, a acariciar mi cabello como un acto involuntario pero consecutivo, hasta que por fin preguntó:

      —¿Qué pasa?

      Pensé tantas cosas, pero opté por decir la verdad.

      —Tengo miedo.

      —¿A qué?

      —No sé.

      De algún lado sacó mi coleta y comenzó a peinar mi cabello hasta hacerme una cola.

      —No, no quiero.

      Él insistió y me dejé peinar. De un salto prendió la luz. Yo estaba desnuda, así que rápidamente me tapé mientras él se sentó nuevamente en la cama.

      —Apaga la luz —le pedí.

      —Apágala tú.

      —Por favor, apágala.

      —¿A qué le tienes miedo?

      —Apaga la luz.

      —No, Betsheba, no la voy a apagar.

      No entendía qué hacía, no sabía qué pretendía, me quedé un rato mirándolo, nuestros ojos empezaron a comunicarse. Dejé que con suavidad quitara la sábana y me ayudara a ponerme de pie para luego dirigirme hacia el ropero. Cerró la puerta y quedamos los dos desnudos frente a un espejo de cuerpo entero. Hice un ligero ademán de querer salir de allí, pero él me retuvo besando mi hombro izquierdo, después se sentó y me quedé sola frente al espejo, en ese momento la sensación de llanto nuevamente volvió.

      —¿Qué ves?

      No respondí y él insistió.

      —¿Qué ves? Mírate.

      Empecé a observarme, no reconocí mi cuerpo, era como si lo viera por primera vez. Pasados unos minutos, la sensación de llanto se esfumó. Rápidamente cogí la sábana, me cubrí y me senté a su lado sin dejar de mirarlo.

      —Eres perfecta.

      No supe qué responder. Entendí entonces que estaba dañada, rota por dentro. Me metí a la cama mirando hacia el lado opuesto de él, perdida. Se recostó a mi lado, me abrazó de la cintura y, besándome la cabeza, nos quedamos dormidos.

      Al amanecer lo vi acostado todavía a mi lado y me sentí ridícula del numerito que había armado la noche anterior. Traté de no moverme e intenté jalar algo para vestirme, pero lo desperté. Nos miramos. Me moría de vergüenza y parecía que él tampoco sabía qué hacer, así que me cubrí y fui al baño, no le di tiempo de nada. Entré y me quedé impresionada con todo lo que venía ocurriendo, supongo que debí abrir la ducha para que no pareciera que lo estaba esperando. En ese momento tocó la puerta.

      —¿Te vas a bañar?

      —Sí

      —¿Quieres que nos bañemos?

      Sonreí.

      —Sí.

      Vincenzo fue el tipo más dulce, paciente e inteligente que conocí. Anduvimos unos meses juntos, y creo que no pude tener mejor couch que él en esos tiempos en que andaba con el alma partida y el corazón deshecho. Se compró lío ajeno y pagó alto costo. Estoy segura de que intentamos lo que pudimos y por eso guardo el mejor recuerdo de él, un hombre constante, generoso y frontal. Lo que más admiro de Vini es su capacidad para curar mis heridas cuando sangraban, sabía las raíces de mi dolor y mi angustia, y aunque él no quiso dejarme, tuve que hacerlo yo. Nos arriesgamos los dos, pero yo no estaba preparada aún.

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