Yo era el mar y no lo sabía. Betsheba Gil Vásquez

Читать онлайн.
Название Yo era el mar y no lo sabía
Автор произведения Betsheba Gil Vásquez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786124882500



Скачать книгу

o poco?

      —Mucho.

      —¿Tanto como tú a mí?

      —Eso no lo sé.

      Vincenzo se fue acercando y yo me quedé quieta. Lo vi tan cerca, pensé que me iba a besar, pero se detuvo a oler mi rostro y mi cabello, y cuando creí que al fin me besaría, se alejó y siguió:

      —Me gustas.

      Silencio.

      —Te he perseguido desde chiquitos, y ahora que estás frente a mí, me muero por besarte, pero no te siento conmigo. ¿Qué pasa, Betsheba?

      Me quedé perpleja sin entender cómo pudo darse cuenta, no tuve reacción, solo parpadeé.

      —Estás asustada, no te voy a hacer nada malo —se rio—. Tampoco nada bueno.

      Sonreí.

      Se acercó y me besó al fin. Era el primer hombre que lo hacía después de Manuel. Solo atiné a intentar retener mis lágrimas, y no pude. Y entonces el amor de Vincenzo alcanzó para apoyarme en su pecho y dejar que hablara toda la noche. Entre sollozos y llanto, me dejó liberarme. Todavía tengo fotografiado su rostro en mi mente cuando le dije: «Y un día antes me enteré que no me casaba, teniendo el vestido blanco, la iglesia separada, el viaje comprado y las invitaciones repartidas; mi proyecto de vida, mis hijos, se fueron con él esa noche, cuando vino a decirme que no me amaba». Vi los ojos perdidos de Vini. Cada vez que yo perdía el control, me consolaba. No hizo preguntas, me dejó hablar hasta el final y luego me abrazó con toda la ternura que pudo, mientras decía: «Vales mucho, Betsheba, vales mucho»; me lo repitió tantas veces como pudo, hasta que me quedé dormida.

      Al despertar, vi que ya había amanecido y que seguíamos en el sillón, yo apoyada en su pecho. Me asusté cuando no reconocí la casa, luego vi a Rob y a Vincenzo, sentí su olor y me levanté abruptamente. Entré en crisis, no entendía cómo le había contado sobre mi humillación. Vincenzo se limitó a observarme. Después preguntó si quería bañarme. Fue en ese instante que me di cuenta de que realmente habíamos dormido esa noche, solo dormido, que él ya sabía todo sobre mi gran pesar, y que para mí eso era peor que haber tenido una relación sexual. De verdad no sabía qué hacer. Él se paró y preguntó si quería desayunar, yo respondí que quería irme a casa. Dijo que estaba bien, que llamaría un taxi. Cuando llegó, él subió conmigo, no dije nada durante todo el trayecto. Bajamos, y cuando estuvimos en la puerta de mi casa, dijo: «Duerme un poco. Te quiero». Me dio un beso chiquito en los labios y se fue.

      Entré a mi cuarto con una sensación extraña, inexplicable. Había dormido en casa de un chico, la culpa me invadía, y la avalancha de pensamientos sobre mi reputación y mi buen comportamiento pudo más que yo. Felizmente era domingo, así que me puse el pijama y me metí a dormir, o al menos lo intenté. Di mil vueltas antes de resignarme y levantarme para darme una ducha. Intenté pintar, encontrar paz, y en esa búsqueda todo se fue aclarando. Tenía culpa, pero ¿por qué?, si yo no había hecho nada malo. Extrañaba a Manuel, es normal, fue el hombre con el que me iba a casar. ¿Y en el fondo? ¿Qué más había en el fondo? Me gustaba Vincenzo, y me gustaba gustarle, ¿o no le gustaba? Así estuve buen rato, hasta que descubrí que las respuestas las traería el tiempo, la experiencia y la vida misma; y en ese momento no contaba con ninguno de los tres ingredientes. Había decidido, sin darme cuenta, dejar de vivir, por tanto, carecía de experiencia. El tiempo se había detenido el día que Manuel se fue.

      En la noche, después de pensar tanto y no llegar a nada, excepto terminar un cuadro, llegó Vini. Apareció muy abrigado, lo recuerdo con tanto amor porque me encanta el color verde militar y él vino con una casaca de ese color. Después de que Manuel se fue yo perdí la delicadeza para preguntar o decir cosas. Tocó la puerta, salí por el balcón y lo vi.

      —Hola.

      —Hola.

      —Quería verte.

      —¿Para qué?

      Me odiaba a mí misma cuando tenía estas reacciones. ¿Cómo es qué no pienso antes de hablar?

      —¿Qué?

      —Nada. Ya voy, espérame.

      Bajé corriendo, abrí la puerta y lo abracé para sentir su olor. Nuevamente me odié, él venía ordenadito, oliendo tan rico y yo... yo tenía las manos de colores, manchadas con el óleo, un pantalón de buzo más grande que yo, un polo blanco holgado y un pincel puesto en la cabeza a modo de sujetador de cabello; pero Vincenzo era único, observó mis manos y dijo: «A ver, qué has pintado». Cuando él hacía esas cosas, yo olvidaba todo el constructo social impuesto, y aunque ya estaba acostumbrada a hacerlo, él hacía evidente que, al menos entre nosotros, este no tenía sentido. Vini pasó a la casa y le enseñé todas mis pinturas y las fotos de las que ya había vendido. Tengo clavado en mi recuerdo su sonrisa, sus ojos asombrados y sus preguntas interminables, que me revelaban lo realmente interesado que estaba por cualquier cosa que yo le mostrara o le contara. Se quedó a tomar lonche y preparamos un queque al que le pusimos queso crema; cuento esto porque a pesar de que puede ser muy normal para algunos, para mí siempre fue un descubrimiento. Yo me asombraba con lo que él sabía, desde hacerme probar queque con queso, hasta explicarme por qué no se fue a Estados Unidos con su familia. Nuestra conversación fue interminable, por lo que terminó quedándose hasta la medianoche. Nos despedimos con un beso muy delicado y tímido, y comprendí que las circunstancias anteriores habían sido distintas: no estábamos solos en su casa y tampoco habíamos tomado una sola copa de vino.

      Después de ese día dejé de temerle a Vincenzo y me entregué a nuestra amistad, me hice amiga de Rob, conocí a sus amigos, me acompañaba a comprar ropa, al cine, almorzábamos juntos algunas veces y otras cocinábamos. Vincenzo era realmente mi amigo. Yo nunca cuestioné nada, a mí me gustaba andar con él y a él conmigo, pero debo admitir hoy que yo marcaba una distancia, y aunque fuera de manera inconsciente, él me lo aclaró.

      Un día antes de Año Nuevo Vincenzo vino a verme. Se apareció en mi casa con un ramo gigante de rosas rojas. Mi primer impulso fue bajar corriendo y abrirle la puerta, y así fue; pero después de hacerlo, cuando lo vi a él con todas las flores, se apoderó de mí una sensación inexplicable, nada agradable, que no pude evitar. Lejos de alegrarme, sentí malestar. Era Vincenzo, sin duda. Lo observé, lo abracé, le agradecí y las puse en el centro de la sala, y cuando pensé que lo más difícil ya había ocurrido, vino el verdadero desastre. Estoy segura de que Vini es un tipo inteligente y empático, y sabía lo que me pasaba, pero él estaba decidido y supongo que nada lo detendría. De la manera más amigable inició:

      —¿Todo bien?

      Asentí.

      —¿Por qué nunca me llamas?

      —¿Yo?

      —Sí.

      —¿No te llamo?

      —Creo que en estos tres meses me has llamado un par de veces para confirmar la hora o avisar que vas a tardar un poco.

      —No entiendo.

      —Qué tal si... Betsheba...

      Éramos tan amigos, teníamos tanta confianza, pero lo vi tan nervioso, no podía creerlo. Lo corté:

      —Oye.

      —No, escúchame.

      —Vincenzo...

      Me levanté para acercarme.

      —Yo te quiero, Betsheba.

      Actué muy tarde.

      —Yo te quiero y me encanta estar contigo, nosotros deberíamos... estar juntos.

      No podía creer lo que estaba pasando, me abstraje en sus ojos.

      —Creo que si fuéramos enamorados podrías llamarme con mayor libertad...

      No pude contener las lágrimas y me senté. Vincenzo era perfecto, pero yo no estaba preparada, sentí náuseas, empecé a toser, me puse mal, realmente