Yo era el mar y no lo sabía. Betsheba Gil Vásquez

Читать онлайн.
Название Yo era el mar y no lo sabía
Автор произведения Betsheba Gil Vásquez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786124882500



Скачать книгу

una marca de ternos... nos han hecho fotos, tú sabes.

      Reí.

      —No, no sé.

      —Para la temporada otoño-invierno, usan de fondo las instalaciones del hotel.

      —Me gusta más el Country Club.

      —A mí también.

      —Es más, creo que se vería más elegante.

      —Ajá, tal cual, pero eso no lo decidimos nosotros, pues.

      —¿Ya te vas?

      Tomó aire para responder, lo contuvo y respondió rápidamente:

      —No.

      —¿No?

      —¿Y esa maleta?

      —Un poco de ropa.

      Me confundió, tenía toda la pinta de irse. Irrumpió una voz femenina:

      —¿Usted es del grupo 11810?

      —Sí —respondí.

      —Puede ir a su habitación a descansar o disfrutar de su tarde en el hotel, no hay capacitación en la tarde por el evento de la noche.

      —¿Evento de la noche?

      —La noche de gala, señorita.

      —Ah, ok.

      —Tiene que asistir con un vestido de noche maxi.

      —¿Maxi?

      Vincenzo sonrío. La señorita prosiguió, sin parpadear:

      —Es decir, un vestido largo, si es posible, de color champagne.

      —¿Pero por qué?

      —Le enviamos un correo con veintiocho días de anticipación a todas las asistentes.

      —A mí no me ha llegado.

      —A ver, permítame.

      Recordé: 1194 correos sin leer, si no me falla la memoria fotográfica.

      —Sí, sí, perdón, sí me llegó, van a traer el vestido en unas horas, no hay problema, ¿verdad?

      —¿Quién lo trae?

      Me quedé en blanco.

      Vincenzo respondió:

      —Arturo Olarte.

      —Ok. Lo apunto, ¿Que lo deje en recepción o que suba?

      Seguí en blanco.

      Vincenzo se apuró en responder:

      —Que lo deje en recepción, por favor.

      —Ok. Muchas gracias. Asimismo, le recuerdo que puede hacer uso de cualquier servicio del hotel sin ningún recargo adicional. Son la empresa con mayor productividad y gestión empresarial en el país, «Mujeres empoderando Mujeres».

      Me quedé en silencio nuevamente. Vincenzo nos miró.

      —Wao, no sabía.

      Quise responderle «Yo tampoco», pero solo asentí cordialmente.

      —Me retiro entonces, señorita.

      —Muchas gracias.

      —A usted.

      Y se fue.

      —Betsheba, no entiendo cómo no me has contado nada de esto.

      —¿De qué?

      —De tu empresa.

      —O sea...

      —¿Cómo se llama?

      —Hatun Warmi

      —¿Qué significa?

      —Mujeres maravillosas.

      —¿Y qué hacen?

      Se acercó un señor con uniforme de chofer.

      —¿Señor Vincenzo Canale?

      —Sí.

      —Lo estamos esperando.

      —Ah, sí.

      Vincenzo nos miró a los dos unos segundos.

      —Beth, espérame.

      Salió con el señor a la calle. Yo me saqué el fotocheck y comencé a pensar cómo metería aquella tarjeta en la rendija de la puerta. Me abstraje. A los minutos, Vincenzo volvió.

      —¿Todo bien? ¿Qué pasó? —pregunté.

      —¿Quién te va a traer ese vestido?

      —¿Qué vestido?

      —El que te están pidiendo.

      —Ah... nadie.

      —¿Por qué?

      —Porque no quiero

      —¿No quieres que te lo traigan?

      —No leí nada, Vincenzo. No quiero ir además a esa «Noche de Gala»

      —Te regalo el vestido.

      —¿Qué?

      —Vamos a comprarlo.

      —¿Y tus fotos?

      —Ya acabé.

      —Vamos, lo compramos y me voy a mi casa.

      —No entiendo.

      —O sea, yo ya me estaba yendo, te vi y me quedé.

      —¿Tus amigos ya se fueron?

      —Sí, por eso vino el señor de la movilidad.

      —¿Y te quedaste?

      —Sí.

      —Pero...

      —Beth, vamos a comprar ese vestido.

      —No, estás loco.

      —Vamos.

      —No.

      —En serio.

      —No.

      Oye, yo también me estaba yendo.

      —¿A dónde?

      —A mi casa, pues.

      —¿Por qué?

      —Ay, ya basta, esto parece un juego.

      Nos reímos.

      —En serio, no quiero el vestido.

      —¿No vas a ir a la fiesta?

      —No quiero.

      Nos miramos nuevamente, cómplices los dos, como hace un mes.

      —Quiero un postre.

      Vincenzo me miró extrañado.

      —Hagamos uso de mi celebración real. Todo gratis.

      Volvimos a reír y nos dirigimos al Salón Café.

      —Espera, Betsheba, yo no puedo estar acá.

      —¿Por qué?

      —Tengo que ser huésped. Anda separando una mesa. Ya vengo.

      —¿A dónde vas?

      —Si no soy huésped, no puedo consumir, han separado estos días solo para ustedes y para los huéspedes.

      —¿Cómo sabes?

      —Pregunté.

      —¿En qué momento?

      —Apenas te vi con tus flores.

      Tragué saliva.

      —Ya vengo, Beth.

      Estaba feliz, Vincenzo estaba allí.