Yo era el mar y no lo sabía. Betsheba Gil Vásquez

Читать онлайн.
Название Yo era el mar y no lo sabía
Автор произведения Betsheba Gil Vásquez
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9786124882500



Скачать книгу

nada

      y yo.

      Nunca fue tan cierta la frase que reza «Teniendo madre, padre, hijos, esposa o esposo, la vida la enfrentas solo, siempre».

      Me dormí pensando «Él no es malo, no sabe lo que hace. Mañana será otro día, mañana será otro día (Juro que nunca vi el cielo tan negro). No tengas miedo, Betsheba, has hecho todo bien, tal cual te lo han enseñado, nada puede salir mal». Así lo creí.

      Silencio.

      Absoluto silencio.

      Dormí.

      Y soñé.

      Soñé que jugaba en Chincha y subía a los árboles más altos a bajar pacaes.

      Dormí.

      Desperté

      Manuel se había ido para siempre.

      Dormí

      Desperté.

      Me dolía la vida, los sueños, los recuerdos...

      Puedo asegurar que duele más lo que se proyectó y no se hizo, que lo que se hizo bien o mal.

      Dormí.

      No quería despertar jamás.

      No dormí.

      Dejé pasar el tiempo.

      Dejé sangrar las heridas para revolcarme en la oscuridad de la sangre vertida.

      Quise volar.

      Quise borrar.

      Quise morir.

      ...

      Morí.

      Morí de verdad.

      Si era de día o de noche, no lo distinguía.

      Morí.

      La Betsheba que todos conocían murió.

      Perdió la dulzura, imagino...

      Me envolví en un mundo desconocido...

      Y me dejé llevar...

      Morí.

      Morí de verdad.

      Mi madre insufló e insufló las veces que pudo...

      Sin descanso...

      Sin parar...

      Presenció mi dolor, acudió a mi muerte, pero no me quiso enterrar; eran sus sueños perdidos también, su ilusión, la vida misma, la historia repetida una vez más.

      Mi padre jamás se acercó, solo aquella noche en el que vi su rostro cuartearse, avejentarse y oscurecerse. «La culpa ya está pagada», lo oí decir alguna noche cuando negociaba con Dios o con algún demonio, no lo sé. «Y la pagó la más frágil de mis hijas, la menos indicada, la más ingenua, con ella ya está pagado el daño causado en mis días de juventud. Sus sueños destruidos están, no puedo siquiera mirarla, abrazarla o tocarla. Déjala vivir, llévame a mí, puedo reconocer ante ti lo canalla que fui, lo cruel y desalmado que hasta hoy soy, pero ella siempre ha obedecido y ha creído que lo correcto viene de mí, de su madre, o de ti, Señor. Es muy frágil, sostenla tú que ahora yo no sé qué hacer».

      El dolor de mis padres era inconmensurable, tenía que reponerme.

      Sin embargo...

      No sería fácil.

      Poco a poco el dolor de ellos iba calando en mí. Manuel me había matado, pero no podía permitir que los matara a ellos también.

      Poco a poco me fui levantando. Algo me inspiró a empezar a pintar y pasé días enteros en la habitación mezclando colores, imaginado paisajes y empezando a comer... Me aferré a la vida como pude.

      Hice una audición. Siempre había querido actuar, así que pese al dolor que sentía, me arriesgué. En el escenario solo rompí a llorar y me rechazaron. Aquella experiencia me hizo buscar otras escuelas de teatro, y fue así como, en el segundo intento, ingresé.

      Mi vida se redujo a estudiar teatro y pintar. La actuación fue mi refugio y mis pinturas como las cuatro rueditas de los patines. Había días en que me caía y otros donde la frustración me sobrepasaba, pero jamás desistí, el tiempo nunca se detuvo, me lanzó remos para subsistir, y yo remé y remé; no sabía que lo hacía ni hacia dónde me dirigía, pero remaba sin parar. Aprendí a patinar, a nadar, viajé y decidí que no permitiría que nadie se me acercara nunca más.

      O eso creí.

      LA SUAVE BRISA SOBRE LOS ESCOMBROS

      —Aló.

      —Hola.

      —¿Con quién hablo?

      —Vincenzo Canale.

      Silencio.

      —Ajá.

      —Betsheba, ¿eres tú?

      —Sí, ella habla.

      —¿No te acuerdas de mí?

      Recordaba tanto, pero tanto, sobre todo su voz tan peculiarmente perfecta y sus ojos y su cabello...

      —No tanto.

      —Ehmmm... Yo estaba en primero de secundaria y tú en quinto.

      —Ajá.

      —Te escribía cartas. Te seguía. ¿Recuerdas?

      —Sí...

      Mi boca respondió antes que mi pensamiento. Yo lo veía detrás de mí siempre. Era tan perfecto y tan pequeñito, tenía seis años menos que yo; bueno, tiene.

      —¿Sí?

      —Sí.

      —Bueno, te busqué en Facebook, tu nombre es único.

      —Ajá.

      —¿Qué tal si nos vemos uno de estos días? ¿Te provoca? No sé, ¿un café en Starbucks?

      No podía creerlo, ese niño me encantaba... ¿Y si me quiere meter a Herbalife o venderme algo?

      —No creo, no tengo tiempo. ¿Este es tu número? Qué tal si lo guardo y te llamo la otra semana, o te escribo y vamos viendo.

      —Uhmmm... lo que pasa es que, bueno, me alegró encontrarte e hice lo primero que pasó por mi cabeza, pero... tienes razón, mejor lo coordinamos con tiempo. Tú me escribes. ¿Queda?

      —Perfecto.

      —Qué gusto escucharte, sinceramente.

      —Oye, ¿sabes la edad que tengo, verdad?

      De nuevo hablé sin pensar.

      —No, ¿por qué?

      —Digo no más.

      —Siempre vas a ser mi amor platónico, aunque seas mayor que yo.

      Qué imbécil fui, ¿por qué tuve que aclarar lo de mi edad? Todos mis miedos se activaron, las luces de alerta se encendieron, tragué saliva. Cómo voy a ser el amor platónico de alguien que no habló conmigo más que dos horas en total en toda su vida. Si lo pienso bien, nadie se enamora de mi físico sino de mi forma de ser, ¿entonces de qué me está hablando? ¡Ok!, es una broma tonta. Él continuó conversando mientras yo me abstraía en mis recuerdos y pensamientos.

      —Sueña bonito. Yo voy hacer lo mismo: voy a soñar contigo —dijo, y cortó.

      Nada podía ser verdad, así que no había razón para darle importancia a esa llamada.

      Vincenzo fue el primer hombre que apareció después de Manuel,