Dragonomics: integración política y económica entre China y América Latina. Carol Wise

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Название Dragonomics: integración política y económica entre China y América Latina
Автор произведения Carol Wise
Жанр Зарубежная деловая литература
Серия
Издательство Зарубежная деловая литература
Год выпуска 0
isbn 9789972574801



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Al mismo tiempo, el comercio entre China y ALC alcanzó en 2018 su más alto nivel histórico, US$ 306.000 millones, y el poder de atracción de China viene abonando los vínculos a través del Pacífico, incluyendo unas 41 sedes del Instituto Confucio que ofrecen instrucción en idioma mandarín en la región y programas de intercambio estudiantil entre China y ALC. El primer ministro chino Li Keqiang ha planteado la posibilidad de reubicar la producción industrial china en América Latina, incluyendo propuestas para formar empresas mixtas entre las compañías chinas (estatales y privadas) y firmas latinoamericanas locales en los sectores de alta tecnología y manufactura (por ejemplo, telecomunicaciones, logística, ferrocarriles y construcción naval). Incluso si estos proyectos propuestos, relacionados o no con la BRI, resultan ser nada más que sueños de opio, no hay dudas respecto a que China continúa echando raíces en América Latina, y al parecer este proceso será permanente.

      Hegemonía de los EE. UU. sobre ALC – ¿Buscando amenazas en el lugar equivocado?

      En especial desde que China accedió en 2001 a la OMC, este país se involucró activamente en cada región de la economía global, y en países desarrollados y en desarrollo por igual. Se ha convertido en el principal destino de mercados emergentes para la IED, y ha ascendido a los primeros lugares del comercio mundial más rápidamente que cualquier otro país en desarrollo durante el período post Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, China ha desplazado a Alemania como el principal exportador de productos al resto del mundo en apenas una década, y en este proceso «ha pasado de ser uno de los exportadores más insignificantes en cuanto a alta tecnología, a ser el fabricante número uno de alta tecnología en el mundo» (Gallagher & Porzecanski, 2010, p. 8). Ello no debe confundirse con independencia tecnológica. Tal como vimos en 2018, cuando ZTE, uno de los mayores fabricantes de equipos de telecomunicaciones de China, estuvo a punto de colapsar debido a las sanciones impuestas por los EE. UU. a China en respuesta a la violación de un acuerdo de detener exportaciones con usos tanto comerciales como militares a Corea del Norte e Irán, China aún depende de proveedores externos (y en particular de compañías estadounidenses) para el 95 por ciento de los circuitos integrados y componentes de manufactura de alta gama (Yang & Hornby, 2018, p. 3). Pese al esperanzado mensaje del exministro de Asuntos Exteriores del Ecuador en el epígrafe de esta introducción, los EE. UU. todavía son la principal economía en el mundo, el principal intermediario político y económico en América Latina, y China sigue dependiendo de compañías estadounidenses para sus insumos tecnológicos.

      Los datos que he presentado hasta el momento delinean las maneras en las cuales se ha concretado la llegada global de China a América Latina, todo lo cual corresponde al marco de la diplomacia económica convencional. Como evidencia adicional de su creciente compromiso hacia la región, China obtuvo estatus de observador permanente en la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 2004, y en 2008 pagó la cuota de ingreso de US$ 300 millones para convertirse en miembro pleno del BID. En virtud de un acuerdo entre el Chexim y el BID, China también estableció un Fondo para América Latina de US$ 1.800 millones para estimular inversiones de capital en infraestructura, empresas de mediana escala y recursos naturales en la región (Mueller & Li, 2018). Tal como se ha señalado, la cumbre Celac-China celebrada en 2015 en Pekín resultó en compromisos por parte de la República Popular de China (RPCh) sobre niveles cada vez mayores de comercio e inversión en la región. China ya ha establecido tres plataformas financieras regionales independientes que en conjunto totalizan US$ 35.000 millones en créditos para cooperación industrial, infraestructura y otros proyectos productivos (Ray, Gallagher, & Sarmiento, 2016, p. 5).

      Pero esta improbabilidad no ha logrado que algunos funcionarios nombrados por Trump cejen en sus intentos por precipitar un choque entre Oriente y Occidente sobre el control de la región. Por ejemplo, en la víspera de su primera visita a América Latina a inicios de 2018, Rex Tillerson, quien ocupó brevemente el cargo de secretario de Estado en la Administración Trump, declaró que la Doctrina Monroe era «tan relevante hoy como lo fue el día en que se redactó» (Webber & Rathbone, 2018). Tal declaración era una repercusión de los comentarios formulados en 2005 por el excongresista republicano Dan Burton de Indiana, quien, en una audiencia ante el Subcomité del Hemisferio Occidental en el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, declaró: «Hasta que no sepamos definitivamente si China acatará las reglas del comercio justo y participará responsablemente en temas transnacionales, considero que deberíamos […] llegar incluso a considerar las acciones de China en América Latina como el avance de un poder hegemónico en el hemisferio» (Burton, 2005). Durante su recorrido por ALC, Tillerson se mofó de sus anfitriones con comentarios sobre el auge del imperialismo chino en el hemisferio occidental, tal como lo hizo también su sucesor, el secretario de Estado Mike Pompeo.

      Algunas autoridades en el Perú y en Chile refutaron públicamente los comentarios maliciosos de Tillerson contra China, señalando que sus respectivos países habían podido establecer una mejor relación de trabajo con Pekín que con Washington. Que quede claro: John Kerry, exsecretario de Estado durante el gobierno de Obama, había puesto fin a la Doctrina Monroe en un discurso que ofreció ante la OEA en 2013: «Acabó la era de la Doctrina Monroe […] La relación que buscamos y que nos hemos esforzado por fomentar no gira en torno a una declaración de los Estados Unidos sobre cómo y cuándo intervendremos en los asuntos de otros Estados americanos. Se trata de que todos nuestros países nos veamos mutuamente como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando en temas de seguridad, y acatando […] las decisiones que tomamos como socios para impulsar los valores e intereses que compartimos» (Keck, 2013). Por el momento, el propio Washington ha abandonado este poder de atracción, esta postura internacionalista liberal, y la ha reemplazado con reafirmaciones del dominio estadounidense en la región. Estas proclamaciones tampoco reflejan las posturas de las Administraciones Clinton y Obama sobre la necesidad de priorizar y revitalizar los vínculos entre los EE. UU. y América Latina. No sorprende a nadie que un sondeo de opinión realizado por el Centro de Investigaciones Pew identificase que «la imagen de los EE. UU. en América Latina […] ha sufrido un tremendo golpe desde que Trump asumió la Presidencia». Impensable hace apenas una década, en toda América Latina, a excepción de Brasil, Colombia y partes de América Central, China está dejando atrás a los EE. UU. como socio preferido en la región de ALC (Oppenheimer, 2019).