Название | Dragonomics: integración política y económica entre China y América Latina |
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Автор произведения | Carol Wise |
Жанр | Зарубежная деловая литература |
Серия | |
Издательство | Зарубежная деловая литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789972574801 |
Hegemonía de los EE. UU. sobre ALC – ¿Buscando amenazas en el lugar equivocado?
En especial desde que China accedió en 2001 a la OMC, este país se involucró activamente en cada región de la economía global, y en países desarrollados y en desarrollo por igual. Se ha convertido en el principal destino de mercados emergentes para la IED, y ha ascendido a los primeros lugares del comercio mundial más rápidamente que cualquier otro país en desarrollo durante el período post Segunda Guerra Mundial. Por ejemplo, China ha desplazado a Alemania como el principal exportador de productos al resto del mundo en apenas una década, y en este proceso «ha pasado de ser uno de los exportadores más insignificantes en cuanto a alta tecnología, a ser el fabricante número uno de alta tecnología en el mundo» (Gallagher & Porzecanski, 2010, p. 8). Ello no debe confundirse con independencia tecnológica. Tal como vimos en 2018, cuando ZTE, uno de los mayores fabricantes de equipos de telecomunicaciones de China, estuvo a punto de colapsar debido a las sanciones impuestas por los EE. UU. a China en respuesta a la violación de un acuerdo de detener exportaciones con usos tanto comerciales como militares a Corea del Norte e Irán, China aún depende de proveedores externos (y en particular de compañías estadounidenses) para el 95 por ciento de los circuitos integrados y componentes de manufactura de alta gama (Yang & Hornby, 2018, p. 3). Pese al esperanzado mensaje del exministro de Asuntos Exteriores del Ecuador en el epígrafe de esta introducción, los EE. UU. todavía son la principal economía en el mundo, el principal intermediario político y económico en América Latina, y China sigue dependiendo de compañías estadounidenses para sus insumos tecnológicos.
Los datos que he presentado hasta el momento delinean las maneras en las cuales se ha concretado la llegada global de China a América Latina, todo lo cual corresponde al marco de la diplomacia económica convencional. Como evidencia adicional de su creciente compromiso hacia la región, China obtuvo estatus de observador permanente en la Organización de los Estados Americanos (OEA) en 2004, y en 2008 pagó la cuota de ingreso de US$ 300 millones para convertirse en miembro pleno del BID. En virtud de un acuerdo entre el Chexim y el BID, China también estableció un Fondo para América Latina de US$ 1.800 millones para estimular inversiones de capital en infraestructura, empresas de mediana escala y recursos naturales en la región (Mueller & Li, 2018). Tal como se ha señalado, la cumbre Celac-China celebrada en 2015 en Pekín resultó en compromisos por parte de la República Popular de China (RPCh) sobre niveles cada vez mayores de comercio e inversión en la región. China ya ha establecido tres plataformas financieras regionales independientes que en conjunto totalizan US$ 35.000 millones en créditos para cooperación industrial, infraestructura y otros proyectos productivos (Ray, Gallagher, & Sarmiento, 2016, p. 5).
Desde el punto de vista de los EE. UU., sin embargo, el meteórico auge de China en el hemisferio occidental ha provocado frecuentes llamados de alarma. El ascenso de China y el proyectado relegamiento de los EE. UU. hacia el año 2027 (si no antes) como el país con el mayor PBI en el mundo han generado preocupación sobre el deterioro de la hegemonía estadounidense y, con ello, la mengua del prestigio y liderazgo de dicho país a nivel internacional8. Esta percepción de que los EE. UU. se encuentran bajo un creciente asedio político y económico fue acentuada por la gravedad de la CFG inducida por Wall Street en 2008-2009 y exacerbada por las esforzadas pero caras e interminables guerras libradas por los EE. UU. en Afganistán e Irak desde que ocurrieron los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001. El advenimiento de la Administración Trump y de su programa America First (Los Estados Unidos Primero) han magnificado temores sobre el declive de los EE. UU., tanto en lo político como en lo económico. El estilo agresivo y unilateral de Trump refleja una pérdida del poder relativo de los EE. UU. y un ataque contra el orden económico liberal que sus predecesores se esforzaron por construir y cultivar a lo largo de la era post Segunda Guerra Mundial. Sin embargo, una confrontación entre China y los EE. UU. sobre la hegemonía en el hemisferio occidental es todavía una posibilidad muy remota (Blyth, 2016).
Pero esta improbabilidad no ha logrado que algunos funcionarios nombrados por Trump cejen en sus intentos por precipitar un choque entre Oriente y Occidente sobre el control de la región. Por ejemplo, en la víspera de su primera visita a América Latina a inicios de 2018, Rex Tillerson, quien ocupó brevemente el cargo de secretario de Estado en la Administración Trump, declaró que la Doctrina Monroe era «tan relevante hoy como lo fue el día en que se redactó» (Webber & Rathbone, 2018). Tal declaración era una repercusión de los comentarios formulados en 2005 por el excongresista republicano Dan Burton de Indiana, quien, en una audiencia ante el Subcomité del Hemisferio Occidental en el Comité de Relaciones Internacionales de la Cámara de Representantes, declaró: «Hasta que no sepamos definitivamente si China acatará las reglas del comercio justo y participará responsablemente en temas transnacionales, considero que deberíamos […] llegar incluso a considerar las acciones de China en América Latina como el avance de un poder hegemónico en el hemisferio» (Burton, 2005). Durante su recorrido por ALC, Tillerson se mofó de sus anfitriones con comentarios sobre el auge del imperialismo chino en el hemisferio occidental, tal como lo hizo también su sucesor, el secretario de Estado Mike Pompeo.
Algunas autoridades en el Perú y en Chile refutaron públicamente los comentarios maliciosos de Tillerson contra China, señalando que sus respectivos países habían podido establecer una mejor relación de trabajo con Pekín que con Washington. Que quede claro: John Kerry, exsecretario de Estado durante el gobierno de Obama, había puesto fin a la Doctrina Monroe en un discurso que ofreció ante la OEA en 2013: «Acabó la era de la Doctrina Monroe […] La relación que buscamos y que nos hemos esforzado por fomentar no gira en torno a una declaración de los Estados Unidos sobre cómo y cuándo intervendremos en los asuntos de otros Estados americanos. Se trata de que todos nuestros países nos veamos mutuamente como iguales, compartiendo responsabilidades, cooperando en temas de seguridad, y acatando […] las decisiones que tomamos como socios para impulsar los valores e intereses que compartimos» (Keck, 2013). Por el momento, el propio Washington ha abandonado este poder de atracción, esta postura internacionalista liberal, y la ha reemplazado con reafirmaciones del dominio estadounidense en la región. Estas proclamaciones tampoco reflejan las posturas de las Administraciones Clinton y Obama sobre la necesidad de priorizar y revitalizar los vínculos entre los EE. UU. y América Latina. No sorprende a nadie que un sondeo de opinión realizado por el Centro de Investigaciones Pew identificase que «la imagen de los EE. UU. en América Latina […] ha sufrido un tremendo golpe desde que Trump asumió la Presidencia». Impensable hace apenas una década, en toda América Latina, a excepción de Brasil, Colombia y partes de América Central, China está dejando atrás a los EE. UU. como socio preferido en la región de ALC (Oppenheimer, 2019).
Para concluir esta sección, quisiera comparar el papel que han cumplido China y los EE. UU. en el hemisferio occidental, según algunas de las mediciones tradicionales de poderío hegemónico: venta de armas, comercio e IED. Dado que China vende armas únicamente a naciones en desarrollo, compararé los dos países respecto a este parámetro. A escala global, en el año 2015, los EE. UU. representaban el 41 por ciento de los acuerdos para transferencia de armamento a países en desarrollo, mientras que China representaba apenas el 9 por ciento de este rubro9. En el hemisferio occidental, las transferencias de armas por parte de China a América Latina se han incrementado a más del triple de su volumen desde 2008 y, entre 2012 y 2015, promediaron US$ 2.700 millones cada año; el promedio de transferencias de armamentos de los EE. UU. hacia