La conquista de la identidad. Tomás Pérez Vejo

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Название La conquista de la identidad
Автор произведения Tomás Pérez Vejo
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418895722



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de Cádiz contra los ingleses; asimismo desfilan La rendición de Juliers y El socorro de Brisach, ambas pintadas por Jusepe Leonardo; sigue Victoria de Fleurus, La expugnación de Rheinfelden y El socorro de la plaza de Constanza en la guerra de Flandes, todas de Vicente Carducho; el acertado rompimiento del cerco de Génova por el marqués de Santa Cruz del pintor Antonio de Pereda, o en el frente del Caribe a Vicente Cajés pintando tanto la expulsión de los holandeses de la isla de San Martín (única obra que no ha llegado a nuestros días), como La recuperación de San Juan de Puerto Rico, y finalmente, de la mano del artista Félix Casteló, La recuperación de la isla de San Cristóbal.

      Las Indias Occidentales están muy presentes en esta sala de batallas. Puerto Rico y Salvador de Bahía son escenarios medulares y, como hemos dicho, el cuadro más importante de la serie es la restauración de la soberanía de la monarquía católica sobre el principal puerto de Brasil. Pero es claro que al no haber ningún cuadro que represente hechos anteriores al reinado de Felipe IV, no aparece, en consecuencia, ninguna referencia a la conquista de Tenochtitlan o del Tanhuantisuyo. En realidad la conquista de las Indias es invisible e inexistente por pretérita, una suerte de historia demodé e innecesaria de alardear, no apta para insuflar el valor castrense de la monarquía por ser aquellos territorios, según se desprende del discurso oficial, posesiones legítimas por bula papal en favor de la corona de Castilla.

      Consecuentemente, se retrata y representa en las obras pictóricas la defensa contemporánea de los puertos indianos ante potencias invasoras, pero no se representan nunca conquistas pretéritas –las del siglo xvi en época de Carlos I en detrimento de los estados imperiales de Atahualpa o Moctezuma–, a las que además no se les quiso dar relevancia militar por no abonar a los valores católicos y piadosos en los que insistentemente se quiso hacer recaer el peso del prestigio del trono. Se aspiraba por un lado a que tanto este silencio sobre las conquistas americanas como el exacerbamiento y la exaltación permanente de la magnanimidad y la misericordia infinitas hispánicas sirvieran de antídoto contra la propaganda antiespañola de las monarquías enemigas en Europa que iban constituyendo y perfilando la “leyenda negra” de la obra ibérica en las Indias Occidentales.

      En consecuencia, nuestros buenos pilpiltin nahuas de paso por la corte no verán ni encontrarán en el Salón de Reinos las hazañas de sus antepasados quienes hombro con hombro con extremeños y castellanos crearon a sangre y fuego Nueva España. Por su parte los espías y diplomáticos venecianos y franceses tendrán que informar al Doge uno y al rey borbón el otro, que Felipe IV ha inaugurado un palacio de recreo para exaltación absoluta de sus valores y de sus éxitos presentes, olvidando en esta celebración que la grandeza española más que en los méritos fantasiosos del mítico Hércules, reside en los méritos castrenses de los predecesores del rey Habsburgo a los que se olvida absolutamente en el plan iconográfico del Buen Retiro.

      Lo observado en el palacio no es una excepción, la conquista indiana, y la novohispana en particular, están también ausentes en general de la pintura oficial bélica hispánica de todo el siglo xvii, más allá incluso de los gustos egocéntricos del monarca.

      En los inventarios del Alcázar, hoy depositados en El Prado, se encuentran los cuadros bélicos encargados al singular Snayers por el archiduque Leopoldo Guillermo, primo del rey Felipe IV y a la sazón gobernador de los Países Bajos españoles. En estos lienzos, que no por desconocidos del gran público demerita la magnificencia de su factura, vuelve a ser Flandes, ¡siempre Flandes!, la protagonista de estas obras mezcla de cartografía militar, costumbrismo, intrahistoria castrense y propaganda política de primer orden. Destaca en la serie el cuadro dedicado a la visita al campo de Breda tras la victoria de Spínola, de la Infanta Gobernadora Isabel Clara Eugenia, tema tratado también por Callot en destacados aguafuertes sobre papel, también custodiados en la pinacoteca matritense.

      Pero por mucho que busquemos en la pintura de la Corte y en la de sus más destacados miembros, no encontraremos más que obras referidas a los éxitos del monarca y de sus parientes. Encontraremos cuadros magníficos del Cardenal Infante, hermano del rey, como vencedor de los suecos en Nördlingen, o soberbios retratos del famoso héroe de Ostende y Breda, Ambrosio de Spínola, representado de manera soberbia, todos ellos salidos del pincel de Rubens. Todo en aquellos óleos de un talento sin discusión es actualidad bélica y exaltación del reinado presente, nada del pasado, nada de la historia militar de Castilla, en consecuencia, nada de las Indias Occidentales, nada de Nueva España, nada de España en suma. Es en puridad la propaganda del rey, de la casa de Austria, y a lo sumo de los españoles a su servicio, pero no de Castilla, y no de sus conquistas americanas que son en definitiva obra de Castilla y de los aliados mesoamericanos de esta.

      el escorial

      Hemos demostrado que en torno a 1635 la propaganda militar oficial del rey había decidido no celebrar y no recordar las conquistas indianas de principios del siglo xvi; busquemos entonces en otro tiempo, indaguemos en otro reinado. Sigamos nuestro ejercicio imaginario y situemos ahora a nuestros personajes en la corte de Felipe II, cuando la conquista de Perú y Nueva España estaban todavía frescas en la memoria. Vayamos a través de los ojos de venecianos, franceses, tlaxcaltecas y texcocanos al Escorial y a su “salón de batallas”, y veamos si por fin los caciques nahuas verán reflejadas en los muros del convento-palacio las hazañas guerreras de sus padres, y si el veneciano y el francés constatarán contrariados a través de la contemplación de grandes frescos el orgullo del segundo de los Felipes por saberse heredero del monarca que derrotó a Atahualpa y a Cuauhtémoc, cuyos ricos imperios, al ser incorporados a la corona hispánica, debilitaron irreparablemente tanto a Venecia, al restarle importancia al comercio con Asia por la ruta otomana, como a Francia por haber puesto en jaque la pretendida hegemonía gala en Italia y Borgoña por culpa del caudal infinito de numerario llegado de las Indias a favor de los Austrias.

      Pongámonos en situación y reconstruyamos el recorrido en un frío día de esos tan escurialenses en los que el aguanieve te cala hasta los huesos. Envueltos en capas y tilmas veamos transitar a los visitantes por los compactos pasillos y elegantes galerías en las que el hijo de Carlos I, nieto de Juana de Castilla y bisnieto de Fernando e Isabel, ha decidido plasmar los orígenes del éxito militar de su inmenso imperio.

      En principio, el soberbio monasterio-palacio es en sí mismo un homenaje a una victoria militar, en esta ocasión contra la sempiterna enemiga, Francia, a la que Felipe II había derrotado abrumadoramente en San Quintín. Este homenaje a San Lorenzo y a su caluroso martirio es entonces una autocelebración filipina por haber aplacado a Francia en sus ambiciones italianas. El enorme pasillo devenido en “salón de batallas” escurialense contiene una diversidad temática destacable, es un auténtico “espacio de Estado”. ¿Qué celebra y qué rememora en él el monarca hispánico?

      A diferencia de lo que en un futuro hará Felipe IV, Felipe II sí le otorgó, en principio, un papel clave a Castilla en este espacio de propaganda, lo que se vio reflejado en la obra de gran envergadura titulada La batalla de la Higueruela, representación de una batalla del siglo xv contra el islam andalusí y antecedente inmediato del debilitamiento definitivo de los nazaríes granadinos, principio del fin de la secular presencia musulmana en el oriente andaluz. Poco le durará la exaltación castellana al rey. No tardarán nuestros invitados en percatarse de que el plan pictórico monárquico abandonará la senda castellana para remitirse inexorablemente al presentismo y a la laudación orquestada de las mieles castrenses del propio rey. Este se autocelebrará en continente con el monasterio, y en contenido con un enorme cuadro sobre la batalla de San Quintín ganada por él mismo, en la que, por cierto, se hizo acompañar de uno de los hijos de Hernán Cortés. A partir de aquí ya no se moverán las series pictóricas de la celebración de sí mismo y de su reinado. Esta enorme sala se completa con la recreación de la gran victoria del genio naval Álvaro de Bazán en la Isla Tercera (Azores) entre 1582 y 1583 contra la escuadra y el ejército luso-francés; batalla tras la cual se consumó la unión de las coronas castellana y portuguesa en la cabeza del rey hispánico. Si seguimos buscando en los muros y lienzos de los palacios del hijo del emperador Carlos, encontraremos a Tiziano pintando al rey y a su hijo agradeciendo –el primero– a los poderes divinos la victoria sobre los otomanos en Lepanto –el otro gran éxito militar de Felipe II y de sus aliados papistas, genoveses y venecianos–, o el magnífico retrato hoy en Austria