Название | La conquista de la identidad |
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Автор произведения | Tomás Pérez Vejo |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418895722 |
Y así como comencé este prólogo recordando a Luis Millones, mi amigo antropólogo peruano, quiero terminarlo aludiendo a su reciente e importante ensayo, escrito en colaboración con Renata Mayer, Santiago Apóstol combate a los moros en el Perú (Taurus, 2017), en el que coincide con Alejandro Salafranca al sostener que el apóstol no cruzó el Atlántico para convertirse en un Mataindios, sino para capitanear a los nuevos españoles, cualquiera que fuese su casta, como desde la batalla de Clavijo lo había hecho con los antiguos.
primera parte
La conquista de México en el arte de la monarquía católica
Alejandro Salafranca Vázquez
i
introducción
Los libros de Historia, los cementerios, las bibliotecas y algunas obstinadas memorias están ahítas de patrias, naciones, estados, países, repúblicas, confederaciones y reinos, todos ellos extintos. Patrias por las que muchos pelearon, otros murieron por defenderlas, destruirlas o someterlas. Otros las amaron, las odiaron, las gozaron o las padecieron. Todas tanto en contenido como en continente, en res o en verba, languidecen perdidas en el torbellino del tiempo y en la volatilidad de todo lo humano […]. Entre esta interminable lista de mundos difuntos destaca la monarquía católica y su hija predilecta: el virreinato de Nueva España. Patrias fenecidas, cuyos huérfanos no han derramado una sola lágrima, pues los vástagos de ambas surgieron de la exterminación de su memoria, la primera en Cádiz y la segunda en Apatzingán.1
A raíz de la magna exposición presentada en 2017 en la Ciudad de México en la que se indagaba sobre la búsqueda de identidad de la megalópolis a través del arte desde la época pre-mexica hasta el siglo xxi, escribí en el catálogo esta reflexión sobre la inmensa dificultad de aproximarnos y entender la civilización de los entes políticos, sociales y culturales que precedieron a las actuales naciones española y mexicana, es decir, la monarquía católica, el reino de Castilla y el reino de Nueva España. Esos entes del antiguo régimen murieron en la convulsión de la modernidad del siglo xix. De ellos heredamos mucho de lo que somos, pero nuestro presente ferozmente moderno y nuestras estructuras culturales e intelectuales, profundamente nacionalistas de raigambre decimonónica, nos entorpecen y nos velan la comprensión sobre cómo aquella civilización que nos antecedió se quiso ver a sí misma, y cómo sintió, rezó, luchó, gozó, vivió y murió. En puridad, nuestra realidad mental y nuestra idea del mundo es tan lejana a la de aquellos siglos, que preñamos constantemente nuestra mirada al pasado con una necedad presentista que satura lo pretérito de presente nublándonos la comprensión de aquello que ni de lejos logramos comprender aunque seamos sus más directos descendientes. En realidad, ni Nueva España ni la monarquía católica en su complejidad multinacional tienen herederos en los países contemporáneos que pudieran sentirse descendientes de ellas. Ambas naciones, como escribí en 2017, nacieron de sepultar aquellos reinos y vaciarlos de una esencia comprehensiva. En estas páginas vamos a adentrarnos en ciertos segmentos identitarios expresados en la mentalidad de aquellos mundos perdidos, a través de una selección significativa de sus expresiones artísticas. Recorreremos la historia de las mentalidades y de las ideas imperantes en el centro de la monarquía y en su reino más próspero, persiguiendo el prolongado rastro de lo que en aquellas sociedades representó el recuerdo de la conquista de México acontecida en 1521. Trescientos años de recorrido siguiendo el profundo impacto en las conciencias colectivas a ambos lados del Atlántico, sobre lo que significó la incorporación de toda Mesoamérica a la Corona de Castilla y a la postre a la monarquía hispánica. Aquel hecho impactó profundamente la narrativa histórica de castellanos, mesoamericanos, chichimecas, criollos y castas, mexicanos y españoles. Esta es la historia de esa construcción identitaria de los confundidos herederos de aquellos lacerantes y trascendentes hechos y su manifestación a través de sus más significantes expresiones artísticas.2
1 Salafranca Vázquez, Alejandro (2017): “Ciudad de México, emporio de las artes, faro de la monarquía católica (1521-1705)”, p. 43, en Espinasa, José María y Salafranca Vázquez, Alejandro (coords.), La Ciudad de México en el arte. Travesía de ocho siglos, México, Museo de la Ciudad de México.
2 Para un recorrido generalista por la mirada hacia el pasado de las culturas que habitaron lo que hoy llamamos México desde la antigüedad hasta la Independencia, véase Florescano, Enrique (1994): Memoria Mexicana, México, FCE.
ii
Las salas de batallas de la monarquía y su vacío indiano
el palacio del buen retiro
El Salón de Reinos del Palacio del Buen Retiro en Madrid es un espacio inmejorable para iniciar este ensayo1 en el que se pretende demostrar que la conquista de México nunca tuvo relevancia ni representatividad en la pintura de Estado de la monarquía católica, ni en la propaganda bélica general del imperio español y que, a contrario sensu, su representación profusa en el arte novohispano resultó medular para la construcción del relato histórico e identitario del reino de Nueva España.
Esta palpable contradicción entre la manera en que la corona invisibilizó por razones políticas, jurídicas y filosóficas las conquistas americanas de sus “espejos de hazañas”, y la forma en que los novohispanos hicieron lo contrario al construir mediante obras de arte de profunda originalidad “espacios de Estado” que sublimaban el hecho fundacional bélico de su reino, es la razón de ser estas páginas.
Con estas premisas como señeras, retornemos nuestra mirada al palacio madrileño. Este edificio de los Austrias era un constructo fabuloso de propaganda política española, un espacio consagrado al acrecentamiento del prestigio de la monarquía y un auténtico templo para mostrar la musculatura bélica del trono hispánico. Situémonos en el palacio matritense en cualquier año de la etapa madura del reinado de Felipe IV, concretamente en esa sala escenográfica y teatral que desplegaba una simbología cuidada hasta el más mínimo detalle para lograr el deslumbramiento de los embajadores y visitantes que precisaban tratar al “rey Planeta”.2
Imaginemos el arribo de los invitados al Buen Retiro procedentes del alcázar o de cualquier rincón de la villa con todo el ritual cortesano de la década de los treinta del siglo xvii, sea el embajador del sultán de Fez, un príncipe de Gales en busca de una infanta de España, un caballero exiliado irlandés, quizá algún virrey en cesantía de las Indias Occidentales, un dux italiano o algún elector tudesco, un pilli (noble) nahua pleiteando en Madrid, un general genovés en busca de un Tercio de infantería que mandar, un poeta o dramaturgo con obra fresca que ofrecer, un asegurador de flotas balleneras vascas del consulado burgalés con muchos caudales que apalancar, mineros novohispanos en busca de prosapia nobiliaria, armadores guipuzcoanos, canarios y andaluces aspirando a obtener