La conquista de la identidad. Tomás Pérez Vejo

Читать онлайн.
Название La conquista de la identidad
Автор произведения Tomás Pérez Vejo
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788418895722



Скачать книгу

como el más celebrable por ser este el poseedor de los nuevos valores del reino y de los sujetos que lo conformaban, además de ser poseedor de la representación lejana pero trazable de las características idiosincráticas presentes de los españoles y de la monarquía que los regía8. De tal suerte que los protagonistas históricos durante los reinados de ademanes universalistas de los Austrias se van modificando lentamente, y junto a la celebración dinástica y la exaltación de la familia real, irrumpen con fuerza los temas históricos donde ya no son las victorias militares del rey en turno las protagonistas del relato (recordemos las series pictóricas autocelebratorias de Felipe II o de Felipe IV), sino, y he aquí la novedad, lo serán una serie de episodios y victorias militares colectivas acontecidas desde los lejanos tiempos de la resistencia de los nativos hispanos contra los invasores cartagineses y romanos dos milenios atrás, hasta la caída de Granada en el siglo xv. No son ahora victorias ni de una familia real ni de prodigiosos mitos de la Hélade, son victorias de un pueblo que se quiere ver reflejado en el pasado y encontrar allí los valores eternos que desea reconocer en su carácter presente. Es una suerte de prefiguración, mediante una relatoría cuidadosamente comisariada, de una unión de destino diacrónica de los españoles del presente dieciochesco con los “españoles” del pasado, españolizando para ello de manera forzada y eficaz al lusitano Viriato, a los tercos numantinos, a los sofisticados emperadores béticos o al contradictorio sidi de Vivar. Estamos en lo que parece configurarse como la construcción de la memoria colectiva de la embrionaria nación española en la que se espejea la nueva monarquía. En esta construcción del discurso histórico del reino se aleja la mitología y se acerca la Historia, se alejan las hazañas de los reyes cada vez menos comandantes militares y más orquestadores de gobernanza, y se acercan las luchas heroicas de una larga lista de comandantes, príncipes, reyes, ciudades, pueblos y soldados que en el transcurso de cientos de años conformaron el espíritu, el rostro reconocible y el carácter de lo que ya por entonces se comenzaba a definir como lo canónicamente español: castellanista, caballeroso, belicoso y cristiano. En este contexto, y siendo las Indias occidentales parte consustancial de Castilla y en aquel entonces única e inmensa posesión ultramarina de la monarquía, se antoja colegir como obvio que la temática de las viejas hazañas de la conquista tendrían por primera vez un lugar destacado en la construcción de la nueva memoria histórica española en clara divergencia con su absoluta ausencia en los pinceles austracistas.

      Los primeros indicios que tenemos de ello parecieran indicar que nuestra hipótesis de que las guerras de conquista indianas podrían irrumpir por sus propios fueros en la narrativa histórica y fundacional del reino pudiera cobrar corporeidad. Veámoslo.

      el nuevo palacio real

      La desaparición –pasto de las llamas– del viejo Alcázar de Madrid dio pie en el segundo cuarto del siglo ilustrado a la construcción de un nuevo palacio real que movería incesantemente los recursos ideológicos, económicos, creativos y artísticos de la España peninsular de entonces. Un nuevo espacio para una nueva época y una gran oportunidad para mostrar en él, sin pudor y con cierto desparpajo, la nueva narrativa de una nueva España/Monarquía. En este sentido, lo que se pretendía definir como la esencia de España y sus orígenes se va a fijar y a exhibir en el mayor palacio de su tiempo. El programa iconográfico que lentamente se irá concretando en esta mole albea no dejará lugar a dudas acerca del mensaje que se pretendió transmitir.

      Esta sala de batallas, que empezó a proyectarse en 1747, tuvo la desventura de llegar inconclusa al año 1760 cuando se detuvo su instalación y factura a raíz del arribo a Madrid del nuevo monarca recién desembarcado desde el trono de Nápoles. Carlos III mandó parar el proyecto, desmontó los relieves ya colocados, y todas las obras se dispersaron y estas perdieron, por ende, su valor simbólico e iconográfico de conjunto, pasando a ser meros adornos sin contexto distribuidos entre estudios de artistas, la Academia de San Fernando y, más recientemente, en espacios subalternos del propio Museo del Prado. Más allá del secundario final de este programa iconográfico, lo que aquí nos interesa es la intencionalidad del rey y de Sarmiento al renovar hasta los cimientos mediante estos medallones y relieves la mirada histórica reflejada en el edificio más importante de la Corte, y por tanto en el aparato de propaganda y creación de imaginario colectivo más imponente de su tiempo: el Palacio de Oriente. Cambió el sujeto de la mirada, ya no es la casa Borbón, ni la de Austria, no son representaciones de las victorias de los hombres del rey. En ninguna de ellas aparece quien las encarga, lo que es una tremenda novedad como ya vimos respecto a espacios similares construidos por los Austrias. Cambia el espacio representado, se elimina la geografía bélica europea, flamenca, alemana e incluso panmediterránea, desaparece la estela del recuerdo de la dinastía anterior y sus ambiciones universalistas a las que se hace desaparecer de cuadros y esculturas. Ahora todos los temas acontecerán en los reinos conformadores de España, se traslada a la Península el teatro de operaciones bélico e histórico, mejor dicho, se trasladan a Aragón y medularmente a Castilla. Por eso ya no veremos nombres como Fleurus, Mülberg o Breda, sino Navas de Tolosa, Sevilla, Toledo, el Salado, Numancia, Sagunto y, como no podía ser de otra manera, Cuzco y México, ambas cortes virreinales, jurídicamente constituyentes de la corona castellana, dependientes de este reino y parte legítima del mismo según la legislación castellana. Por eso y por primera vez Cuzco y Tenochtitlan se sitúan a la altura simbólica de la recuperación para la cristiandad hispánica de Toledo, la vieja capital goda, de la derrota de los almohades magrebíes en las Navas de Tolosa o de la culminación de la recuperación del viejo suelo hispánico con la caída de los nazaríes granadinos. La toma para su cristianización y castellanización de la capital de los incas y la de los mexica-tenochcas no son la celebración de un botín de guerra, son episodios de la historia local del reino que se erigen en memoria colectiva, en vértebras articuladoras del ser histórico de España. Que se terminaran estas obras o no, no resta novedad y originalidad a esta pretendida nueva mirada tremendamente innovadora por “nacionalista”.

      La primera representación artística de la conquista de la capital mexica había esperado en vano más de dos siglos para poder exhibirse en un espacio de Estado en la Corte. Tendrá que esperar a que más de medio siglo más tarde el virreinato novohispano se separe de la monarquía católica, para que en algunos muros de los edificios públicos de España se dejase ver algún óleo decimonono representando, desde la mirada de la nueva nación desprendida del viejo imperio, el gran drama mesoamericano de 1521.

      La tradición de exaltar el “pacto de lealtad y de transmisión voluntaria de soberanía” al emperador Carlos por parte de Atahualpa y Moctezuma, y a su vez minimizar en el discurso iconográfico oficial las guerras de conquista como medio de incorporación de las Indias a Castilla, pudo más que el nuevo discurso historicista. Nunca se exhibirá la invasión castellana a mexicas e incas en la sede del trono. El relieve peruano se perdió y el mexicano nunca se terminó, quedó a medio