Название | Ni rosa ni azul |
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Автор произведения | Olga Barroso Braojos |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788426733276 |
Nuestros niños y niñas de hoy crecen en un mundo en el que se acaba de lograr que las mujeres sean consideradas inteligentes, capaces, fuertes y con la misma potencialidad que los hombres para desarrollar estas cualidades. Crecen en un mundo en el que se acaba de lograr que se considere normal y sano que un chico, que un hombre, llore; tan adecuado como si lo hace una chica o una mujer. Crecen en un mundo que acaba de asumir que la crianza de los hijos e hijas también es una tarea y una responsabilidad de hombres.
Estos logros son tan recientes que nuestros niños y niñas están expuestos a que se los pueda tratar o intentar educar con ideas que aún defienden unas diferencias que, empírica y científicamente, son inexistentes entre hombres y mujeres. De esta manera, las niñas, durante la educación primaria y secundaria, se pueden encontrar con que les digan que ellas no son tan buenas en matemáticas, que son más torpes en los deportes, o con los mapas, que no se les dan tan bien las ciencias como a los chicos, etc. O se pueden encontrar con que, cuando expresen su opinión o asuman liderar alguna tarea, sean menos atendidas, menos miradas y menos escuchadas que los niños.
¿Nos gusta como padres, como educadores, que a nuestras niñas se les transmitan estos mensajes? Y, peor aún, ¿nos gusta que los incorporen y que con ellos definan su identidad y se definan a sí mismas? ¿Nos gusta que nuestras niñas aprendan que son intelectualmente peores, de menor calidad que un niño? ¿Queremos que las niñas se conviertan en mujeres que no se sientan cómodas al tomar la palabra, liderar o ejercer la autoridad?
Si no queremos que aprendan esto, tenemos que empezar asumiendo que alguna vez van a recibir mensajes sobre la inferioridad femenina de manera implícita o explícita y que, por tanto, algo tendremos que hacer en nuestra educación hacia ellas para protegerlas de estos mensajes.
¿Y qué pasa con los niños?
Los niños, durante la educación primaria y secundaria, se pueden encontrar con que el trato que se les dé les arrebate su derecho a la vulnerabilidad y a la sensibilidad. Que se les diga: «Tú eres un hombre, así que tienes que ser siempre fuerte», «Tú eres un hombre, los hombres no expresan sus emociones, eso es de débiles».
A las niñas no les pasará esto, no se tendrán que enfrentar con que no las dejemos llorar, con que les censuremos que compartan su intimidad con una buena amiga, con que las ridiculicemos por ser emotivas, con que se les prohíba tácitamente expresar lo que sienten.
¿Nos gusta, como padres, como educadores, que a nuestros niños se les transmitan estos mensajes? Y, peor aún, ¿nos gusta que los incorporen y que con ellos definan su identidad y se definan a sí mismos? ¿Nos gusta que nuestros niños aprendan que no tienen derecho a vivir sus emociones, a expresar su sensibilidad, a derrumbarse, a pedir ayuda? ¿Que no tienen derecho, algunas veces, a no ser fuertes, a no saber qué hacer? ¿Queremos que a nuestros niños se les extirpe su capacidad de sentir, de cuidar, de empatizar, de ser sensibles?
Si no queremos que aprendan esto, tenemos que empezar asumiendo que muchas veces van a recibir mandatos para ser siempre duros, siempre los fuertes.
1.3 EXPLIQUEMOS A LOS NIÑOS Y NIÑAS NUESTRA HISTORIA
Nuestra historia está marcada por la tendencia de nuestros predecesores a progresar, a pasar del nomadismo al sedentarismo, a transformar pueblos en ciudades, a transformar creencias sin base empírica en creencias basadas en la ciencia, a crear diferentes manifestaciones artísticas... En definitiva, a una dinámica que nos lleva a generar más conocimiento y más tecnología.
Está marcada tristemente también por las guerras, por la ambición de unos países por los territorios y riquezas de otros, y por la discriminación a diferentes colectivos o culturas.
Nuestra historia contiene todo esto y, si queremos que nuestras nuevas generaciones sigan mejorando y no cometan lo errores que nos comprometimos a no repetir, es necesario acercarles toda esta información. Deben conocer que el país en el que viven no siempre estuvo en paz, que en él hubo una guerra civil —muy reciente y aniquiladora de nuestro progreso—, que el continente en el que viven no siempre estuvo formado por países que quieren llevarse bien y colaborar, sino que protagonizó guerras de las más sangrientas y largas. Que en nuestro pasado se persiguió y se mató a las personas por su color de piel y por su religión. Todas estas barbaries han existido y, para no volver a repetirlas nunca, las enseñamos en colegios y universidades. Sacamos a la luz que se exterminó a los judíos, a los gitanos, que se esclavizó a los africanos.
Pero, de la misma manera que enseñamos a nuestras nuevas generaciones todo esto, tenemos la obligación de enseñar que la historia de la que venimos consideró —no de 1914 a 1918, no de 1939 a 1945, sino del año 2000 a. C al año 1950, redondeando— que las mujeres eran ciudadanos inferiores y que, por tanto, no podían votar. Que las mujeres, la mitad de la población mundial, por el simple hecho no de su color de piel, sino de su sexo, han sido durante toda la historia discriminadas, privadas de los derechos civiles más básicos y, por supuesto, de su participación plena en la sociedad, quedando confinadas en el territorio de lo doméstico, entre las cuatro paredes de un hogar. Porque nuestra historia está profundamente marcada por esto.
Esta realidad de nuestro pasado, ¿por qué no se nos cuenta?, ¿por qué se pasa siempre de soslayo sobre ella, sin darle la entidad sociológica que tiene?, ¿no es hora dejar de silenciarla, sobre todo si queremos erradicarla?
En el tiempo en el que escribo este libro, mayo de 2020, estamos sufriendo una pandemia mundial a causa de la COVID-19. En 1918, todo el mundo fue golpeado por la denominada gripe española, una pandemia causada por un brote del virus influenza A. Fue la pandemia más devastadora en la historia humana dado el número de muertes que causó: en un solo año mató entre veinte y cuarenta millones de personas. Lo que también llama poderosamente la atención es la similitud de tal infección con la situación que estamos viviendo ahora a causa del coronavirus. En 1918 terminaba la Primera Guerra Mundial, hecho que es bien conocido por todos. En ese mismo año empezaba la mayor pandemia de nuestra historia, fenómeno que apenas nos resulta conocido porque, a diferencia de la Primera y Segunda Guerra Mundial, casi no se nos ha hablado de él. Tal vez si lo hubiéramos estudiado más, si lo hubiéramos tenido más presente, la crisis sanitaria que sufrimos actualmente hubiera podido ser algo menor, o nos hubiéramos podido dar cuenta antes de que estábamos a las puertas de una grave pandemia. Esto son elucubraciones, sin duda; pero, desde luego, conocer nuestra historia nos puede preparar para los hechos que a lo largo de ella, lamentablemente, se repiten.
Afortunadamente, en nuestra sociedad española dudo mucho que se vuelva a prohibir a las mujeres que voten o que trabajen, o que se les vuelvan a arrebatar derechos civiles básicos. Pero, como explicábamos en el apartado anterior, las mujeres y las niñas hoy somos golpeadas por la herencia de ese pasado en el que se nos consideraba inferiores. Si no conocemos de dónde vienen esos golpes, ni por qué se producen, nos será más difícil verlos, reconocerlos y trabajar para eliminarlos hasta que llegue ese gran día en el que se hayan extinguido.
Por otro lado, las mujeres con su lucha consiguieron dar la vuelta a la historia, consiguieron revertir esta situación de discriminación y ganarse su consideración como seres con los mismos derechos que los hombres; no como opresoras de los hombres, no como mejores que los hombres, sino como sus iguales. De la misma manera que se estudian las grandes revoluciones, de la misma manera que alabamos y ensalzamos la Revolución francesa porque liberó al pueblo francés de un rey opresor, por su aporte a los valores humanos con su célebre liberté, égalité, fraternité, ¿por qué no reconocer el mérito de una revolución mayor, la revolución de las mujeres, que liberó a la mitad de la población y le garantizó los derechos fundamentales? Un hecho de esta magnitud debería narrarse a los niños y a las niñas, debería reconocerse su aporte humano y su valor para el