Ni rosa ni azul. Olga Barroso Braojos

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Название Ni rosa ni azul
Автор произведения Olga Barroso Braojos
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788426733276



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como me gusta denominarlo. Pongamos un ejemplo. Un bebé niño de un año y dos meses, que ha aprendido a andar recientemente, está con un grupo de adultos y no para de moverse. Su madre dice: «Es que está que no para desde que ha aprendido a andar, todo el día así, me tiene reventada». Uno de los adultos del grupo le responde a la madre: «Claro, mujer, ya se sabe que los chicos necesitan mucho movimiento porque son muy inquietos, si tuvieras una niña eso no te pasaría, sería más tranquila». Este es un ejemplo de cómo opera el mecanismo de etiquetado diferenciado automático de este adulto. Rápidamente, sin reflexión, de manera automática, este adulto ha puesto una etiqueta al comportamiento del bebé y al porqué de su comportamiento, basada no en variables propias de ese bebé, sino en estas creencias históricas sobre lo que supone ser un individuo XY.

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      Este mecanismo de etiquetado diferenciado automático es muy poderoso; tanto que, a veces, puede producir situaciones como esta. Mi hija no lleva pendientes, decidimos no ponérselos porque nos parecían incómodos. Ella empezó a andar bastante precozmente; a los once meses caminaba ya perfectamente, con estabilidad y con soltura. Un día en el parque, estaba caminando, vestida de gris con ropa que habíamos heredado del hijo de unos amigos, cuando se dispuso a intentar trepar por una roca. Una madre que estaba también en el parque con sus hijas me dijo: «Cómo se nota que es un niño, los niños siempre arriesgándose y tratando de superarse. Muy bien hecho, bonito». «¿Por qué has pensado que es un niño?», le pregunté yo intrigada (sí, deformación profesional). «Pues sobre todo porque no lleva pendientes». El que mi hija no llevara pendientes y escalara una roca, automáticamente hizo que esta mujer pensara que era un niño. Y, a partir de ahí, se puso en marcha el etiquetado diferenciado automático para explicar cómo era mi bebé y animarle a que siguiera con lo que estaba haciendo porque lo consideraba adecuado. Me hubiera encantado ver qué hubiera pasado si mi hija hubiera llevado pendientes y hubiera ido toda vestida de rosa. Tal vez se hubiera llevado un comentario distinto, alguna vez le ha pasado, del tipo: «Anda, deja de trepar tanto, que no es adecuado para una niña».

      A todos los bebés, cuando empiezan a andar, les encanta esa nueva sensación de estar erguidos y de poder desplazarse de este modo; quieren hacerlo una y otra vez. Niños y niñas sienten una fuerte inclinación a caminar, a ir de aquí para allá, aunque también hay bebés que son más tranquilos. Esta tendencia a la tranquilidad o al movimiento no la define el sexo, sino las características propias de ese bebé y la estimulación y refuerzos que se le ofrezcan. Si una bebé niña es criada por adultos que aplican el etiquetado diferenciado automático de manera muy intensa, le dirán muchas veces: «Tú eres una niña, las niñas no se mueven tanto, a las niñas os gusta estar tranquilitas». Le sonreirán, le mostrarán agrado cuando haga actividades catalogadas como «de niñas» y le pondrán sutiles —pero perceptibles— malas caras o expresiones de no agrado hacia ella cuando tenga comportamientos catalogados como «de niños». Así, su niña dejará progresivamente de hacer aquello que la aleja de conseguir el reconocimiento y afecto de sus personas queridas. Si esto sigue así, puede que esa niña, a los 4 años, en el parque en lugar de correr y trepar por las rocas se quede sentadita en el arenero jugando a hacer comiditas. Si una persona adulta viera a esa niña en ese momento concreto, podría decir: «Claro, juega a comiditas porque es una niña y las niñas son más tranquilas». Esta persona adulta encontrará, además, un dato confirmatorio a la creencia «las niñas son menos movidas que los niños» cuando, en realidad, esta niña no era más tranquila que la media de los niños coetáneos a ella, sino que se la ha hecho más tranquila.

      Este mecanismo por el que se etiqueta de manera diferenciada a niños y niñas es aplicado desde el principio de su vida, desde que son bebés y a lo largo de todo el desarrollo; incluso se aplica a los adultos. Todos tendremos ejemplos a nuestro alrededor. Este mecanismo está dirigido por los estereotipos de género, que son el resultado de la condensación en una máxima de las creencias históricas que definen a los hombres como individuos con características psicológicas basadas en la fuerza, la valentía, la acción y la inteligencia, y a las mujeres como individuos con características psicológicas basadas en la debilidad, la emotividad, la tendencia al cuidado y la pasividad.

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      Durante varias décadas, la psicología se ha interesado por este mecanismo y se han realizado muchas investigaciones que demuestran tanto su existencia como su temprana y extendida aplicación. En el siguiente epígrafe recogemos algunas de las más relevantes.

      En 1974 se publicó en el American Journal of Orthopsychiatry el artículo «El ojo que mira: la visión de los progenitores sobre el sexo del recién nacido». En él se explicaba el siguiente experimento: se entrevistó a treinta parejas de padres al día siguiente de haber tenido a su primer bebé. Los bebés eran de idéntico peso y talla. Sin embargo, los padres de bebés niñas las definían como «pequeñitas», «monas», «de rasgos finos»; y los padres de bebés niños se referían a ellos como «grandes», «fuertes», «de rasgos marcados». Los bebés eran muy parecidos, prácticamente idénticos en tamaño y complexión; sin embargo, los estereotipos presentes en sus padres habían activado su mecanismo de etiquetado diferenciado automático y con él estaban viendo en sus bebés rasgos «de niña» y rasgos «de niño» que solo estaban en su mente. Estos rasgos influirán en su manera posterior de educar a esos bebés.

      En 1976, en Child Development, se publicó el artículo «Diferencias sexuales, un estudio del ojo que mira». En él se describía el siguiente experimento: se proyectaba un vídeo a un grupo de estudiantes en el que se veía a un bebé de nueve meses jugando, que en algunos momentos lloraba. A la mitad del grupo se le dijo que se trataba de una niña y a la otra mitad se le dijo que el bebé era un niño. Cuando se le preguntaba a la mitad del grupo que creía que el bebé era niña por qué había llorado, sus componentes respondían «porque tiene miedo». Cuando se hacía la misma pregunta a la mitad del grupo que creía que el bebé era niño, sus componentes respondían «porque está enfadado». Todos habían visto al mismo bebé, pero en la cabeza de los espectadores se había visto un bebé diferente en función de si consideraban que era niño o niña.

      Se había visto un bebé fuerte si se pensaba que era niño o un bebé frágil si se pensaba que era niña. Los estereotipos de género habían hecho su trabajo. El legado de nuestra historia actuando una vez más.

      También recomendamos esta miniserie de la BBC llamada No more boys and girls: can our kids go gender free?, que explora a fondo cómo los adultos seguimos educando a los niños y niñas con los estereotipos de género.

      Kevin Diter en su artículo «L’ amour c’est pas pour les garçons» (El amor no es para niños) recoge los datos de una investigación en centros educativos. Durante su investigación detectó que el personal educativo no solía reprender a los niños y niñas que se reían de niños varones a los que se consideraba demasiado sentimentales, y tampoco los castigaba si los insultaban.

      En el artículo «La vinculación de la educación y el género», de M. Castillo y R. Gamboa, publicado en 2013 en Actualidades Investigativas en Educación, se pone de manifiesto cómo los docentes siguen dando más la palabra y prestando