Ni rosa ni azul. Olga Barroso Braojos

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Название Ni rosa ni azul
Автор произведения Olga Barroso Braojos
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788426733276



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con remoción de los obstáculos y estereotipos sociales que impiden alcanzarla.

      A lo largo de nuestra historia, las mujeres no han sido reconocidas como iguales a los hombres ante la ley porque han sido consideradas individuos con menos capacidades, menos valiosas y, por ello, no merecedoras de los mismos derechos. Este es nuestro pasado como civilización. Y este es el motivo por el cual todo nuestro ordenamiento jurídico actual, nacional, europeo e internacional ha tenido que crear herramientas legales para establecer y explicitar la igualdad de hombres y mujeres. Herramientas con las que cambiar la visión y definición de las mujeres como seres inferiores y sin derechos. Si queremos entender el mundo de hoy, tenemos que tener presente este hecho, así como si queremos explicar correctamente el pasado a nuestros niños y niñas.

      A nuestras espaldas tenemos cuatro mil años de civilización, de los que solo en los últimos cien —redondeando— las mujeres han sido consideradas individuos iguales que los hombres ante la ley. Para conseguir la igualdad es importante reconocer esta realidad, pero más aún conocer su causa; evidenciar y sacar a la luz esta consideración de las mujeres como diferentes —y definidas, en esta diferencia, como inferiores y no merecedoras de los mismos derechos—. Durante tres mil novecientos años, las diferentes culturas precursoras de nuestra sociedad defendieron, mayoritariamente, que las mujeres y las niñas eran inferiores a los hombres intelectual, física y moralmente.

      Sin ir más lejos, en España, hasta 1975 (en concreto, hasta que se aprobó la Ley 14/1975, que abordaba la reforma de determinados artículos del Código Civil y del Código de Comercio), no se permitió a las mujeres algo tan básico como abrir una cuenta bancaria. Hasta ese momento, los requisitos legales para hacerlo eran ser hombre, ser mayor de edad y tener el documento de identidad en vigor. Que la mujer pueda disponer de su dinero es algo que hemos alcanzado en nuestro país hace, a día de hoy, solo cuarenta y cinco escasos años. Y hasta la entrada en vigor de la Ley de Relaciones Laborales en 1976, las mujeres necesitaban una autorización de su marido para conseguir un empleo.

      En muchos países, los derechos civiles de hombres y mujeres aún no son los mismos. El informe de ONU Mujeres «El progreso de las mujeres en el mundo de 2011-2012» sacó a la luz que, en ese momento, de los 195 países del mundo, solo en 115 las mujeres gozaban de igualdad de derechos para poseer una propiedad, y solo en 93 tenían derechos de herencia igualitarios.

      En cuanto a educación se refiere, en nuestro país no es hasta 1970, con la aprobación de la Ley General de Educación, cuando los niños y las niñas, por ley, estudian los mismos contenidos y su educación es obligatoria hasta los 14 años. Con anterioridad, desde 1857 hasta 1970, estuvo en vigor la Ley de Instrucción Pública (conocida como la Ley Moyano, por ser este su creador), que obligaba a niños y niñas a realizar la etapa de primera enseñanza (dividida en elemental y superior) en escuelas distintas y con contenidos distintos. En la etapa elemental, ambos sexos estudiaban religión, historia, lectura, escritura, ortografía, gramática y aritmética; pero los niños estudiaban, además, «breves nociones de agricultura, industria y comercio», y las niñas «labores propias de su sexo». En la etapa superior, los niños estudiaban «nociones generales de física y de historia natural acomodadas a las necesidades más comunes de la vida» y las niñas estudiaban «ligeras nociones de higiene doméstica».

      Y ¿cómo era la situación en materia educativa antes de 1857?

      Hasta el siglo XVI existió una prohibición explícita a las niñas a acceder a la educación formal.

      Durante el reinado de Carlos III, comenzó la preocupación por la educación de todas las clases sociales, incluyendo a grupos tradicionalmente marginados como las mujeres, los habitantes de los campos y los trabajadores de las ciudades. Esta política se convirtió en uno de los principales objetivos educativos de Carlos III, e incentivó la presencia de las niñas en las escuelas de primeras letras mediante la aprobación del Reglamento para el establecimiento de escuelas gratuitas para niñas de 1783. Esta apuesta por la educación surge al comprobar que era necesario formar a la población para mejorar el desarrollo económico del país. La visión de la educación era completamente utilitarista: se quiso reformar el sistema educativo tradicional para modernizar España.

      Aunque a lo largo del siglo XVIII la legislación cambió y se permitió que las niñas acudieran a las escuelas de primeras letras, en la práctica este acceso autorizado ya a las niñas, al no ser obligatorio, no se hizo efectivo. ¿El motivo? Que se seguía considerando, mayoritariamente, a las niñas carentes de la inteligencia suficiente. Su existencia se justificaba como complemento del hombre y era útil solo para asumir las tareas domésticas y el cuidado de la familia.

      Con la llegada de la Ley Moyano, setenta y cuatro años después, ya sí se obliga —no solo se recomienda— a las niñas a ir a la escuela, pero con el objetivo de educarlas para que desempeñen mejor los roles que se consideran propios de ellas: amas de casa, esposas y madres. De nuevo, esto cambió en 1970, es decir, hace escasos cincuenta años.

      Para cambiar estas injusticias, para conseguir los mismos derechos que los hombres, las mujeres, con el apoyo de algunos hombres igualitarios, tuvieron que organizarse y luchar mucho.

      Lucharon para poder ser consideradas inteligentes, tan capaces como los hombres y poder, así, estudiar. Para que se asumiera que su papel en el mundo no solo era cuidar de la casa, de la familia y de la descendencia. Lucharon, después, para poder trabajar y, más adelante, para poder hacerlo en profesiones que se consideraban de hombres. Lo consiguieron y nos lo consiguieron. Todos estos logros se alcanzaron, gracias a ellas, en nuestro país y en Europa, hace escasos cien años. Anteriormente, la vida de las mujeres y de las niñas era una vida como ciudadanas de segunda y, en gran parte de la historia, ni siquiera como ciudadanas. Este es nuestro pasado y nuestros niños y niñas de hoy llegan a un mundo que tiene esta historia.

      El pasado influye en el presente. Cuando una sociedad tiene un pasado que ha defendido dura y extensamente la desigualdad entre hombres y mujeres, en su presente habrá muchos obstáculos para alcanzar la igualdad. Uno de los más poderosos es la costumbre. Esta empuja fuerte, por lo que para alcanzar la igualdad real es imprescindible legislar y desarrollar actuaciones concretas que cambien lo que se ha pensado, dicho y hecho durante tanto tiempo. Un ejemplo claro es el que analizábamos anteriormente: aunque en España a partir del siglo XVIII se permitía escolarizar a las niñas, la realidad era que no se las llevaba al colegio. No se las escolarizó generalizadamente hasta que la ley obligó a hacerlo porque, a pesar de que se podía, se seguía pensando sobre ellas como se había venido defendiendo durante tantos años atrás.

      Actualmente, aunque la igualdad legal entre hombres y mujeres se haya conseguido, la influencia de este pasado tan largo sigue siendo fuerte y sigue dificultando que la igualdad legal se haga real en el funcionamiento social. Este pasado hace que las reacciones de los adultos ante el mismo comportamiento infantil no sean iguales si quien lo emite es un niño o una niña. Analizaremos esto en profundidad en el próximo capítulo. Este pasado hace que las niñas tengan que esforzarse más que los niños para alcanzar los mismos éxitos. Que a las niñas se les ponga difícil participar en actividades consideradas «de niños» y que a los niños se les ponga difícil participar en actividades consideradas «de niñas». Que a las niñas se les regalen más juguetes catalogados como «de niñas» y a los niños se les regalen privilegiadamente juguetes catalogados como «de niños». Hace que aún sigamos creyendo que hay actividades «de niños» y actividades «de niñas» y juguetes «de niños» y juguetes «de niñas». Este pasado explica por qué aún hoy en sociedades legalmente igualitarias las mujeres, en muchas empresas, aun realizando el mismo trabajo que un hombre, cobran menos; por qué el tiempo de trabajo doméstico que dedica una mujer, que trabaja las mismas horas que su marido fuera de casa, sigue siendo notablemente superior; por qué los puestos de poder están fundamentalmente ocupados por hombres; y un largo etcétera.

      Para educar adecuadamente a niños y niñas, tenemos que hacernos conscientes de todo esto; de que el mundo en el que van a vivir aún no es igual para unos que para otras