Название | La noche del océano y otros cuentos |
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Автор произведения | Robert H. Barlow |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788494925047 |
Así fue como, a la luz de las antorchas, se reunieron cien de los hombrecillos, preparados para combatir al maligno en su fortaleza escondida. Al caer la noche, empezaron a marchar en columnas desiguales hacia las laderas bajo los fulgentes rayos lunares. Ante ellos brillaba una nube ardiente con claridad entre el crepúsculo morado; una guía hacia su objetivo.
En aras de la verdad debe constar que su moral había decaído enormemente mucho antes de que hubieran avistado al enemigo y, a medida que la luna se fue atenuando y la llegada del alba se anunciaba con llamativas nubes, desearon más que nunca estar en casa, hubiera o no dragón. Sin embargo, cuando el sol surgió se animaron ligeramente y, cambiando de posición sus lanzas, caminaron con dificultad, pero resueltos, la distancia restante.
Nubes de humo acre colgaban como cortinas del mundo, oscureciendo el nuevo sol y alimentadas constantemente por hoscos resoplidos del hocico del monstruo. Pequeñas lenguas de airadas llamas hacían que los habitantes de Laen se desplazasen rápido entre las abrasadoras piedras.
—Pero ¿dónde está el dragón? —susurró uno, con temor y esperando que no aceptase la pregunta como una invitación. En vano buscaron: no había nada lo suficientemente sólido como para matarlo.
Así pues, cargándose las armas al hombro, volvieron a casa cansados y erigieron una tablilla de piedra a tal efecto:
Al ser molestados por un fiero monstruo, los valientes ciudadanos de Laen fueron en su búsqueda y lo mataron en su terrible guarida, salvando así la tierra de un destino espantoso.
Costaba leer estas palabras cuando desenterramos la piedra de entre las profundas y antiguas capas de lava incrustada.
Los ojos del dios
El ladrón se desplazaba en silencio por la enorme estancia sombría. Era tarde y, aunque estaba convencido de que los guardas del museo se habían ido, excepto por el vigilante inconsciente al que había atizado, era lo bastante prudente como para resguardar su linterna de bolsillo. Las muchas figuras talladas proyectaban sombras retorcidas y fantásticas en la pared a medida que se movía. En esa exposición se reunían ídolos de los confines de la tierra. Bastos eikon africanos, que no eran más que leños mal talados, y monstruosidades de la India de elaborados adornos. Grotescas y achaparradas imágenes de cerámica del viejo México, codo con codo con delicadas estatuillas translúcidas de ámbar y jade de la China. Sin embargo, vagaba sigilosamente entre estas en busca de la última adquisición: un dios de ébano con dos enormes diamantes por ojos. Tenía duplicados exactos de engrudo; resultaría fácil sustituirlos y huir antes de que se descubriera. Mientras escudriñaba metódicamente cada cara, por la mente del ladrón cruzaron pensamientos de la curiosa muerte de su donante, que se la había arrebatado furtivamente a sus devotos seguidores en el punto álgido de su desagradable poder, y de las profundas huellas del jardín la noche de la extraña muerte del hombre. ¿Qué se suponía que le hacía la luna llena? Ah, sí… Le daba vida. Qué cosas creían esos nativos.
Con el tiempo, una creciente aprensión hizo que se detuviera a preguntarse si se habían anticipado a su visita y habrían trasladado las joyas a un lugar seguro. Pensaba que era improbable. Una pieza tan nueva e interesante seguro que se mostraría al público, al menos por un tiempo. Su luz cayó sobre una pesada base de madera con un círculo de polvo que mostraba que se había desocupado recientemente. Unos arañazos mostraban débilmente adónde se había arrastrado el ocupante desaparecido por el umbral. Si ese ocupante era el dios que buscaba, tales arañazos lo conducirían a su escondrijo. Trazó las marcas indeciso. Era raro que el conservador del museo hubiera movido la efigie. Tal vez, pensó nervioso, lo esperase un policía al otro lado del arco. Cuando pasó a la sala colindante, advirtió la luna llena en el cielo…
Recorte del Daily Express:
(…) El hombre, que evidentemente era un saqueador en busca de los ojos de joyas, se encontró muerto esta mañana en la sala de los indios americanos, con el ídolo encima.
La policía aún no sabe cómo lo movió, pues pesa casi trescientos kilos…
La batalla que acabó con el siglo
(Mensaje hallado en una máquina del tiempo) Con H. P. Lovecraft
En la víspera del año 2001, una enorme multitud de espectadores interesados se hallaba presente entre las románticas ruinas del Garaje de Cohen, en lo que antes era Nueva York, para presenciar un encuentro pugilístico entre dos campeones renombrados del firmamento de las historias extrañas: Bob Bíceps, el Terror de las Llanuras, y Bernie K.O., el Lobo Salvaje de West Shokan. El Lobo acababa de terminar su curso de entrenamiento físico por correspondencia, vendido por el señor Arthur Leeds. Antes del combate, el venerado lama tibetano Bill Lum Li auguró el resultado evocando al dios serpiente primigenio de Valusia y halló señales inconfundibles de victoria en ambas partes. Wladislaw Brenryk vendía profiteroles descuidadamente, mientras que los participantes recibían cuidados de los cirujanos oficiales: los doctores D. H. Killer y M. Gin Brewery.
El gong se tocó a las 39 h, tras lo cual el aire se tiñó de rojo por la sangre derramada en el combate, que el poderoso matarife de Texas arrojaba profusamente. Muy pronto hubo los primeros daños: dientes aflojados en ambos contendientes. Uno, que saltó de la boca del Lobo tras un golpe fortuito de Bíceps, describió una parábola hacia Yucatán; los señores A. Hijacked Barrell y G. A. Scotland lo recuperaron en una apresurada expedición. Este incidente fue utilizado por el eminente sociólogo y antiguo poeta Frank Chimesleep Short, Junior, como base para una balada de propaganda proletaria con tres versos intencionadamente imperfectos. Mientras tanto, un potentado de un reino vecino, el Efejota de Akkamin —que también se conocía a sí mismo como crítico aficionado—, expresó su frenético disgusto ante la técnica de los combatientes, al mismo tiempo que vendía fotografías de los luchadores —con él mismo en primer plano— a cinco centavos cada una.
En el segundo asalto, la potente derecha del borrachín de Shokan atravesó las costillas del tejano y se enredó en vísceras varias, lo que permitió que Bíceps encajase varios golpes significativos en la barbilla desprotegida de su oponente. A Bob le molestó enormemente la afeminada aprensión mostrada por varios espectadores a medida que músculos, glándulas, casquería y trocitos de carne salpicaban más allá del ring. Durante este asalto, la eminente anatomista M. Blunderage, que ocupaba portadas de revistas, retrató a los combatientes como un par de nudistas animados tras un fino velo de humo de tabaco convenientemente situado, mientras que el difunto C. Half-Cent proporcionó un boceto de tres chinos ataviados con sombreros de seda y botas de agua, pues tal era su original concepto de la contienda. Entre los bosquejos hechos por aficionados se encontraba uno del señor Goofy Hooey, que luego se hizo famoso en la exposición cubista anual como —Abstracción de un pudin erradicado—.
Durante el tercer asalto, el combate se volvió hostil de verdad: el monstruo de Shokan desprendió total o parcialmente varias orejas y otros accesorios del luchador fronterizo. Algo irritado, Bíceps contraatacó con varios golpes excepcionalmente virulentos, con los que arrancó muchos fragmentos de su agresor, quien siguió luchando con sus miembros restantes. En este punto, el público dio muestras de gran excitación nerviosa; los casos de pisoteos y derramamiento de sangre fueron frecuentes. Los más entusiastas quedaron bajo la custodia de Harry Brobst, del Hospital de Enfermedades Mentales Butler.
El señor W. Lablache Talcum informó de todo el asunto, y cuyo texto revisó Horse Power Hateart. A lo largo del acontecimiento, el señor conde de Erlette tomó notas para un ciclo de novelas de 200 tomos al estilo de Proust, que se titularía Mañana en septiembre, y contaría con ilustraciones de la señora Blunderage. J. Caesar Warts entrevistó con frecuencia a ambos contendientes personalmente, así como a todos los espectadores más importantes; obtuvo como recuerdos —tras un encarnizado forcejeo con Efejota— un cuarto de costilla autografiado de Bíceps, en excelente estado, y tres uñas del Lobo Salvaje. Los efectos de luz los proporcionaron los Laboratorios de Pruebas Eléctricas, bajo la supervisión de H. Kanebrake. El cuarto asalto se prolongó ocho horas a petición del artista oficial, el señor H. Wanderer, que deseaba añadir ciertos matices de fantasía a su representación de la fisionomía mermada del Lobo, entre los que se contaban