Obras escogidas de Ireneo de Lyon. Alfonso Ropero

Читать онлайн.
Название Obras escogidas de Ireneo de Lyon
Автор произведения Alfonso Ropero
Жанр Документальная литература
Серия Obras Escogidas Patrística
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9788416845095



Скачать книгу

preparado con un arte indecible; y del Salvador en fin, es decir, de la paloma que descendió sobre él.

      Este Salvador perseveró impasible –porque no podía sufrir, siendo inasible e invisible–; y por eso, cuando Cristo fue llevado donde Pilato, el Espíritu, que había sido depositado en él, le fue arrebatado. Más aún: dicen que no sufrió nada tampoco la simiente procedente de la Madre, porque también ella era impasible y espiritual, e invisible incluso para el Demiurgo mismo. Por lo tanto no sufrió, según ellos, más que el Cristo psíquico y aquel que fue establecido según la “economía”; este doble elemento sufrió “en el misterio”, a fin de que, a través de él, la Madre manifestara la figura del Cristo de arriba, que se tendió sobre la Cruz y formó a Acamoth con una formación según la sustancia. Porque, tal como ellos dicen, todas las cosas de aquí abajo son figuras de las cosas de arriba.18

      3. Las almas, que poseían la simiente procedente de Acamoth, eran, según ellos, mejores que las demás: por eso el Demiurgo las amaba más, sin saber la razón de su superioridad, sino imaginándose que eran tales gracias a él. Y así las ponía como profetas, sacerdotes y reyes.

      Cuentan que muchas palabras fueron dichas por esta simiente por boca de los profetas, porque era de una naturaleza superior. Mas afirman que la Madre ha dicho también ella un gran número de cosas de arriba; pero por medio del Demiurgo y por medio de las almas creadas por él. A causa de ello dividen las profecías diciendo que una parte de ellas procede de la Madre, otra de la simiente, y otra, en fin, del Demiurgo. Afirman también que algunas palabras de Jesús procedían del Salvador, otras de la Madre, otras en fin del Demiurgo, tal como mostraremos en el trascurso de nuestra disertación.

      4. El Demiurgo, que ignoraba las realidades de arriba, quedaba muy conmovido con las palabras en cuestión, sin embargo las menospreció atribuyéndoles tanto una causa como otra; ya el espíritu profético, que tuvo también su propia conmoción, ya el hombre, ya una mezcla de elementos inferiores. Permaneció en esa ignorancia hasta la venida del Salvador. Tan pronto como llegó éste, el Demiurgo, según ellos, aprendió de él todas las cosas, y muy contento se unió a él con todo su poder. Era el centurión aquel del Evangelio, que decía al Salvador: “Tengo bajo mis órdenes soldados y siervos que hacen lo que yo les ordeno” (Mt. 8:9; Lc. 7:8).

      Él realizaría la economía correspondiente a la creación del mundo, hasta el tiempo oportuno, sobre todo a causa del cuidado de la Iglesia, del que se hace cargo, y también a causa del conocimiento del premio que le está preparado, que consistirá en ser trasladado al lugar de la Madre.

      5. Dicen que hay tres clases de hombres: pneumáticos19 (espirituales), psíquicos (anímicos) e hílicos (materiales), tal como fueron Caín, Abel, y Set,20 porque a partir de éstos quieren establecer la existencia de tres naturalezas, que se encuentran no en un solo individuo, sino en el conjunto del género humano.

      El elemento material irá a parar a la corrupción. El elemento psíquico, en caso de elegir lo mejor, descansará en el lugar Intermedio; pero, si eligiere lo peor, volverá a ser algo semejante a lo que es. En cuanto a los elementos espirituales, que siembra Acamoth desde el principio hasta ahora en las almas “justas”, después de haber sido instruidos, alimentados aquí abajo –porque han sido emitidos muy pequeñitos– cuando sean considerados ya dignos de la “perfección”, serán entregados como esposas, según ellos, a los Ángeles del Salvador, en tanto que sus almas irán necesariamente al lugar del Intermediario, para descansar allí eternamente con el Demiurgo. Las almas mismas, según ellos, se subdividen en dos categorías:

      Las que son buenas por naturaleza y las que son malas también por naturaleza.

      Las buenas son aquellas que son capaces de recibir la simiente; por el contrario, las que son malas por naturaleza no pueden de ninguna manera recibir esa simiente.

      Argumentación bíblica de los gnósticos

      1. Tal es la doctrina, que ni los profetas han predicado, ni el Señor ha enseñado, ni los apóstoles han transmitido, cuyo conocimiento se jactan de haberlo recibido más excelente que todos los demás hombres.

      Alegando textos que no figuran en las Escrituras y empleando, como se dice, trenzas de cuerdas hechas de arena, se esfuerzan por acomodar a sus dichos de una manera plausible tanto las parábolas del Señor como los oráculos de los profetas y las palabras de los apóstoles, a fin de que su ficción no aparezca desprovista de autoridad, trastornando la disposición y la trabazón de las Escrituras y, en cuanto depende de ellos, dislocando los miembros de la verdad.

      Transfieren y trasforman y, haciendo una cosa de otra, seducen a muchos por medio del fantasma inconsistente que se forma de las palabras del Señor así acomodadas. Es como si del auténtico retrato de un rey, realizado con gran esmero por un hábil artista de piedras preciosas, alguien, para borrar los rasgos del rostro, cambiara la disposición de las piedras, de manera que hiciera aparecer la imagen torpemente dibujada de un perro o de un zorro, y declarara después que ese es el auténtico retrato del rey, creado por el artista original. Y mostrando las piedras –las mismas que el primer artista había dispuesto hábilmente para dibujar los rasgos del rey, y que el segundo vino a cambiar inadecuadamente en la imagen de un zorro–, por el brillo de ellas, llegara a engañar a los simples, es decir, a los que ignoraran los rasgos del rey, y les persuadiera de que esa detestable imagen del zorro es el auténtico retrato del rey. Así también estas gentes, después de haber unido entre sí los cuentos de viejas (1ª Ti. 4:7), arrancando de aquí y de allí textos, sentencias y parábolas, pretenden acomodar a sus fábulas las palabras de Dios. Nosotros ya hemos hecho notar los pasajes escriturarios que ellos relacionan con los acontecimientos acaecidos en el Pleroma.

      2. He aquí ahora los textos, que ellos tratan de aplicar a los acontecimientos ocurridos fuera del Pleroma. El Señor, dicen ellos, vino a su Pasión “en la plenitud de los tiempos” (1 P. 1:20), para mostrar la pasión acaecida en el último de los eones y para dar a conocer por su fin, cuál fue el fin de la producción de los eones.

      La niña de doce años, hija del jefe de la sinagoga, que el Señor, de pie junto a ella, rescató de entre los muertos (Lc. 8:41-42), era, según ellos, la figura de Acamoth, a la que su Cristo, clavado en la Cruz, formó y llevó para que conociera la Luz que la había abandonado. Que el Salvador ha aparecido a Acamoth, cuando se encontraba fuera del Pleroma en estado de aborto todavía, lo atestigua Pablo, según ellos, en su primera carta a los Corintios con estas palabras: “Y después de todos, como a un abortivo también se me apareció a mí” (1ª Co. 15:8). Esta venida del Salvador a Acamoth, acompañado de sus coetáneos, está manifestada igualmente por Pablo en la misma carta, donde dice: “la mujer debe llevar en la cabeza una señal de sujeción a causa de los ángeles” (1ª Co. 11:10).

      Que, al acercarse el Salvador a ella, Acamoth se ha cubierto con un velo por reverencia, lo cual fue dado a conocer por Moisés, cubriéndose la cara con un velo (Éx. 34:33-35; 2ª Co. 3:13).

      Dicen que el Señor ha manifestado las pasiones sufridas por Acamoth. Así, cuando dijo en la Cruz: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt. 27:46), manifestó que la Sabiduría había sido abandonada por la Luz y fue impedida por el Límite para que avanzara.

      Hizo conocer también la tristeza de esta misma Sabiduría, al decir: “Mi alma está llena de tristeza” (Mt. 26:38); su temor, al decir: “Padre, si es posible, pase de mí este cáliz” (v. 39), su angustia, de la misma manera, diciendo: “No sé qué decir” (Jn. 12:27).

      3. Enseñan que el Señor ha dado a conocer a tres clases de hombres de la manera siguiente: al hombre hílico (terreno), cuando al que le decía: “Te seguiré”, le respondió: