¡No valga la redundancia!. Juan Domingo Argüelles

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Название ¡No valga la redundancia!
Автор произведения Juan Domingo Argüelles
Жанр Учебная литература
Серия Studio
Издательство Учебная литература
Год выпуска 0
isbn 9786075572475



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y “escritoras varones”? ¿Dónde están? ¿Quiénes son? Ni siquiera en los casos de Fernán Caballero y George Sand, seudónimos respectivos de la escritora española Cecilia Böhl de Faber y Ruiz de Larrea (1796-1877) y de la francesa Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant (1804-1876) podemos decir o escribir que se trata de “autoras o escritoras masculinas” o de “autoras o escritoras hombres”; sus seudónimos son masculinos, pero éstos no anulan sus condiciones, características y esencias femeninas: son mujeres, aunque utilicen (por las razones que a ellas convengan) seudónimos de varones. Por ello, también, en consecuencia, es redundancia bruta decir y escribir “autoras femeninas”, “escritoras femeninas”, “autoras mujeres” y “escritoras mujeres”, pues todas (las que escriben y publican) lo son, sin excepción. En todo caso, no todas son “autoras feministas” o “escritoras feministas”. En relación con los varones, casi nadie comete la redundancia de decir y escribir “autor masculino”, “escritor masculino” y “escritor hombre” ni mucho menos cae en el sinsentido de referirse a “autores o escritores femeninos”. ¿Por qué, entonces, en el ámbito culto, la gente no se percata de que decir y escribir “autoras femeninas”, “escritoras femeninas” y, en el colmo del desbarre, “autoras mujeres” y “escritoras mujeres”, constituyen redundancias brutas? Con decir y escribir “autoras”, con decir y escribir “escritoras” ya está dicho y escrito todo, que es como decir y escribir “antropólogas”, “arquitectas”, “bailarinas”, “diseñadoras”, “dramaturgas”, “pintoras”, “psicólogas”, “sociólogas”, etcétera, según sean los oficios o profesiones de las mujeres.

      Son desbarres cultos, como ya advertimos, y a veces los cometen las propias mujeres en aras de la autoafirmación. Es propio del medio académico, y se ha extendido al periodismo impreso y, por supuesto, a internet. En el sitio de la Dirección General de Bibliotecas de las UNAM, en la sección Bibliografía Latinoamericana, nos enteramos de la existencia del ensayo académico, de dos autoras chilenas, con el siguiente título:

       “Historia, mujeres y género en Chile: La irrupción de las autoras femeninas en las revistas académicas”.

      Tan simple, y preciso, que es decir y escribir:

       La irrupción de las autoras (colaboradoras, ensayistas, escritoras o, simplemente, mujeres) en las revistas académicas.

       Otra cosa muy distinta, por supuesto, es que la irrupción en las revistas académicas sea o haya sido de “autoras feministas” (ya que no todas lo son). Queda claro que es redundante referirse a las “autoras femeninas” y a las “escritoras femeninas” que es el principio del disparate para llegar a las redundancias inefables “autoras mujeres” y “escritoras mujeres” (¡como si hubiese “autoras hombres y “escritoras hombres”!). Válido es, en cierto contexto, referirse a las “mujeres escritoras”, por ejemplo, para diferenciarlas de las “mujeres lectoras”, pero tampoco es indispensable, pues la desinencia “a”, es, en general, marca de los sustantivos femeninos; por ello, es más que suficiente decir “autoras”, “escritoras”, “lectoras”, etcétera, y más aún cuando el artículo determinado (“la”, “las”), también femenino, evita cualquier tipo de ambigüedad. He aquí algunos pocos ejemplos de estas redundancias imperdonables del ámbito culto: “¿Cuántas escritoras mujeres conoces?” (muchas, y todas son mujeres), “reconocidas escritoras mujeres que marcaron un precedente importante”, “hay que poner énfasis en las escritoras mujeres”, “las escritoras mujeres del medio siglo”, “leer a escritoras mujeres es encontrarse con otra voz”, “lo más probable es que las autoras mujeres sean minoría” (también las mujeres taxistas, pero basta con decir “las taxistas”), “hoy en los colegios se lee menos a autoras mujeres”, “se ha premiado en 33 ocasiones a hombres y sólo en 13 a autoras mujeres”, “8 libros de autoras femeninas que necesitas leer”, “10 libros de autoras femeninas que toda mujer debería leer”, “autoras femeninas con más ventas”, “una de las primeras escritoras femeninas”, “las mejores escritoras femeninas de la historia”, “se trata de una autora femenina de una de las literaturas no hegemónicas del siglo XIX”, “es la única escritora femenina vinculada al boom latinoamericano” (¡y todo porque se negó a ser “autora masculina”!).

       Google: 14 300 resultados de “escritoras mujeres”; 7, 960 de “autoras mujeres”; 5 880 de “autoras femeninas”; 2 450 de “escritoras femeninas”; 2 300 de “autora femenina”; 2 140 de “escritora femenina”.

      28. ¿autosuperarse?, superarse, ¿superarse a sí mismo?

      Si por los académicos madrileños fuese, ya habrían incluido en el DRAE el falso verbo “autosuperarse”, puesto que incluyen “autosugestionarse” que, como ya vimos, es igualmente redundante. El uso de este falso verbo es abundante, en gran medida por el neologismo “autoayuda”, sustantivo femenino del cual deriva el falso sinónimo “autosuperación”, aún no admitido por el DRAE pero que seguramente muy pronto tendrá su lugar de privilegio en el mamotreto. Este falso sustantivo femenino, “autosuperación”, suele emplearse como equivalente de “superación personal”. También por la pésima influencia de la denominada “autoayuda” o “superación personal”, se desprende la redundancia “superarse a sí mismo” con las variantes “me superé a mí mismo” y “se superó a sí mismo”, sin que la Real Academia Española las desautorice, ¡y cómo habría de hacerlo si, cada vez más, la RAE se supera a sí misma en rebuznancias y barbaridades! Veamos por qué estas expresiones son redundantes. El verbo transitivo “superar” (del latín superāre) tiene tres acepciones principales en el DRAE: “Ser superior a alguien”, “vencer obstáculos o dificultades” y “rebasar”. En esta última acepción posee dos modalidades: “exceder de un límite” y “dejar atrás”. Ejemplos: El Barcelona superó al Madrid; Fulano superó todas las adversidades; No superes el límite de velocidad; Es indispensable superar los prejuicios raciales. En su función pronominal (“superarse”), este verbo tiene el siguiente significado a tal grado preciso que no admite duda alguna: “Dicho de una persona: hacer algo mejor que en otras ocasiones” (DRAE). Ejemplo: En su último libro, el pésimo escritor se superó y ya está en la lista de los malos. Siendo a la vez reflexivo y pronominal, el verbo “superarse” implica que la acción del sujeto recae sobre él mismo. Por ello, son redundancias bárbaras decir y escribir “me superé a mí mismo” (y peor aún “yo me superé a mí mismo”) y “se superó a sí mismo” (y peor aún “él se superó a sí mismo”). Es suficiente con decir y escribir “me superé” y “se superó”. Lo demás queda implícito. En cuanto a decir y escribir “me autosuperaré” o “se autosuperó”, es prácticamente tan torpe e hilarante como decir y escribir “me autosuicidaré” o “se autosuicidó”. Son barrabasadas redundantes, pues el verbo “superarse”, como ya indicamos, implica que la acción del sujeto recae en él mismo. En conclusión, “autosuperarse” y “superarse a sí mismo”, con sus variantes, son redundancias que debemos evitar.

      Se trata de rebuznancias extendidas en todos los ámbitos de la lengua hablada y escrita. Incluso los profesionistas las utilizan con gran donaire, y si en el habla son abundantes, no lo son menos en las páginas de internet y en las publicaciones impresas. En la edición española de la Historia de la música, de Kurt Honolka, leemos lo siguiente referido a Mozart:

       “hay un terreno en el que [Mozart] se superó a sí mismo: en la composición operística”.

      Quisieron decir el traductor y el editor que

       en la composición operística,