Contra toda evidencia, y contra toda lógica, los profetas y evangelistas digitales siguen empeñados en que esto (internet) acabará con eso (el libro), y ya cantan el réquiem (¡pero desde hace cuánto!) por un difunto que aún no es y que, quizá, nunca sea. La verdad es que, para muchísimas personas (tal vez cientos de millones), el libro (y especialmente el libro en papel) siempre ha estado muerto, pues nunca fue para ellas necesidad ni gozo: no se hicieron lectoras habituales de libros ni siquiera por entretenimiento. Esos profetas se cuidan de admitir que ni siquiera el audiolibro sustituyó al libro en papel, del mismo modo que el avión no mató a los trenes ni los automóviles a las bicicletas. Cada cual tiene la vida que se merece ¡Y hoy los trenes vuelan o, al menos, levitan, a velocidades cada vez mayores! Aquí se confirma que se siguen publicando más libros y que las mejores obras de todos los tiempos siguen ampliando nuestros horizontes y dando profundidad a nuestra existencia.
Lo que nos toca escuchar (y soportar) todos los días: «Yo mismo». El «mutuo diálogo». Lo que tienes que leer «antes de morir». Lo «bastante frecuente». Lo «actualmente en vigor». Las «falsas mentiras» de las «grandes multitudes». El «robo ilegal» de «productos orgánicos». «Repetir lo mismo», así sea un «rumor no confirmado». ras el catálogo de errores en el uso común del español que Juan Domingo Argüelles elaboró en Las malas lenguas, este nuevo volumen continúa su recorrido por las expresiones que el descuido, la insistencia en calcar formas de otras lenguas, la pandemia de la corrección política y la simple ignorancia de las palabras y sus significados han sembrado en los medios informativos, las redes sociales e incluso libros de toda índole.Como señala el autor en su prólogo, ¡No valga la redundancia! « va dirigido a unos pocos millares de personas a quienes el cuidado del idioma les interesa, sea porque es su ámbito profesional o bien su gozo, además de su prodigioso instrumento de comunicación». En esta ocasión, se concentra en «los sinsentidos y redundancias, los pleonasmos y ultracorrecciones» que leemos y escuchamos todos los días. Con mordaz sentido del humor y un espíritu tan crítico como didáctico, este libro es a la vez una obra de consulta y un divertido recordatorio de lo que ocurre cuando olvidamos, ignoramos o desdeñamos la precisión en el lenguaje.