El Hispano. José Ángel Mañas

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Название El Hispano
Автор произведения José Ángel Mañas
Жанр Языкознание
Серия Arzalia Novela
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788417241827



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Siendo todavía más elevadas las pérdidas de los aliados itálicos, los cuales proporcionaban al ejército un número mayor de soldados que los ciudadanos romanos, podemos admitir que en total, solo entre romanos e itálicos (prescindiendo de los aliados íberos), perecieron en España de ciento cincuenta mil a doscientos mil hombres…

      ADOLF SCHULTEN, Historia de Numancia

      1

      La guerra y la paz

       Este pueblo suministra para la guerra no solo una excelente caballería, sino también una infantería que destaca por su valor y capacidad de sufrimiento. Visten ásperas capas negras, cuya lana recuerda al fieltro. En cuanto a las armas, algunos celtíberos llevan escudos ligeros semejantes a los de los celtas y otros grandes escudos redondos del tamaño del aspis griego. Sobre sus piernas y espinillas trenzan bandas de pelo y cubren sus cabezas con cascos de bronce adornados de cimeras rojas. Llevan espadas de dos filos forjadas con excelente acero y también llevan, para el combate cuerpo a cuerpo, puñales de una cuarta de largo. Utilizan una técnica especial en la fabricación de sus armas. Entierran piezas de hierro y las dejan oxidar durante algún tiempo aprovechando solo el núcleo, con lo cual obtienen magníficas espadas y otras armas. Un arma fabricada de este modo corta cualquier cosa que encuentre en su camino, por lo cual no hay escudo, casco o cuerpo que resista su golpe…

      DIODORO DE SICILIA

       1

      Hay vidas que parecen abocadas a la tragedia desde el primer hálito.

      El hombre que había de ser llamado Idris nació entre los dolores más intensos. Él mismo me contaría años más tarde que el cordón umbilical se le quedó enredado alrededor del cuello. Cuando lo sacaron del vientre de la madre, se ahogaba sin remedio.

      La esclava que lo salvó, Stena, era una berona de las montañas ganada en batalla contra los vecinos del norte durante una expedición juvenil del jefe de Numancia. Ella fue la primera que exclamó:

      —¡Es un niño!

      Tal exclamación, tratándose del hijo de un jefe, tendría que haber provocado los gritos de alegría de Leukón y de los devotos que esperaban pacientemente.

      Y sin embargo el ceño de Leukón no solo no se suavizó, sino que el velo de tristeza y cólera que cubría su vista no pudo ser despejado por nadie. Justo antes, el adivino Olónico, cuya barba aún no había encanecido y cuyos músculos guardaban todavía la elasticidad de la juventud, cuando le preguntaron por el estado de la madre había negado con la cabeza.

      —Dicen las mujeres que el niño se ha presentado del revés y la desgarrará.

      Entre los gritos de dolor, la parturienta se apagó antes de que Stena, como jefa de las esclavas, agarrara su largo cuchillo y terminase de abrir el vientre de la mujer ya muerta para liberar lo que llevaba en sus entrañas.

      Con mano experta, Stena se apresuró a sacar el ser que luchaba por su vida y que se hubiera asfixiado de no haber sido por su intervención. Ella fue quien cortó el cordón umbilical con su cuchillo. Nada más tener a Idris en brazos, lo alzó entre sus jóvenes manos. Se lo enseñó a su padre y se lo entregó, temblorosa.

      —Lo hemos salvado…

      Pero Leukón, en vez de coger al recién nacido y alzarlo delante del gentío congregado ante su casa, hizo un gesto brusco con la mano. Con lágrimas de ira en los ojos, apartó la piel de ciervo que cubría el vano de la puerta.

      —¡Alejadlo de mi vista!

      Y se adentró en la penumbra. En la estancia aciaga persistían el olor a sangre, sudor y excrementos.

      Tras debatirse durante horas con los dolores, la exhausta esposa yacía inerte sobre el suelo. Varias pieles de vaca conformaban su lecho a un lado de las brasas del hogar.

      Las mujeres se apartaron. El jefe se arrodilló junto a la muerta y lanzó un prolongado quejido.

      —¡Ah, que hubiera muerto él y no tú!

      Muy pronto, toda Numancia estaba de luto. La noticia de lo sucedido corrió de boca en boca. Y según creció aquel niño malquerido, la antipatía de Leukón no hizo sino incrementarse hasta que se convirtió en abierta aversión y en clara incapacidad para tolerar su presencia.

      —Me recuerda cada día a su madre y al crimen que cometió al nacer…

       2

      Como los dioses aprietan pero rara vez ahogan, tras el duelo sucedió que las lágrimas vertidas a lo largo de los muchos días en los que la pena hacía temblar la voz de Leukón las acabó enjugando la mujer que se hallaba más cerca.

      Las malas lenguas siempre dirían que la relación ya existía antes de la muerte de la esposa legítima. Y es posible, no digo que no, pues los hombres cedemos ante las pasiones de la carne como el árbol ante un viento huracanado.

      Sea como fuese, Stena pronto empezó a consolarle en las noches de invierno y las demás criadas y los devotos de Leukón pudieron escucharlos solazarse juntos. Poco a poco la berona pasó de ser considerada una esclava a ser la amante del jefe y, al cabo, su esposa, con voz cada vez más influyente en las cosas de la ciudad.

      Stena se ocupó de Idris y le escogió una nodriza durante los primeros meses en los que Leukón evitaba verlo y mientras su vientre engordaba como en una repetición obscena del último año de la muerta.

      Las viejas del clan fueron las primeras en darse cuenta. Y enseguida las tribulaciones de Leukón se trocaron en alegría cuando Stena anunció que estaba encinta.

      —Pronto ha llegado —dijeron las mujeres maliciosamente.

      Corría un nuevo verano cuando Stena dio a Leukón un segundo hijo al que Leukón nombró como a su padre, Retógenes, que significa ‘hombre noble’ en el idioma celtíbero. ¡Y qué diferente la actitud de Leukón con ese segundo hijo! ¡Qué saltos y voces de alegría! ¡Con qué generosidad invitó a todos a beber con él la caelia, la cerveza de los celtíberos, con la que embriagó a los jóvenes antes de hacerlos bailar a la luz de la luna! ¡Y cómo cantó esa noche después de sostener en sus brazos al recién nacido!

      —He aquí a un hombre que ha recuperado la felicidad —dijeron los ancianos.

      Tan feliz se mostraba con aquel segundo varón que parecía haber olvidado la existencia de un primogénito, y así sembró la semilla de su propia destrucción.

      —Haz lo que quieras con él —dijo—. Pero hazlo cuando yo no lo vea.

      Esas fueron sus palabras cuando supo que Stena se disponía a alimentarle con la leche de sus pechos como a su propio hijo.

      Pero con ese gesto Stena se ganó a los numantinos.

      Hasta quienes murmuraban a sus espaldas y hablaban con lengua sibilina de lo que sucedía le reconocieron su buen corazón. Y así obtuvo el respeto de las gentes de Numancia, que pudieron ver cómo Idris crecía junto a Retógenes amparado por el amor de una esclava.

       3

      Pero no todo en la vida es amargura.

      Es cierto que a Idris le faltó el amor de un padre. El talante violento y cambiante de Leukón encontró un objetivo fácil en aquel niño que correteaba en torno a su hogar y pasaba el tiempo con los demás críos del clan y las mujeres que rodeaban a Stena, evitando cuanto podía al jefe, que entraba y salía y se ocupaba de las cosas de la guerra que empezaban los arévacos con Roma.

      Así, mientras Leukón y sus hombres de confianza lideraban las acciones bélicas en los campos de batalla, los hermanos vagabundeaban por los pinares y escapaban al Duero, donde se bañaban con los hijos de las familias principales