La Biblioteca. Emilio Calderón

Читать онлайн.
Название La Biblioteca
Автор произведения Emilio Calderón
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788461791781



Скачать книгу

      

       La biblioteca

       Emilio Calderón

      © Emilio Calderón

      A Mari Luz, la verdadera bibliotecaria de esta biblioteca.

       ÍNDICE

       Capítulo 1

       Capítulo 2

       Capítulo 3

       Capítulo 4

       Capítulo 5

       Capítulo 6

       Capítulo 7

       Capítulo 8

       Capítulo 9

       Capítulo 10

       Capítulo 11

       Capítulo 12

       Capítulo 13

       Capítulo 13 bis

       Capítulo 14

       Capítulo 15

       Capítulo 15

       Capítulo 16

       Capítulo 17

       Capítulo 18

       Capítulo 19

       Capítulo 20

       Capítulo 21

       Capítulo 22

       Capítulo 23

       Capítulo 24

       Capítulo 25

       Capítulo 26

       Capítulo 27

       Capítulo 28

       Capítulo 29

       Capítulo 30

       Capítulo 31

       Capítulo 32

       Capítulo 33

       Capítulo 34

       Capítulo 35

       Capítulo 36

       Capítulo 37

       Capítulo 38

       Capítulo 39

       Capítulo 40

       Capítulo 41

       Capítulo 42

       Capítulo 43

       Capítulo 44

       Capítulo 45

       Capítulo 46

       Capítulo 47

      1

      DELANTE del nicho cinerario de mi padre recordé una frase que le había oído repetir en los últimos años: «Un hombre puede ser esclavo de otro hombre y conservar la dignidad, pero no ocurre lo mismo con quien es esclavo de sí mismo. El éxito y el fracaso son sólo estados alterados de la conciencia y resultan siempre transitorios». El hecho de que se hubiera quitado la vida era la prueba irrefutable de que la frustración se había tornado en una dolencia crónica, en una de esas enfermedades que si bien el organismo se acostumbra a soportar acaban a la larga minando el espíritu, hasta disolverlo por completo. Pero incluso cuando uno ha tomado la decisión en firme de acabar con su vida, tiene la opción de hacerlo de la manera más indolora posible y, hasta bajo esas circunstancias, la elección de mi padre había resultado tan traumática como incomprensible: salió a la terraza de su ático de la calle Virgen de los Peligros (en el edificio conocido como Casa de los Portugueses), se roció con gasolina y se prendió fuego. Lo hizo además pasada la medianoche, cuando Federico, el hijo de doña Consuelo, la portera de la finca, joven prometedor licenciado en Ciencias Económicas que, a tenor de la situación económica general, había decidido consagrar su vida a la observación de la ciudad de Madrid desde la azotea del edificio, al menos hasta que su madre se jubilara o abdicara de su cargo para heredarlo como si fuera un reino, no pudiera intervenir o, en su defecto, dar la voz de alarma. Fue el aspirante a portero, por tanto, quien divisó el cuerpo carbonizado de mi padre a la mañana siguiente, sentado en una posición tan extraña que, de no conocer todas y cada una de las esculturas de coronación que adornan las cúpulas de los más nobles inmuebles de esta zona de Madrid, hubiera asegurado que se trataba de una nueva Victoria Alada, como la que culmina el vecino edificio Metrópolis. Según declaró Federico a la policía, mi padre parecía un funambulista a punto de subirse al alambre cuando una ráfaga de viento derribó su cuerpo carbonizado. El impacto que semejante escena causó en el espíritu del joven tuvo que ser comparable a mi asombro cuando me fue comunicada la noticia (con todos sus detalles escabrosos), pues mi padre siempre se había manifestado partidario de la incineración, de modo que carecía de sentido que fuera él mismo quien iniciara el proceso de cremación.