Название | Alto en el cielo |
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Автор произведения | Juan Pablo Bertazza |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878388625 |
Apenas Silvana terminó de hablar se oyó un ruido de motor muy fuerte y discontinuo, como una cafetera descomunal o una máquina de imprenta y, justo en el momento en que Katka cerraba los ojos, sintió que alguien la agarraba del hombro, le decía una palabra que no lograba distinguir bien y la llevaba hacia otro lugar. Abrió los ojos y vio al nefasto tipo de la cicatriz y el pelo cortado en forma de cepillo que la había ido a buscar al aeropuerto, un checo de familia rusa que se hacía llamar Vladimír Ulman. No tenía ni idea de dónde había salido y cada vez le generaba más desprecio. No sólo le esquivó la mirada, sino que lo empujó para dejarle en claro que ella no se iba a dejar tocar, pero él ni se inmutó. Repitió la palabra “erizo” y Katka volvió a pensar que, por alguna razón, en buena parte del mundo, las mayores expresiones de estupidez suelen provenir de los servicios de inteligencia.
En uno de los balcones, lo que se suponía que iba a ser el anuncio de algunos detalles de su misión terminó transformándose en una absurda clase de historia: si bien ya lo venían ocultando en distintos cementerios y domicilios muy difíciles de localizar, algún tiempo después de que Hitler ganara las elecciones en Alemania, un grupo de judíos había decidido esconder muy bien al Golem para evitar que los nazis lo utilizaran a su favor.
A pesar de que ese tipo tan desagradable que olía a colonia infantil estaba muy cerca de ella, Katka tenía que hacer un esfuerzo enorme para escucharlo por encima del ruido del faro. Adentro, Silvana decía que eso era para ella una experiencia mística. Les recomendó que disfrutaran la belleza de la Avenida de Mayo y la cúpula verde del Congreso de la Nación, aunque hoy, por culpa de la niebla, apenas pudiera verse. Y les pidió que se detuvieran en ese pequeño punto que se veía cerca del Congreso, sí, una estatua. Pero no una estatua más sino una escultura realizada por Rodin.
Aunque hasta ese momento no le había dicho nada que no supiera antes de viajar a Buenos Aires, Vladimír Ulman le aclaró a Katka que, por ahora, no estaba autorizado a dar más precisiones y, como si estuviera hablando de otro tema, agregó que ese delirio de que los restos del Golem permanecen en el altillo de la sinagoga del barrio judío no es ningún delirio, pero, obviamente, empezó a difundirse una vez que lo sacaron de ahí.
–Hace décadas que estamos tratando de rastrear dónde y cómo lo llevaron. Tenemos aún varias pistas por seguir y gracias a algunas de las características que usted demostró, por ejemplo, en la cumbre de Berlín, entendemos que puede ayudarnos. Hay grandes posibilidades de que el Golem permanezca oculto en algún lugar de Buenos Aires, aunque al mismo tiempo no existe ningún registro de que lo hayan sacado de Praga. Es por eso que la convocamos. Por ahora, sólo le voy a pedir que investigue en torno a un nombre: Josef Pfitzner.
–¿Ustedes saben quién es ese pensador? ¿Se imaginan qué puede estar haciendo ahí, entre el Congreso de la Nación y el Palacio Barolo? –preguntó Silvana y el silencio volvió a surgir como una consecuencia extraña pero natural de haber estado con los ojos cerrados–. Es Dante Alighieri, esa estatua que ven ahí representa a Dante porque cuando Rodin hizo El pensador estaba trabajando una escultura, Las puertas del infierno, y Dante aparecía mirando con ese rostro tan abstraído que los críticos de arte explican al decir que piensa con cada músculo de su ser. Dante miraba el Infierno.
Katka le respondió que no precisaba investigar eso, que sabía muy bien quién era. Un nazi ejecutado de manera pública en Praga por haber estafado a la ciudad. El checo hizo un sonido como de autómata que no se entendía bien si afirmaba o negaba.
–Eso es precisamente lo que se conoce de él, pero lo que usted tiene que investigar es el origen de todas nuestras sospechas: un presunto viaje que hizo a Latinoamérica y, concretamente, a la Argentina a fines de la década del treinta, persiguiendo a Jan Kefer que, supongo, también sabe quién es.
–Interesante –dijo el embajador.
–Lo bueno de todo esto es que siempre queda algo por descubrir... siempre –aseguró con cierta emoción Silvana–. Yo trabajo también en el Museo de la Ciudad de Buenos Aires y hay tantas cosas que se van descubriendo, tengan en cuenta que esta ciudad tiene estilos arquitectónicos que no existen más en Europa a causa de las guerras. Bueno, chicos, ahora sí tenemos que bajar. Vamos a hacerlo despacio, un pasito por vez, para que nadie se lastime.
Cinco
I
En uno de los interiores art déco más impactantes de la Primera República, en plena Mariánské náměstí, el vicealcalde de Praga empezaba a devorar su opíparo desayuno en el centro exacto del gran hall de recepción cuando el insistente llamado de uno de sus más fieles colaboradores lo despertó de golpe.
La mezcla de luz natural que entraba por los ventanales y la de las tres enormes arañas que colgaban sobre la mesa se reflejaban sobre dos símbolos de la ciudad tallados en piedra.
–Señor, tal como me temía, hemos confirmado que el astrólogo y sus colaboradores lograron llegar al sur del mundo, aunque aún no se entiende cómo hicieron para salir del país sin registrarse.
Josef Pfitzner lo miró como si su lacayo acabara de salir de un mal sueño, esperando quizás que se disolviera en el aire majestuoso del salón pero, como eso no sucedía, le señaló su desayuno que recién acababa de empezar y le ordenó entrevistarlo al menos una hora más tarde en el jardín de invierno.
El colaborador acató la orden con un resto de rebeldía desbordante de fidelidad y se dirigió a su despacho para preparar el informe con el propósito de hacer notar al vicealcalde lo preocupante de la situación.
Una hora y media después, en el patio, con la música del piano de fondo y la vista en las fuentes de agua, lo único que le preguntó Pfitzner a su colaborador fue si se lo habían llevado, casi sin ninguna curiosidad, como si no temiera una respuesta y sólo esperase una confirmación antes de decidir.
–Todo hace suponer que sí, él y su equipo lo deben estar escondiendo en el sur, aunque nadie puede explicarse cómo, dado que casi no llevan equipaje. Es un verdadero misterio, yo le dije que había que secuestrarlo cuanto antes y tentarlo al astrólogo para que se uniera a nosotros.
Josef Pfitzner sonrió como si estuviera a punto de dormirse en un plácido lecho con sábanas de algodón egipcio. Inmediatamente golpeó con suma potencia el costado de la silla de cedro en la que estaba sentado. El golpe retumbó en todo el jardín de invierno y enseguida le gritó a su colaborador que se guardara sus consejos.
–¿Averiguaron en qué país del sur están?
–Brasil o Argentina, ahora mismo no lo recuerdo, el asunto es que no sabemos por cuánto tiempo se van a quedar...
–¡Basta! –gritó con tanta potencia el vicealcalde que su colaborador tuvo que cerrar los ojos.
Un minuto después, le hizo un gesto para que lo siguiese. Josef Pfitzner se dirigió hacia su residencia en el tercer piso del edificio, sus pasos resonaban en la cerámica con el eco de los de su colaborador, que intentaba ir rápido pero atento a no alcanzarlo. En cierta forma, estaba actuando de su sombra, aunque una sombra moderada, respetuosa, consciente de su condición. Cuando el vicealcalde aceleraba, la sombra aceleraba; cuando el vicealcalde disminuía el ritmo, lo mismo hacía la sombra. En la habitación principal el vicealcalde abrió el armario, sacó la enorme valija de cuero que apoyó abierta y vacía sobre la cama. La sombra se quedó esperando en el umbral sin entender bien lo que tenía que hacer y él habilitó con un leve movimiento de su mano derecha el ingreso de la sombra.
El