Alto en el cielo. Juan Pablo Bertazza

Читать онлайн.
Название Alto en el cielo
Автор произведения Juan Pablo Bertazza
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878388625



Скачать книгу

a tirar hacia atrás la cabeza y el olor desagradable de siempre, algo la impulsaba a seguir mirando.

      No obstante, un principio de mareo en combinación con una sensación de frío en la espalda hizo que Katka decidiera terminar su paseo frente a la representación del Obelisco: una figura desganada con un escudo en su base y la punta marchitándose hacia la altura del techo. No pudo dejar de preguntarse, otra vez, cómo algo tan insulso había llegado a convertirse en un emblema de la ciudad.

      Cuando finalmente subió las escaleras del subte tuvo una sensación agradable al mirar la Avenida de Mayo en dirección al río: árboles, edificios señoriales y veredas un poco más anchas de lo habitual. Katka recordaba haber visto esa avenida el día que contrató internet, pero no con tanto detenimiento como ahora. Por un segundo, se le cruzó la idea de que algo de todo eso le hacía acordar a la Plaza Wenceslao, pero enseguida recordó el desprecio que le generaban quienes necesitan comparar todo el tiempo un lugar nuevo con el que ya conocen.

      Levantó la cabeza y vio dos cúpulas casi juntas: una era roja, la otra blanca y tenía una forma especial, granulada, como si se tratara de uno de esos templos indios construidos en homenaje al amor. Aunque aún no lo sabía, a esa misma torre iba a subir exactamente una hora y media después.

      –Bienvenidos al Palacio Barolo, este maravilloso edificio declarado patrimonio recién en 1997, hace relativamente poco y, a partir de entonces, nadie lo puede tocar. Vamos a empezar con un poquito de historia: el Palacio Barolo fue construido entre 1919 y 1923, en tan sólo cuatro años, y se convirtió en el edificio más alto de América del Sur hasta ser superado por... ¿qué edificio? ¿A ver los porteños? –empezó diciendo en perfecto español la guía de turismo brasileña a un grupo de doce personas conformado por la flamante delegación de la embajada checa.

      A la cabeza del grupo estaba el embajador Lumír Chmel, su esposa Kamila, el cónsul David Slabý, dos agregados que sólo permanecerían unos días en Buenos Aires, un grupo de cinco empresarios liderados por Tomáš Svoboda, que había llegado una semana antes a Buenos Aires para realizar algunos negocios en el país, Katka, a quien presentaron como una enviada especial del Ministerio de Asuntos Exteriores, y Néstor, el único argentino del grupo, un porteño que alternaba sus múltiples funciones de jardinero, chofer y encargado del inmueble de la embajada. Como todos lo miraban a él tosió para aclararse la garganta y, al mismo tiempo, se puso a pensar en algo, lo que fuera. No tenía idea de qué tenía que decir, pero era el único que podía hacerlo y lo impulsaba el deseo de empezar a demostrar cierta idoneidad ante sus flamantes jefes.

      –El Havanna –contestó casi sin abrir la boca, como esos alumnos que, en los exámenes, escriben algún número ambiguo para que el profesor con suerte lo tome por bueno y asocie esa respuesta larvaria con la correcta. Y, al mismo tiempo, apenas terminó de pronunciarla, tuvo la sensación de que acababa de decir una barbaridad, como si, en lugar de hablar de un edificio, estuviera haciendo mención a una montaña, una localidad bonaerense o una marca de alfajores.

      –El Kavanagh, en 1936, ¡muy bien! –lo felicitó la guía que se llamaba Silvana y era de Curitiba. Luis Barolo, un empresario textil muy célebre en la época, contrata al joven pero ya prestigioso arquitecto Mario Palanti para realizar este palacio. Los dos italianos. Los dos masones, ya vamos a ver bien lo que significa esto. Los dos eran admiradores del gran escritor Dante Alighieri y resuelven hacer el edificio inspirándose en la Divina comedia, que está dividida en tres partes, ¿no? ¿Cuáles son? Infierno, Purgatorio y Paraíso –se contestó ante el silencio rotundo del grupo para luego concluir con un cálido y paradójico “bienvenidos al Infierno”.

      Katka se golpeó la frente mostrando el fastidio que le generaba toda esa situación: los tours y las convenciones diplomáticas, dos de las cosas que más detestaba en su vida se juntaban en ese lugar tan extraño. Cerró con fuerza los ojos y se consoló diciendo que la presentación no podía durar mucho y ya tendría tiempo para volver a su departamento de Juan B. Justo y dormir un día entero.

      –Acá en la planta baja y, sobre todo, en los dos subsuelos es donde viven los fantasmas, ¿sí? Pregúntenle al encargado. El edificio está dividido en tres partes. Podemos comprobar que esto es el Infierno por algunas simbologías como las serpientes, los arcos y los dragones: acá hay una hembra y allá hay un macho, ¿cómo puedo saber eso? Por los cuernos, ¿qué tal? ¡Por los cuernos! Ahí en el cielorraso pueden ver algunas frases en latín extraídas de la Biblia, de la Divina comedia y de la Eneida de Virgilio... A ver, ¿alguien de acá leyó la Divina comedia? –preguntó la guía y, otra vez, todos los checos permanecieron en un silencio absoluto. Incluso Néstor, sosteniendo una sonrisa entre tímida y amarga, respondió con una voz apenas audible que él sí la había leído, pero hacía muchos años en la escuela y ya no se acordaba de nada.

      Silvana agradeció honestamente sus palabras y se limitó a aclarar que se trataba de un viaje que Dante aseguraba haber hecho con Virgilio, su guía, tanto en el infierno como en el purgatorio.

      –Y les voy a decir algo –dijo la guía–, la Divina comedia es un libro muy particular que tiene la virtud de describir nuestro presente. En un rato les voy a prestar una edición para que hagan la prueba. Como si fuera el I Ching, pueden abrir la Divina comedia y seguramente encuentren ahí algo de lo que están haciendo o, mejor aún, viviendo. ¿Me entienden? ¿Ven eso ahí en el piso? Son flores de bronce que evocan el fuego del infierno. Y otra cosa muy importante: debajo, en el subsuelo, hay una especie de tapa que, si la levantan, van a poder ver que, bajo el edificio, corre un arroyo. No es casualidad: el agua fue uno de los elementos por los que Palanti terminó eligiendo este sitio para levantar el Palacio, ¿me van siguiendo?, ¿me entienden? Yo creo que sí porque me dijeron que aquí todos hablaban español –reveló Silvana casi a manera de queja.

      Antes de seguir hablando, la guía mandó un par de mensajes con el celular.

      –Entonces tenemos esta escultura que se llama la Ascensión. ¿Vos ves bien? –le preguntó a Katka con una sonrisa que no tuvo ningún eco–. La Ascensión porque, tal como pueden ver, en la espalda de este cóndor hay un hombre que es llevado hasta el cielo. En realidad esta es una réplica bastante nueva, porque la escultura original se hizo a comienzos del siglo xx, es decir, es contemporánea al edificio y, bueno, uno tiene que intentar transportarse a ese tiempo: Europa estaba en guerra y los italianos que vivían acá como inmigrantes, muchos de ellos abuelos de nuestro amigo Néstor y de tantos argentinos, tenían miedo de que su continente fuera devastado: entonces Palanti y Barolo tuvieron la idea de traer a esta ciudad, y concretamente a este palacio, las cenizas de Dante Alighieri para preservarlas de cualquier peligro.

      Katka se dio cuenta de que, al hablar, la guía la miraba a ella, como si quisiera generar algún tipo de complicidad.

      –También otra cosa que tienen que tener en cuenta es que, en esa época, los arquitectos eran artistas integrales: todas las esculturas que van a ver en este edificio fueron hechas por Palanti, incluso esta que, como les decía, fue pensada como mausoleo de Dante. Pero ¿qué pasó? Palanti viaja a Italia para hacer la escultura y la manda en barco a Buenos Aires. En el camino, sin embargo, se pierde y la escultura original es robada. Después empieza a hacer una réplica que terminó una vecina en los años dos mil. Mucha gente piensa que, efectivamente, las cenizas de Dante estaban en esta escultura y, entonces, ¿por qué las robaron? Como los argentinos son muy supersticiosos toda la gente que entra y sale del Barolo toca el cóndor para tener suerte, así que si quieren tocar...

      Nadie dijo nada y entonces Silvana hizo algo que la sorprendió a ella misma: “Gente, me mata su simpatía, a mí me habían dicho que los checos son un poco fríos, distantes, secos, pero ustedes... ustedes son cálidos, comunicativos, miren que yo vengo de Brasil, pero ustedes sí que llevan el ritmo en la sangre, ¿eh? La verdad que, en más de diez años trabajando como guía de turismo, es la primera vez que veo algo así”.

      Luego de unos largos segundos de silencio y sorpresa, el embajador finalmente tomó la palabra y, en un español correcto, respondió: “Muchas gracias”.

      –Faltaba más, faltaba más, la estamos pasando bomba y, justamente, ahí llegó –dijo la guía, mientras