El Risco. Ana De Juan

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Название El Risco
Автор произведения Ana De Juan
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789878716046



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de los sentimientos. “El día que lo logre, me decía por dentro, lo imagino muerto y ya está. No tengo padre y listo”.

      Pero nunca conseguí pasar la etapa de creerme que cerrando los ojos lograba sacarlo de mi corazón.

      Mi padre se marchó de casa dos meses antes de que yo naciera.

      Él no tiene ni idea de lo que eso me duele ¿Tú te crees que es fácil vivir con la sensación de desprecio que tengo?, esto es horrible muchacho, es que no sé cómo explicarlo. Es que yéndose así, antes de que yo llegara, me quitó la posibilidad de ser hijo, es como un revoltijo por aquí adentro... ni siquiera la ilusión de que yo estaba por nacer pudo mantenerlo a mi lado. ¿Para qué nací entonces, si no me estaba ni esperando?

      Siempre pensé en cuando un grande se suicida y deja a sus hijos, a su mujer, a su madre... en este lado de la vida. ¡Es que me cabrea! y no puedo dejar de darme cuenta que a mí me pasa algo parecido. Siento que aquel que se suicida o aquel que se va y no vuelve les está diciendo a sus hijos que no son un motivo suficiente para quedarse y enfrentar lo que sea. Y decirle eso a un hijo...

      Mi padre, al irse a Venezuela, tan lejos, no me dio la oportunidad de quererlo, de sonreírle, de jugar con él. Es como si subiéndose a ese barco, hubiera decidido borrarnos de su mundo. No existimos más. No estamos. No somos.

      No lo entiendo, no puedo, no sé cómo hizo. No sé cómo en tantos años nunca apareció, o mandó a alguien, una carta, algo, algo de donde cogernos, no sé.

      Mira muchacho, ¿sabes qué?, me da lo mismo, ya todo me da igual...

      Pero después pienso en Gara y en nuestros hijos y lo único que tengo claro en mi vida, es que ellos son el oxígeno que respiro, lo que tiene sentido, mi prioridad. Lo demás está, vale, pero ¿quieres que te diga la verdad?, la mayoría del tiempo, lo demás... me sobra.

      ¿Por qué a mi padre no le pasa lo mismo? ¿Por qué yo y mi hermano Enrique, y mi madre no fuimos nunca su prioridad?

      Cuando era chico no entendía por qué me sentía tan mal con su partida, si nunca lo había visto, ni lo conocía por fotos. Pero recuerdo que su abandono, su dejarme con las ganas de ser su hijo, me dolió todos los días. A lo mejor por eso prefería matarlo en mis pensamientos más oscuros.

      A Enrique no le pasa lo mismo. Sólo espera que vuelva para que cumpla las promesas que le hizo. El tenía casi cuatro años y no sabe si se acuerda mucho de su cara, pero sí de su mirada contenida diciéndole que le iba a traer bonitos juguetes, y comida rica, y que allí donde estuviera, nos iba a cantar, cada noche el Arrorró, para que él y yo lo escuchemos y nos durmamos tranquilos.

      Enrique decía que mamá al principio nos contaba aventuras de papá en Venezuela, donde él trabajaba mucho, para traernos algún día un porvenir.

      Pero yo no me acuerdo, se ve que ella se cansó de mentirnos antes de que yo me diera cuenta. Por lo menos podría haber esperado un poco hasta que yo me pudiera aprender alguna de sus historias...

      La verdad es que no me gusta la sensación de llegar tarde, pero me parece que esa circunstancia me enseñó a esperar poco de los demás.

      Quiero decir, esperar sí, pero sin muchas expectativas. Esperar a que algún día mi padre Salvador, simplemente aparezca por el mar. No con reproches, ni como respuesta a promesas viejas. Sólo porque deseo verlo llegar, tenerlo enfrente y recordarle que aquí, en la isla de Tenerife,tiene entre otras cosas, un hijo al que no conoce.

      Pero no sé, a lo peor, eso no me pase nunca y estoy perdiendo el tiempo en tonterías y chorradas. Tampoco se por qué les conté todo esto siyo sólo quería que supieran que mi historia de amor con Gara fue, además de común y corriente, la mejor novela romántica que jamás soñé protagonizar.

      CAPÍTULO 7

      Amor de mi vida

      Buenos Aires, 5 de octubre de 2002

      Amor de mi vida:

      Te escribo esta carta con motivo de tu cumpleaños. Dadas las circunstancias que nos separan físicamente, creo que mis sentimientos por escrito son el mejor regalo que puedo darte. Tantos años compartiendo la vida, tantos años soñando juntos... no han sido en vano, porque lo que siento por vos, día a día, es el único motivo de mi vida misma.

      Tenés que saber, mi tesoro, que desespero por esta larga separación, pero sé que mientras yo viva, seguirás ahí esperando mis cartas. Una por semana, como siempre, salvo en ocasiones especiales como los cumpleaños o nuestro aniversario... ¡entonces, tiramos manteca al techo y lo nuestro es una fiesta literaria!

      Hoy estoy bien, animado, contento, silbo desde la mañana y hasta canturreo un tanguito por lo bajo. ¿Y sabés por qué? Porque anoche volví a soñarte, ¡qué novedad!, dirás de este viejo loco... pero la cosa es que otra vez te tuve entre mis brazos y vos sabés viejita, que eso me descoloca el corazón de su sitio habitual. Anoche me dormí pensando en vos, en la joven del sur emprendedora y con sueños ocultos, de quien me enamoré hace tanto tiempo. Me viniste a visitar fresca, frágil, picarona y creo que te soñé así por lo que me pasó ayer a la tarde, cuando estaba tomando mate en la vereda, sentado en el banquito de mimbre ¿viste? Dale, déjame que te cuente, vida mía... como dice el bolero.

      Eran cerca de las cinco de la tarde, en ese momento vos y yo nos reíamos divertidos en nuestro mundo interior. Comentábamos el trajín de la calle y el ida y vuelta del viento sur, que le volaba todo a la gente al doblar la esquina (¡mmm, el viento sur!, acordate que acá es frío, que viene de La Patagonia, no como el de ahí que es seco y cálido), cuando de pronto se detuvo un auto importado color bordó con una hermosa mujer al volante. Bajó su vidrio eléctrico y con buenos modales me preguntó cómo ir al sur, así nomás, ¡al sur!, ¿viste? y yo no sé si por la edad o por qué, pero creo que se me cruzaron los cables de la razón y los del oído, que deben pasar cerquita, y enseguida se me ocurrió pensar que la señora quería ir ¡al sur de Tenerife!, que quería llegar a tus pagos... ¿a vos te parece? ¡Si, ya sé que es una locura! , pero ¿qué querés que haga?, me hice un lío... Igual, me hizo tanta ilusión creerlo así que la cuestión fue que carraspeé un poco, me acomodé la corbata roja de pajarita, como gesto de educación, y me dispuse a explicarle cómo llegar ¿Qué pierdo diciéndole cómo ir? –pensé– si conoceré el camino, ¡Ay mi madre!

      Me levanté del banquito con calma para no caerme (viste que a veces me mareo y todo me da vueltas), le hice una reverencia leve y simpática con mi gorra de paño gastado, y le di todas las indicaciones pertinentes para que llegase a destino, sin ningún problema.

      –Pero ¿vivió usted allí?, ¿cómo conoce tanto aquella zona?

      ¡Qué casualidad!, preguntarle justo a usted –me dijo incrédula la señora, creyendo que hablábamos del lugar a donde ella quería ir en realidad–.

      –¡Y sí!, viví algún tiempo allí, aunque después me echaron mija, pero no olvidé nunca el camino, ¿como los perros vió, que siempre saben cómo volver? –le aclaré. Cuando yo era joven rondaba por esos lados para ligar con mi novia. Parecía un auténtico boludo...

      ¡Estaba tan enamorado! Fíjese usted que cuando veía aparecer las primeras plataneras, ¡me moría de nervios! Y me repetía: “ya