Название | El Risco |
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Автор произведения | Ana De Juan |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789878716046 |
Al final, Don Felipe y Doña Úrsula, la de la venta de más abajo, consiguieron organizarse y se fueron tranquilizando ellos mismos; hasta le tuvieron que decir a las otras comadres que lloren mas bajito “porque asustaban a los niños con tanto grito”.
Enseguida enviaron a Eleuterio, el hijo de Doña Úrsula, el que es camarero del “Bar El Chicharro”, a llamar por teléfono a la ambulancia, o a la policía, no sé bien, porque llegaron al mismo tiempo.
Yo traté de convencer a Gara que lleváramos a los niños a coger aire afuera, pero ninguno quiso separarse de su madre, así que todas las preguntas de los policías municipales y los preparativos para poner a Seña Juana en la camilla... y bajarla por el Risco, fueron presenciados en primera fila por todos nosotros.
Cuando vi que la policía se había ido no muy convencida que aquellos niños tenían una tía que vivía en el Risco, pensé rápido en que teníamos que conseguirnos una que se hiciera pasar por ella para lograr que no los envíen a todos, Gara incluida, a un centro o instituto de huérfanos. Y la persona indicada era mi madre Elvira, que de la noche a la mañana pasaría a tener seis hijos, en vez de dos.
Cuando se me cruzó este pensamiento por la cabeza, la miré fijo a los ojos a Gara y le pedí que por nada del mundo se separara de sus hermanos. Ni por un segundo.
Mi madre se quedó tiesa con la noticia del fallecimiento de su vecina. No podía reaccionar.
–¿Cómo va a ser eso muchacho?, ¿qué dices tú?, ¿qué Seña Juana se murió?, ¿y los niños? ¡Ay mi madre!, ¿y esos niños ahora?, ¿cómo fue, qué pasó muchacho?
–Sí madre venga corra, y no grite que los niños se asustan, venga, vamos, que la cueva se les llenó de gente... y hay que sacarlos de allí, que se vengan con nosotros...
–¡Ay Dios bendito, Jesús, por Dios! ¿Y a dónde van a ir ahora esas criaturas?
–...con nosotros madre, a casa, ellos no tienen a nadie, los niños lloran mucho, no grite así venga, vamos a buscarlos ¿si madre?, yo les dije que...
–Seña Juana ¡muerta!, yo no me lo puedo creer, ¿pero muchacho?, ¿tú la viste muerta? ¿Y los niños? ¡Ay Dios Santo, qué desgracia tan grande!..., ¿dónde están esos niños ahora, muchacho? ¡Jesús mi niño dime, cuéntame de una vez!
–...en la cueva, se vienen a vivir con nosotros ¿si madre?, están muy asustados...
–Sí m’hiijo vamos, vamos a buscarlos, venga muchacho ¡qué desastre, Jesús, María y José!... ¿a vivir con nosotros? ¡Pues claro m’hijo!, si ellos no tienen a nadie ¡pobres criaturas!, qué necesidad, Señor, qué necesidad de hacerles esto, ¡Jesús, por Dios, digo yo, de quitarles a su madre!... y ¿dónde está ella?
–...Ya la bajaron por el Risco pero no sabemos a donde la llevaron. Don Felipe se fue en la ambulancia, vamos madre corra que los niños lloran.
–¿Y cómo fue, de qué se murió la pobre mujer?
–No sé madre, Gara la encontró muerta y con los niños alrededor de ella.
–¡Ay María y José, mi Dios bendito! Vamos, vamos, ¡pobrecitos!, ¡tan chiquitos!
Mi madre conocía bien a los hijos de nuestra vecina; los había visto crecer y además, con tantos años viviendo en el Risco, se habían hecho muy amigas.
Ambas se encontraban cuando iban a la venta... y se contaban sus ¡ay mi niña!, cuando llegaban o se iban.
Siempre subiendo o bajando por aquel Risco de mierda que les gastaba la vida, y las llenaba de dolores.
Mi madre Elvira sabía, por experiencia, que un drama distrae las lágrimas de otro drama, y que una realidad siempre supera a otra. Lo sabía porque ella misma lo padeció siempre: Su mala vida en la Finca fue tapada por el rechazo de su familia a su esposo. Y esto por el “patitas” a la calle. Después, el abandono de su marido..., así que recoger a Gara y a sus hermanos de la crueldad de sus desgracias no era más que una nueva oportunidad que le daba la vida para seguir adelante.
A lo mejor, y sólo por esta vez –pensó– el futuro podría darles una sorpresa y esperar de él y de la suma de calamidades, una especie de familia nueva con ilusión.
Mi novia con sus recién estrenados 13 años, creció de golpe. Ya era una señora grande. Llegó a la madurez por la vía del sufrimiento, la más rápida. Seña Juana hubiera estado muy orgullosa de ella, si no se hubiera muerto aquella tarde de Junio.
CAPÍTULO 6
La huida hacia una vida bien lejos
Mi padre, Salvador Ramos Sanabria, provenía en realidad de una muy buena familia. Se había criado en la zona de la Plaza del Príncipe, en una Santa Cruz en crecimiento, y agradable; que presumía de sus buenos modales de capital importante. Donde todavía la profesión, el apellido doble y las sanas costumbres, además de la presencia en misa los domingos, eran la mejor tarjeta de presentación entre sus habitantes. Esto lo leí en algún libro de historia local y me copio un poco para que ustedes me entiendan...
El hecho de que mi padre se casara con la hija de una familia con fincas de plátanos en el Sur podría haber estado bien para mis abuelos paternos, si mi padre sólo se hubiera concentrado un poco en elegir a la familia correcta.
Enamorarse de la víctima de sus propias alimañas fue un error. Un error que pagó con el destierro voluntario. La huida hacia una vida bien lejos.
Y para eso también estaba América. Para ir a buscar fortuna (como creía la mayoría de los canarios de aquellos años), y para escapar de la vida anterior e interior, como decidieron otros...
Cuando era chico y pensaba en mi padre, recuerdo que a veces no podía respirar... de las ganas que tenía de que volviera. Me dolía tanto su ausencia, su vacío, me dolía tanto que se hubiera ido.
Después, de mas grandecito, preferí imaginar que se fue porque se hartó de las maldades de mis tíos y de mi abuelo, –a mi madre se le escapaba de vez en cuando una justificación en voz alta– y un día, en un ataque de “no lo soporto más” se subió al maldito barco que lo llevó a la próspera Venezuela.
Fue en aquel país hermano donde nos creímos mi madre, mi hermano y yo, que lo esperaba el futuro que aquí, en su tierra, no pudo encontrar ni darnos.
Enrique, mi hermano, me juraba a veces que papá prometió volver lo más pronto posible. Pero jamás regresó a cumplir con su palabra. Me pasé la vida esperando verlo llegar por este horizonte redondo que rodea la isla.
Me contó mi hermano, cuando ya éramos mayores, que mamá una vez le dijo, que cuando vio que papá se iba caminando solo, de noche, y a paso lento en dirección al Muelle de Santa Cruz, supo que había sido abandonada para siempre. Enrique entendió ese día por qué mamá nunca tuvo la esperanza de volverlo a ver. Ella sabía mucho de humillaciones y comprendió lo que debió sentir mi padre al haber sido expulsado de su cuna de alta clase, y de las plataneras. Sentir, que en el fondo sus padres, sus cuñados y su suegro, tenían razón, con lo de muerto de hambre... era duro para un hombre. Y creo, no lo sé, ni me consta, que ella de algún modo lo perdona por eso. Prefiero pensar que lo quiere todavía. Será por eso que me parece que por afuera no se le nota tanto a mi madre el dolor de la soledad.
Pero sí saltaba como una loca al cuello de cualquiera de nosotros
–¿ves?, en eso se parecía a Seña Juana, con lo de coger a geito lo que tuviera mas cerca– cuando nos escuchaba a Enrique y a mi hablar de “las mentiras de papá”.
Cuando éramos chicos compartíamos