Salvar el pueblo, gobernar las almas. Mario Andrés Mejía Guevara

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Название Salvar el pueblo, gobernar las almas
Автор произведения Mario Andrés Mejía Guevara
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789587463514



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el objeto “familia” se difumina en provecho de otro: lo social.

      Pero esa doble intencionalidad no omite —al contrario, exige— que el autor señale las distancias tomadas respecto a las interpretaciones historiográficas y políticas dominantes sobre la familia. Según Donzelot, la historia política ha definido la familia como una reproducción del orden establecido, convirtiéndola en el blanco de defensas y ataques políticos por parte de la sociedad. De un lado, los conservadores la habrían defendido como el centro constitutivo del Antiguo Régimen. Defensores también los liberales, pero a partir de otros términos: la familia como garante de la propiedad privada, de la ética liberal y como límite de la intervención del Estado. Desde otro lugar, el socialismo y el feminismo atacarán la familia porque sería el lugar de imposición del orden establecido, sea capitalista, sea patriarcal. Otra interpretación, esta vez desde el psicoanálisis, permanecería entre esas posiciones: la familia definida como el lugar donde es posible percibir el psiquismo individual y colectivo. Otra interpretación historiográfica la ofrece la historia de las mentalidades. Esta afirma que la familia moderna debe su formación a la lenta extensión del modelo que la burguesía forjó; que es entonces una reproducción y una expansión concéntrica de sus principios, su lógica, sus sentimientos, sus costumbres y su organización.

      Apartándose de esas interpretaciones, Donzelot demuestra cómo fueron efectuadas las intervenciones que conducirían a la modificación de la familia en el seno de la sociedad francesa. Un cambio que el autor define como el paso del gobierno de las familias al gobierno por la familia. Según Donzelot, en el “gobierno de las familias”, propio del Antiguo Régimen, el padre era el responsable de la conducta de cada uno de los miembros (la mujer, los niños, la parentela, los domésticos), por lo que podía interferir sobre sus destinos y regular las relaciones internas. A su vez, el ejercicio de ese poder se sostenía sobre la relación de dependencia entre el padre y un afuera, es decir, el padre como figura responsable del comportamiento de la familia frente al poder soberano y frente a las entidades públicas (religiosas, corporativas, aldeanas).

      De otro lado, los reclamos dirigidos al Estado en busca de más subsidios, por parte de una población sometida a una creciente miseria, y las profundas fracturas entre la burguesía y las clases populares dan forma al “gobierno por la familia”. Ante esa doble amenaza contra el Estado y la sociedad liberal, la respuesta fue convertir la familia en el médium por el cual cada miembro podía afirmar su realización. La interpretación de Donzelot (2005) demostrará la exacerbación del carácter familiar, así como la exposición a sus miembros de las ventajas e inconvenientes para conectar las exigencias normativas y los comportamientos económico-morales. De tal manera, el autor ilustra la tutela de la familia en nombre de la lucha contra la inmoralidad, la falta de educación y las falencias sanitarias. En nombre de los miembros más frágiles (mujeres, niños), la familia es objeto de un gobierno directo. Intervención estatal, correctiva y salvadora. Pero la familia puede aumentar su autonomía si logra dominar sus necesidades y su capacidad económica: es el lugar del ahorro, de la promoción de la mujer, de la moral del trabajo, de la iniciativa escolar. Al ganar y conservar su autonomía, ella se hace responsable de los comportamientos normales de sus miembros pero ella puede, a pesar suyo, ser objeto de una tutela directa. De esta manera, la familia moderna es, al tiempo que liberada, controlada. Producto de una transformación y no de una conservación.

      La familia moderna no es tanto una institución como un mecanismo. Y debido a la disparidad de figuras familiares (bipolaridad popular y burguesa), al desnivel entre el interés individual y el interés familiar, este mecanismo funciona. Su fuerza reside en una arquitectura social, cuyo principio es desde siempre acoplar una intervención exterior a los conflictos o diferencias de potencial en el interior de la familia: protección de la infancia pobre, que permite destruir la familia como islote de resistencia, alianza privilegiada del médico y del educador con la mujer para desarrollar prácticas de ahorro, de promoción escolar, etc. Las prácticas de control social cuentan mucho más con la complejidad de las relaciones intrafamiliares que con sus complejos, con su apetito de promoción que con la defensa de sus privilegios (propiedad privada, rigidez jurídica). Maravilloso mecanismo, puesto que permite responder a la marginalidad con una desposesión casi total de derechos privados y favorecer la integración positiva, la renuncia a la cuestión del derecho político por la búsqueda privada del bienestar (Donzelot, 2005, pp. 89-90).

      Bajo las condiciones y las exigencias del Estado liberal, el procedimiento que finaliza la transformación de la familia fue el conjunto de medidas elaboradas por la filantropía. Al poner a disposición equipamientos colectivos, ella logró responder a las preguntas formuladas por el Estado liberal: ¿cómo contener el riesgo que la miseria significaba?; ¿cómo disciplinar a las clases trabajadoras? Dicho de otra manera, preguntas que se resumen en la necesidad de organizar y controlar una población que asegura la pervivencia del mismo Estado liberal. En esa medida, la filantropía se inscribe dentro de las estrategias biopolíticas del siglo XIX (Donzelot, 2005).

      Según Donzelot (2005), la filantropía se organizó a partir de tres polos. El polo asistencial remite a la esfera privada, las demandas formuladas al Estado en términos de derecho al trabajo y a la asistencia. Ese polo toma al Estado como lugar de paso de un cierto número de consejos y de preceptos de comportamiento, centrados en la pedagogía del ahorro entendido como medio para fortalecer la autonomía familiar, en la reducción de formas orgánicas, festivas y transfamiliares de solidaridad y, por último, en la supresión de los riesgos que significaban la dependencia y la insurrección. Así, en lugar de la donación, la filantropía prodiga el consejo práctico y normativo apuntando la falta moral que determina la pobreza de cada familia. Es así como se invierte una cuestión de derecho político en moralidad económica.

      El segundo es el polo médico-higienista. Este lo utiliza el Estado como medio material para conjurar los riesgos de destrucción de la sociedad por la disminución física y moral de la población, por la aparición de luchas y por el surgimiento de la violencia política. La orientación médica se compromete a señalar los lugares de intervención estatal donde la liberalización de la sociedad toma el riesgo de invertirse. Para ello, recurre al cuerpo legislativo protector de la infancia, de la salud y de la educación como una manera de intervenir en la familia en nombre de una vida sana y disciplinada. En ese sentido, la higiene pública y privada, la educación y la protección de los individuos más frágiles se dirigen a la población que la industria emplea, al tiempo que se asegura la adaptación positiva de los individuos (Donzelot, 2005).

      Donzelot (2005) afirma que el tercer polo surge a finales del siglo XIX en el cruce de las líneas que pertenecen a los otros dos polos. Es el polo de la infancia donde esta es el objeto privilegiado, sea porque ella puede estar amenazada (infancia en peligro), sea porque ella se puede convertir en elemento amenazante (infancia peligrosa). Es el momento de la creación de las sociedades y patronatos de la infancia y de la adolescencia, que se ocupan de los elementos peligrosos con el fin de volverlos útiles mediante el aprendizaje de oficios o de actividades productivas. Pero es también el momento de las campañas e iniciativas para la protección de la infancia que permitirán una transferencia progresiva de la soberanía de la familia moralmente insuficiente hacia el cuerpo de notables filántropos, magistrados y médicos especialistas de la infancia.

      Teniendo a la infancia como punto de convergencia privilegiado, la interacción de líneas de esos polos permitirá la configuración de eso que se conoce como “lo social”. El movimiento asistencial y paternalista que se había propuesto conjurar la cuestión de la pobreza encuentra su legitimidad en las viviendas sociales, las escuelas, las cajas de ahorro, el subsidio familiar y todo un conjunto de provisiones familiares, en la promulgación de normas sanitarias y educativas. En efecto, el Estado asume el rol de garante del buen funcionamiento de la sociedad liberal, cuando la asistencia pública, la justicia por la infancia, la medicina, la psiquiatría, la escuela y los organismos de recomendaciones oscilan entre, por un lado, la difusión de normas educativas, sanitarias, económicas y morales que fortalecen la autonomía de la familia y de sus miembros y, por otro lado, la intervención directa en la familia en nombre del bienestar de los más débiles. Según Donzelot (2005), desde el final del siglo XIX aparecen una serie de profesiones: asistentes sociales, educadores especializados y coordinadores, agrupados bajo un estandarte