Название | A pesar de todo... ¡No nos falta nada! |
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Автор произведения | Enrique Chaij |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877984057 |
Cuando en 1915 Ernesto Shackleton y sus hombres realizaron su viaje a la Antártida, debieron padecer las peores contrariedades. Perdieron el “Endurance”, el barco en que viajaban. Quedaron sin provisiones. Sufrieron toda clase de dificultades. El hielo se les partía debajo de sus pies; y el frío tan intenso de aquellas soledades era una permanente amenaza de muerte.
Y al fin de ese viaje tan peligroso y agotador, Shackleton destacó la sensación de haber estado acompañados por Dios. En todo momento parecieron verlo junto a ellos. ¿No es éste otro ejemplo de la compañía alentadora del Pastor en medio de la soledad? Y en el viaje de nuestra vida, por accidentado que sea, tú y yo podemos tener igual compañía y bendición.
Existe lo que podríamos llamar “soledad social”, que consiste en no tener la compañía física de nadie. Y también existe la llamada “soledad emocional” o psicológica, que es la orfandad interior, con gente afuera y con soledad adentro. Pero además está la “soledad espiritual”, que básicamente consiste en la falta de compañerismo con Dios, y en la ausencia de diálogo con él. Ésta es la peor clase de soledad, porque a menudo es causa de las otras soledades. Allí está la raíz, y allí también está la solución: nuestra relación de fe con Dios.
NO NOS FALTARÁ SU CUIDADO
Un chico deambulaba desesperado por la calle pidiendo ayuda. Y entre la gente que detuvo, dio por fin con el Sr. Salazar. Éste, en un primer momento decidió no ayudar al niño. Pero había algo en ese rostro infantil que lo hizo vacilar.
–Si te doy dinero, ¿qué harás con él? –le preguntó el hombre.
–Comprar pan, señor –respondió el niño.
–¿No has comido nada hoy?
–No, nada, señor.
–Pero, ¿me dices la verdad? –preguntó el Sr. Salazar, mirando fijamente a los ojos del niño.
–Sí, señor, le digo la verdad.
–Pero, ¿acaso no tienes padres? –volvió a preguntar el hombre, quien ya comenzaba a interesarse vivamente en el chico.
–No, señor, mi papá murió. Y mi mamá murió anoche. Venga conmigo, y le mostraré dónde está.
Y tomando la mano del niño, el Sr. Salazar lo acompañó por una estrecha calle de la ciudad, hasta que llegaron a una miserable vivienda. Entraron en ella, y el niño señaló hacia su madre muerta.
–¿Quién estaba a su lado cuando ella murió?
–Solamente yo, señor –balbuceó el niño inundado en lágrimas.
–¿Y te dijo algo tu mamá antes de morir?
–Sí, me dijo: “Dios cuidará de ti, hijo mío”.
Y maravillosa providencia, en ese instante se cumplía la palabra de la madre, pues el Sr. Salazar, cristiano de buen corazón y de buena posición económica, decidía hacerse cargo del niño y de su educación.
Tal como el niño recibió providencialmente el cuidado que necesitaba, así Dios nos cuida y ampara en la hora de necesidad. El mismo Dios que da de comer a las aves, que embellece de color y perfume a las flores, y que viste de mil matices la hierba del campo, ¿cómo no hará mucho más por nosotros? (S. Mateo 6:26-30). El rey David escribió: “Fui joven, y he envejecido, y no he visto justo desamparado, ni a sus hijos mendigar el pan” (Salmo 37:25).
¿Sientes a veces que nadie cuida de ti? Recuerda que en el caso extremo, aunque una madre se olvide de sus hijos, “yo nunca te olvidaré” , dice Dios (Isaías 49:15). ¿Cómo el Pastor habría de olvidarse de sus ovejas, siendo que las ama con ternura y solicitud? Podemos descansar en esta seguridad: Dios nunca nos hará faltar su cuidado paternal. Y con su cuidado vendrá también su infaltable protección.
NO NOS FALTARÁ SU PROTECCIÓN
En los momentos de mayor peligro, cuando nos parece que ha cesado toda esperanza, la protección divina puede jugar en nuestro favor. Él puede protegernos contra una bancarrota comercial, una enfermedad peligrosa, o un accidente que podría resultar fatal. Notemos el siguiente ejemplo.
Un grupo de cuarenta estudiantes estaba de gira artística por el interior del país. Era de noche, y el conductor del ómnibus no conocía muy bien los caminos de esa región. Y cuando llegó a una bifurcación de la carretera, estaba por doblar a la izquierda. Pero en ese preciso instante uno de los jóvenes pasajeros se acercó al chofer, y le indicó que doblara a la derecha.
De inmediato se produjo una violenta frenada, y el conductor pudo doblar a la derecha. Y antes de terminar de dar la curva completa, escuchó que un tren expreso atravesaba la ruta que ellos habrían tomado. Inexplicablemente, aquel estudiante se despertó a esa hora exacta de la noche, y se adelantó hacia el conductor para decirle en el momento preciso que doblara hacia la correcta dirección. De no haber sido así, se habría producido un accidente fatal con la pérdida de numerosas vidas.
¿Quién despertó al joven para que instruyera al conductor, justamente en ese punto del camino? Sólo Dios pudo hacerlo. ¡Cuántas veces él nos protege a nosotros de modo parecido! Y aunque digamos que fue una “casualidad” o una “buena suerte”, en realidad fue la mano del Omnipotente la que nos libró de la muerte o de alguna desgracia de gran proporción.
Haciendo memoria, seguramente tú mismo podrías recordar algún momento de tu vida, cuando el divino Pastor te sacó del abismo, ¿verdad? Sí, él tiene sobrada capacidad para protegernos contra toda especie de mal y peligro.
El salmista expresa este mismo concepto, cuando asegura:
“No te vendr á mal, ni plaga tocará t u morada. Pues a sus ángeles mandará por ti, que te guarden en todos tus caminos. En las manos te llevarán, para que tu pie no t ropiece en piedra” (Salmo 9 1:10-12).
¿Notamos de qué manera admirable y sobrenatural nos protege el Señor? Y aunque a veces nos parezca que no recibimos de él todo lo que quisiéramos, igualmente podemos decir con David: “Nada me faltará”. Por alguna carencia que padezcamos, el Pastor nos colma con innumerables bendiciones. Si no fuese así, ¿qué sería de nuestra vida? ¿Qué clase de bienestar podríamos poseer?
VALORANDO LO QUE TENE MOS
Con frecuencia, concentramos más nuestro pensamiento en lo que quisiéramos tener que en lo que ya poseemos. Y así nos excedemos en nuestras ambiciones, nos sentimos insatisfechos, y perdemos la alegría de la vida. Pero sobre todo, perdemos el sentido de la gratitud hacia lo que recibimos cada día del Padre. Como le pasó a cierto empleado bancario, quien un día regresó muy desanimado a su casa.
El hombre tenía la ilusión de que lo ascenderían en su trabajo. Pero no logró el ascenso anhelado. Y al llegar a su casa, le dijo a su esposa: “Soy un fracasado. Otros han conseguido el ascenso, y yo no”. Entonces su esposa le habló comprensivamente: “Tú has logrado que una mujer te ame. Con ella has formado un buen hogar, y ambos somos felices. ¿Cómo puedes pensar que eres un fracasado?” Y tras estas palabras y el beso de su mujer, el hombre se sintió reanimado y agradecido.
¿Solemos valorar lo que tenemos, aunque no sea una gran abundancia material? La salud, el trabajo, la familia, el alimento y el amor que recibimos cada día de Dios, ¿despiertan gratitud en nuestro corazón? ¡Cuán importante es la virtud del contentamiento y del espíritu agradecido!