A pesar de todo... ¡No nos falta nada!. Enrique Chaij

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Название A pesar de todo... ¡No nos falta nada!
Автор произведения Enrique Chaij
Жанр Документальная литература
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Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877984057



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frágiles y temerosos. Fácilmente nos confundimos y nos desorientamos; no sabemos qué hacer, adónde ir, o para qué luchar... ¿No te ha pasado esto más de una vez? ¡Así somos los humanos! Como ovejas nece­sitadas en el gran rebaño de la vida.

       EL PE LIGRO DE AISLARSE

      Normalmente, las ovejas se mantienen cerca la una de la otra. Se llevan bien entre sí. Pero a veces una de ellas se aleja. Y sola, corre el riesgo de extraviarse y ser ataca­da por alguna fiera enemiga. Algo semejante le pasa a la persona que se aísla y se distancia de los demás. Y en su soledad, puede perder la protección del grupo y el afecto de sus allegados.

      ¡Cuántos cortan deliberadamente su conexión con el prójimo, pensando que de esa manera se sentirán mejor y tendrán más libertad de acción! Y los tales, ¡cuánto se equivocan! Son los hijos que se rebelan contra sus padres, y deciden alejarse de ellos. Son los amigos que una vez se ofenden, y se separan para siempre. Son los esposos que, en lugar de mejorar su convivencia, acentúan de tal modo sus desavenencias que por fin rompen su vínculo matrimo­nial.

      En la mayoría de los casos, estos seres terminan distan­ciados y resentidos debido a su inmadurez y al amor pro­pio de sus corazones. Podrían haber conservado en buen estado sus lazos afectivos, pero prefirieron tomar el cami­no del enojo y del alejamiento. Son personas obstinadas, emocionalmente desvalidas. Tan necesitadas como la ove­ja extraviada, porque quedaron a merced de su propio ais­lamiento.

      Pero “el Señor es mi Pastor”, declara el salmista David. Por lo tanto, no necesitamos sentirnos solos o permanecer aislados. Le pertenecemos a Alguien, quien vela por nues­tro bien, y quien nos guía con su mano. Tú y yo somos la oveja, pero el Señor es el Pastor . Mientras abundan los seres sueltos, como pequeñas islas olvidadas del mundo, tú y yo podemos sentir el amor de Dios y su fuerte brazo sustentador.

       UN PASTOR COMPASIVO

      El Salmo no presenta al Señor como Maestro, Líder, Creador o Redentor. Lo presenta como el divino Pastor, que atiende con solicitud a cada oveja del rebaño. Él es el Padre que ama a sus hijos. Es el Dios todopoderoso en quien podemos confiar, y de quien podemos depender en la hora de nuestra mayor necesidad. Nunca nos abandona; se coloca a nuestro lado para asegurar nuestro éxito per­sonal. Estamos siempre bajo su mirada paternal. Así lo declara otro salmo del mismo autor:

       “¿Adó nde me iré de tu Espírit u? ¿Y adónde

       huiré de tu p resencia? Si subiera a lo s

       cielos, allí estás tú; si en el sepulcro

       hicier a mi lecho, también estás a llí.

       Si tomara las alas del alba, y habitara en el extremo del mar, aun allí me guiará tu mano,

       y me sostendrá tu diestra .

       “Si dijera: De seguro las tinieblas me encubrirán, h asta la noche resplandecerá sobre mí.

       Ni aun las tinieb las me encubren de ti ,

       y la noche es tan luminos a como el día;

       lo mismo te son las tinieblas que l a luz”

       (Salmo 139:7-12).

      La mirada y el amor de Dios siempre nos acompañan. Aun los que huyen de él, corren inútilmente; porque Dios los sigue con paciencia y ternura. Tal es el amor que nos profesa. Él ocupa el papel protagónico del Salmo; y tam­bién quiere ocupar el primer lugar en nuestra vida. Porque sólo así podemos sentirnos bien, y alcanzar nuestros más altos ideales.

      El Señor nos ama a todos por igual. Es Pastor de los buenos que él bendice, y de los malos, a los cuales él perdona... Es el Padre de todos; y en él todos somos hechos hermanos. Él no hace acepción de personas. Sólo considera nuestras necesidades, y actúa para su­plirlas. ¿Te acordabas que tenemos un Padre-Pastor tan admirable y poderoso?

       MÁS ACERCA DE ÉL

      ¿Quién mejor que David para hablar del divino Pastor? Él sabía lo que decía, porque en su juventud había pasto­reado el rebaño de su padre. Había cuidado valerosamente a las ovejas (1 Samuel 17:34,35); las había llevado de una parte a otra para asegurarles el agua y el alimento; las había apacentado con bondad y paciencia... Había sido un pas­tor responsable y cumplidor...

      Y al considerar la índole de su profesión, concluyó que el mejor Pastor de todos era el Señor, porque nadie como él amaba y cuidaba tanto a cada una de las ovejas humanas de este mundo. Y siglos más tarde, el mismo Señor habría de decir: “Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas” (S. Juan 10:11).

      En cierta comarca de Escocia, un pastor de ovejas cui­daba su rebaño junto con su hija. Mediante un silbido es­pecial, los animales eran llamados y respondían. Y cuando la muchacha creció, fue enviada a una ciudad distante para recibir una mejor educación. Al principio, las cartas iban y venían, y así la hija mantenía una buena relación con su familia.

      Pero pasado cierto tiempo, las cartas de la hija se fue­ron espaciando más y más, hasta que finalmente dejó de escribir a su casa. Preocupada la familia ante tal silencio, el padre decidió viajar hasta la ciudad, para ver cómo andaba su amada hija.

      Al llegar, el padre descubrió que ella ya no vivía en la dirección que él tenía. Lamentablemente, nadie supo decirle dónde podría encontrar a la muchacha. Preguntó y buscó todo lo que pudo, pero sin resultado. Y ya estaba por regresar a su casa con su alma quebrantada, cuando deci­dió recorrer las calles de la ciudad, silbando como cuando llamaba a las ovejas junto con su hija. Él pensó: “Si ella llega a escuchar el silbido desde donde esté, seguramente lo va a reconocer y va a salir a la calle”. Y ese padre, con su modesto atuendo pastoril, comenzó a recorrer ansiosa­mente calle tras calle de la ciudad.

      Y antes de finalizar tan penosa tarea, el padre avanzó un poco más con su penetrante silbido, aunque creyendo que todo su esfuerzo había sido en vano. Pero ¡oh in­creíble sorpresa! El agotado y entristecido padre vio de repente que de una casa de mala vida salía corriendo hacia él la hija de su corazón. ¡Qué encuentro tan conmovedor! El llamado del pastor había dado resultado. ¡La hija extra­viada estaba de nuevo con su padre! La felicidad se había reinstalado en el hogar.

      La tierna historia de este padre en busca de su hija ilus­tra la actitud amante del divino Pastor, quien busca sin desmayo al alma extraviada. Y cuando la encuentra, se goza inmensamente y comparte su alegría (S. Lucas 15:1-7). No importa cuán extraviados podamos estar, hasta allí llega el Pastor para cambiar nuestro rumbo.

      Él endereza nuestros pasos y corrige nuestra conducta torcida. Nada es imposible para él. Y todo lo hace por amor... Con él, “¡no nos falta nada!”

       UNA RELACIÓN COTIDIANA

      Mientras David pastoreaba a sus ovejas, permanente­mente recordaba que él mismo era pastoreado por el Señor. Se sentía unido a él. Estaba siempre consciente de la pre­sencia de Dios en su vida. De ahí que escribiera en prime­ra persona: “El Señor es mi Pastor”. Porque lo sentía como propio. Es como si hubiese dicho: “Dios es mi Pa­dre; no soy huérfano; él está conmigo y se ocupa de mí”. Y esta seguridad lo llenaba de gozo, como lo expresó en otro de