A pesar de todo... ¡No nos falta nada!. Enrique Chaij

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Название A pesar de todo... ¡No nos falta nada!
Автор произведения Enrique Chaij
Жанр Документальная литература
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Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877984057



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presentes las princi­pales necesidades del ser humano, comunes a todo tiempo, lugar y circunstancia.

      Podría decirse que el Salmo 23 es una Biblia en minia­tura. A semejanza de la Biblia, comienza con Dios –el Señor–y termina con la vida perdurable, como también ocurre con la Escritura en el Apocalipsis. ¿Y qué hay en el centro del Salmo? Lo mismo que en la Biblia: la acción soberana de un Dios Sustentador y Redentor, que guía con amor a sus hijos por la buena senda.

       EFECTOS EN LA VIDA

      ¡Cuántos seres incomprendidos y dolientes, internos en un penal, víctimas de la violencia perversa, hambrientos de pan y de afecto, reducidos en su soledad, o desposeídos de todo privilegio leyeron o escucharon una vez este sobresaliente salmo de David, y pronto cobraron ánimo y optimis­mo! La fe se encendió en sus corazones, y llegaron a ser nuevas personas. Como le pasó a cierto hombre agnóstico quien, después de escuchar una clara exposición sobre el Salmo 23, llegó a decir: “Ya no soy agnóstico. El Pastor ha encontrado a su oveja perdida”.

      Valga recordar aquí aquella distinguida reunión social, en la cual se encontraban presentes diversas personalidades. Entre ellas, un conocido actor. Y a los postres, alguien le pidió al actor que recitara algún poema. Y éste accedió, y curiosamente recitó el Salmo 23. La expresión de su voz fue tan agradable, que arrancó el aplauso de todo el públi­co presente.

      En la reunión también se encontraba un hombre mayor, a quien todos querían y respetaban. Un hombre probado por el dolor, que había perdido a su esposa y a su hija, y que sin embargo siempre se mostraba sonriente. Y a él también le pidieron que recitara algún trozo literario. El hombre aceptó, y decidió recitar el mismo Salmo 23. Mien­tras lo iba pronunciando con emocionado acento, todos escuchaban en completo silencio. Por fin, nadie aplaudió, pero muchos humedecieron sus mejillas por la emoción. Rompiendo entonces el silencio, el actor que había recita­do antes se levantó, y dijo: “Entre nosotros dos hay una gran diferencia. Yo sólo conozco el Salmo del Buen Pas­tor, pero él conoce al Buen Pastor del Salmo”.

      Mi sincero deseo es que tú también puedas conocer más íntimamente al divino Pastor, para adquirir así la fuerza interior que te proporcionará paz, energía y felicidad.

      Cordialmente,

      Enrique Chaij

       El Salmo del Pastor

      1  El Señor es mi Pastor,

      2  Nada me faltará.

      3  En verdes praderas me hace descansar,

      4  J unto a tranquilas aguas me pastorea.

      5  Restaura mi alma.

      6 Me guía por sendas de justicia por amor de su nombre.

      7  Aunque ande en el valle sombrío de la muerte,

      8  No temeré mal alguno, porque tú estás conmigo.

      9  Tu vara y tu cayado me infunden aliento.

      10  Me preparas una mesa en presencia de mis angustiadores.

      11  Unges mi cabeza con aceite, mi copa está rebosando.

      12  La bondad y el amor me seguirán todos los días de mi vida.

      13 Y en la casa del Señor viviré para siempre.1

      1 Tanto este salmo como las demás citas bíblicas que aparecen en la obra corresponden a la versión “Nueva Reina Valera 2000”. En todos los casos, la cursiva de tales citas es nuestra.

      Sentido de pertenencia

      “El Señor es mi Pastor”

      Viajábamos por la dilatada Patagonia argentina, donde las poblaciones eran muy pocas y pequeñas. El terreno, una interminable meseta de vegetación desértica, salpicada por las manchas blanquecinas tan típicas de la región.

      ¿Qué “manchas” eran ésas? Eran la gran riqueza que, junto con el petróleo allí existente, hacen tan atractivo y codiciable a ese extremo final del continente. Eran las ove­jas que abundan tanto en la zona: miles y millones de ellas, en lento movimiento pastando sin cesar.

      Lo que recuerdo de manera especial es el trayecto que hicimos por tierra entre las ciudades de Río Gallegos, ca­pital de Santa Cruz, y Río Turbio, la pequeña ciudad mi­nera recostada en la cordillera austral. Una distancia de unos 300 kilómetros sobre camino pedregoso. Y durante las horas de ida y vuelta del viaje, tuvimos de nuevo como compañeras a las infaltables ovejas. Pero esta vez estaban bien cerca del camino, casi al alcance de la mano.

      Y a medida que avanzábamos, íbamos espantando a los rebaños junto a la ruta. ¡Cómo huían despavoridas esas ovejas al escuchar la bocina del auto! Corrían todas jun­tas, unas detrás de las otras, aun bastante después de ha­berlas pasado. Los corderitos, más asustadizos y temero­sos, seguían a sus mayores tan rápidamente como podían.

      Al observar repetidamente ese mismo cuadro, vino a mi pensamiento el brillante Salmo 23 del rey David, que destaca la obra del divino Pastor en favor de sus ovejas. Y como resultado, nacieron allí las primeras ideas que dieron ori­gen a esta obra.

       ELLAS Y NOSOTROS

      David empieza diciendo: “El Señor es mi Pastor”. Es nuestro Pastor. Por lo tanto, somos sus ovejas. Le pertenecemos. No somos huérfanos ni estamos abandona­dos. Él se ocupa de nosotros. Somos valiosos para él.

      ¿Existe alguna semejanza entre las ovejas y los seres humanos? Ellas no son fuertes como el león, ágiles como la gacela, o astutas como la serpiente. Son indefensas, frágiles, y se extravían fácilmente. Tienen poco desarro­llado el sentido de orientación. Unas siguen a las otras, aunque a veces esto les cueste la vida. Imitan sin criterio lo que hacen las demás.

      Cierto obrero ferroviario, encargado de embarcar ani­males, les comentó a sus compañeros de trabajo: “Miren cómo cada oveja hace exactamente lo mismo que la que tiene delante”. Y para demostrarlo, colgó un palo atrave­sado en el angosto desfiladero por donde pasaban los cor­deros. Como era natural, el primer animal debió dar un salto al pasar. Y lo mismo hizo el siguiente, y muchos más que vinieron detrás de él.

      Pero luego el obrero fue sacando lentamente el palo, y todas las ovejas restantes, al llegar a ese lugar, seguían saltando como si el palo estuviese todavía allí. Cada una de ellas saltaba sin necesidad, como lo había hecho la ante­rior.

      ¿No ocurre algo parecido con los seres humanos? ¡Cuántas veces imitamos a los demás sin saber por qué motivo! Desarrollamos una mentalidad de rebaño, y nos quedamos sin ideas propias. Seguimos ciegamente los dicta­dos de ciertas modas, y hasta adoptamos costumbres que arruinan nuestro bienestar. Esto explica por qué muchos incurren en ciertos vicios, llámense tabaquismo, drogadic­ción u otros. Porque, según ellos, “todos los demás lo hacen”.

      Y aunque sufran un terrible deterioro en su salud, y acorten innecesariamente sus días, igualmente siguen con su enviciamiento, porque no piensan ni deciden con cabe­za propia. Se limitan a imitar a los demás, quienes a su vez imitan a otros, y éstos a otros. Y así, la negra cadena de sucesiva imitación convierte en víctimas a millones de per­sonas. Inconcebible: ¡mentalidad de rebaño entre seres racionales!

      Y pensar