El comportamiento administrativo. Herbert Alexander Simon

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Название El comportamiento administrativo
Автор произведения Herbert Alexander Simon
Жанр Зарубежная деловая литература
Серия
Издательство Зарубежная деловая литература
Год выпуска 0
isbn 9789870125235



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de bosques), por clientela (madereros y ganaderos que utilizan bosques públicos) o por área (tierras forestales de dominio público). Al seleccionar ejemplos concretos de este tipo, las líneas divisorias entre estas categorías se vuelven realmente difusas y poco claras.

      No existe, entonces, una diferencia esencial entre una “finalidad” y un “proceso”, sino solamente una diferencia de grado. Un “proceso” es una actividad cuya finalidad inmediata se encuentra en un nivel bajo de la jerarquía de medios-a-fines, en tanto que la “finalidad” es un conjunto de actividades cuyo valor orientador o fin se encuentra en un nivel alto de la jerarquía de medios-a-fines.

      Considérese a continuación “clientela” y “lugar” como bases para la organización. Estas categorías no están en realidad separadas de la finalidad, sino que son una parte de ella. Una declaración completa de la finalidad del departamento de bomberos tendría que incluir el área de la cual se ocupa: “reducir las pérdidas materiales ocasionadas por incendios en la ciudad de X”. Los objetivos de una organización administrativa están formulados en función de los servicios a brindarse y el área para la cual se brindan. Generalmente, el término “finalidad” se utiliza para referirse solo al primer elemento; pero el segundo es un aspecto de la finalidad igualmente legítimo. Las áreas de servicio, por supuesto, pueden ser una clientela especificada tanto como un área geográfica. En el caso de un organismo que trabaje por “turnos”, el tiempo constituirá una tercera dimensión de la finalidad: brindar determinado servicio en determinada área (o a una clientela determinada) durante un período de tiempo determinado.

      Con esta terminología, la siguiente tarea es reconsiderar el problema de especializar el trabajo en una organización. Ya no resulta legítimo hablar de una organización “por finalidad”, “por proceso”, “por clientela” o “por área”. La misma unidad tal vez caiga en cualquiera de estas cuatro categorías, según la naturaleza de la unidad organizacional mayor de la cual forma parte. Una unidad que brinde servicios médicos y de salud pública a niños en edad escolar, en el condado de Multnomah, puede considerarse como (1) una organización “por área” si formara parte de una unidad que brinda el mismo servicio para el estado de Oregon; (2) “por clientela” si formara parte de una unidad que brinda servicios similares a niños de todas las edades; (3) “por finalidad” o “por proceso” (resulta imposible decir cuál) si formara parte de un departamento de educación.

      Falta de Criterios para la Especialización. Incluso una vez solucionado el problema del uso adecuado de los términos “finalidad”, “proceso”, “clientela” y “área”, los principios de administración no ofrecen una guía para decidir cuál de estas cuatro bases rivales de especialización resulta aplicable en una situación en particular. La Comisión Británica de Maquinaria del Gobierno no tiene dudas sobre el asunto. Consideró finalidad y clientela como las dos bases posibles de organización y puso toda su confianza en la primera. Otros han tenido igual fe al elegir entre finalidad y proceso. El razonamiento que lleva a estas conclusiones inequívocas deja bastante que desear. La Comisión de Maquinaria del Gobierno ofrece este único argumento para su elección:

      Las fallas en este análisis son claramente evidentes. Primero, no hay un intento por determinar cómo se reconocerá “un” servicio. Segundo, existe una presunción osada, carente totalmente de pruebas, de que una unidad de salud infantil, por ejemplo, en un departamento de bienestar infantil, no puede ofrecer servicios de “un estándar tan alto” como la misma unidad ubicada en el departamento de salud. No se explica de qué modo el desplazamiento de la unidad de un departamento a otro mejoraría o dañaría la calidad de su trabajo. Tercero, no se establece ninguna base para juzgar las pretensiones rivales de finalidad y proceso; ambos se fusionan en la ambigüedad del término “servicio”. No es necesario aquí decidir si la Comisión tenía razón o estaba equivocada con respecto a su recomendación; el punto importante es que la recomendación representaba una elección, sin ningún fundamento empírico o lógico evidente, entre principios de administración contradictorios.

      En la mayoría de las discusiones de finalidad versus proceso, se pueden encontrar ejemplos incluso más ilógicos. Resultaría ridículo citarlos si no se los usara corrientemente en debates políticos y administrativos serios.

      ¿Pero realmente se responde por sí sola? Supongamos que se estableciera una oficina de educación agrícola, dirigida, por ejemplo, por un hombre con amplia experiencia en la investigación agrícola o como director de una escuela de agricultura, y dotada con un plantel integrado por hombres