Baila conmigo. Susan Elizabeth Phillips

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Название Baila conmigo
Автор произведения Susan Elizabeth Phillips
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788412316780



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los ojos. Trató de aflojar la tensión que le oprimía el pecho. Había caminado kilómetros en la oscuridad, arrastrándose entre los árboles y los matorrales congelados, esquivando como pudo los campos inundados mientras intentaba encontrar cobertura para llamar. Tenía que pedir ayuda, tenía que conseguir un final diferente.

      La pila de su linterna se acabó, pero había seguido moviéndose, unas veces había logrado evitar algunos troncos caídos y raíces enredadas, otras no. Cuando por fin alcanzó la carretera, intentó hacer autostop, pero no circulaban muchos coches por la autopista, y los que pasaban no se mostraron dispuestos a recoger a un vagabundo lleno de mugre.

      Amaneció antes de que lograra llamar a alguien. La policía estatal lo recogió poco después y lo llevó al hospital, cuyo personal lo condujo a una pequeña sala de espera. Por fin, apareció una trabajadora social para decirle que su hija había llegado y que podía pasar a verla. Había mandado a la mierda a aquella mujer.

      —No podemos estar seguros todavía, pero todas las señales apuntan a que su mujer sufrió una embolia de líquido amniótico. Es una complicación mortal sin la debida intervención quirúrgica —le explicó un médico tras presentarse.

      Ponerle un nombre a lo que había sucedido no cambiaba el resultado. Bianca se había ido.

      El ascensor no se había movido. Ian se había olvidado de pulsar el botón.

      El médico le había hablado del bebé. No recordaba mucho de lo que le había dicho. No le importaba. Pero a Tess Hartsong sí le importaba esa niña y, como él no tenía corazón, le había echado toda la mierda encima a la infeliz bailarina endemoniada. Y así estaban.

      Las puertas del ascensor se abrieron. La mujer que lo miró desde el otro lado retrocedió rápidamente. Le escocían los ojos. Sentía la garganta como si fuera papel de lija.

      Bianca estaba muerta, y había sido culpa suya.

      ***

      Tess miró el fajo de dinero que North le había lanzado antes de marcharse. Le quemaba la palma de la mano. No quería su dinero. Estaba mal que él hubiera abandonado a su hija, que hubiera confiado en alguien que apenas conocía para tomar decisiones de vida o muerte. Pero Tess conocía el dolor demasiado bien, y casi lo había entendido.

      Una de las enfermeras le entregó un pijama sanitario y una bata. No soportaría volver a ver su ropa ensangrentada y la tiró a la basura. Solo vaciló ante la sudadera de Trav, pero a partir de ese día olería a sangre y muerte. Así que se deshizo de ella junto con los vaqueros, luego se encerró en el cuarto de baño y vomitó.

      ***

      Se quedó dormida en uno de los sillones de la UCI neonatal.

      Vio la cara torturada de Bianca.

      «¡Ayúdame! ¿Por qué no me ayudas?».

      La sangre se acumulaba alrededor de sus tobillos. Un océano de sangre que la arrastraba a las profundidades. Le pesaban los brazos, no sentía las piernas…

      Se despertó sobresaltada de aquella pesadilla. Tenía el escote bañado de sudor. Parpadeó e intentó orientarse.

      Era de noche. El bebé yacía en la incubadora, acunada en un nido de mantas en forma de herradura con una vía intravenosa, una cánula pediátrica en las diminutas fosas nasales y algunos electrodos fijados al pecho. Como todos los bebés prematuros, parecía una rana.

      —Démosle veinticuatro horas —había dicho la enfermera—, y entonces podrás sostenerla.

      Pero Tess no quería abrazarla. No quería contaminarla más de lo que ya lo había hecho. Sin embargo, conocía el protocolo del hospital; todos los bebés necesitaban el contacto de la piel de sus madres, los prematuros todavía más. Pero es que Tess no era su madre. Esa pequeña no tenía madre y, ahora mismo, tampoco tenía padre. Su piel era la única con la que podía contar.

      Huyó de la UCI. El pasillo estaba desierto. Se apoyó contra la pared y se obligó a respirar. Tenía que hacer lo correcto.

      Los voluntarios del mostrador de información le facilitaron la dirección de un hostal que se encontraba a pocas manzanas de distancia. Cuando se registró, fue a la tienda más cercana y, con el dinero de Ian North, se compró un par de mudas de ropa y algunos artículos de higiene personal.

      Puso el despertador del móvil para que sonara exactamente una hora más tarde, aunque no pudo dormirse por miedo a volver a tener la misma pesadilla. Finalmente, se levantó, se duchó y volvió al hospital, donde se instaló de nuevo en un sillón cerca del bebé.

      Por la mañana, una enfermera sacó a la pequeña de la incubadora y le pidió a Tess que se desabrochara la ropa para que pudiera sentir su piel. Tess había hecho la misma petición a docenas de madres primerizas, pero a ella le temblaron los dedos en los botones.

      Colocó al bebé en la posición adecuada, sosteniéndola derecha contra su pecho, con la cabeza girada para que respirara. La enfermera las cubrió a ambas con una manta para darles calor.

      Era Bianca quien debería estar sosteniendo al bebé. O North. Y estaba ella.

      «Aquí no hay nada para ti, pequeña. No hay nada».

      ***

      Los siguientes días pasaron como en una nebulosa. Tess supo por las enfermeras que North les había facilitado un teléfono, pero no había contactado con ella. Llamó a Phish. El radio macuto del pueblo había estado trabajando, y todos sabían de la existencia del bebé y de la muerte de Bianca. Tess no le preguntó lo que pensaba la gente, pero Phish no era de los que se andaban con sutilezas.

      —Mira, Tess. Es lo único de lo que habla todo el mundo. Nadie sabía que eras comadrona, y ahora corren todo tipo de historias por el pueblo. La gente dice…

      —Ya me imagino lo que dicen. ¿La carretera está transitable?

      —Sí. ¿Quieres que vaya a buscarte?

      —No. Es que… tengo que quedarme aquí un tiempo.

      ***

      Tess comenzó a alimentar al bebé. Cada día la tenía en brazos más tiempo: el pajarito cubierto solo por un pañal mientras descansaba contra su piel desnuda, las dos bajo la calidez de una manta. El bebé tenía pelusa oscura bajo el gorrito de recién nacido. Tess siempre contaba las respiraciones de la criatura y escuchaba sus pequeñas protestas.

      Debería contratar a un abogado. No tenía licencia para ejercer en Tennessee, y estaba segura de que Ian North la demandaría. Tal vez la protegería la ley del buen samaritano del estado. O tal vez no. De todos modos, los honorarios la arruinarían, pero no tenía otra manera de protegerse.

      Un día llevó a otro. Phish la llamó varias veces. Había obligado a Savannah y a Michelle a que la sustituyeran, lo que seguramente las cabrearía aún más con ella.

      Había hablado con las enfermeras cuando sintió que lo necesitaba e intercambiado las palabras justas con la pareja que dirigía el hostal, al que solo iba a ducharse y a cambiarse de ropa. El resto del tiempo sostenía al bebé contra su pecho y pensaba en Bianca.

      Una semana después de su llegada, el doctor la informó de que a la mañana siguiente le darían el alta a la niña. Tess se sintió aterrorizada. Todavía no había visto a North. ¿Se dignaría siquiera a aparecer? ¿Y qué le pasaría a aquel indefenso pajarito si no lo hiciera?

      ***

      Los adornos, las plumas de pavo real y los cupidos de porcelana de aquel hostal victoriano lo asfixiaban. A Ian le gustaban los espacios grandes y diáfanos: altos muros de hormigón, grandes lienzos, horizontes vacíos.

      Buscó en el bolsillo un pañuelo de papel. El frío que estaba pasando no le molestaba mucho. Un resfriado tenía principio y final, y tarde o temprano desaparecería, a diferencia de otros desastres.

      Había pasado los últimos días en Manhattan. Bianca no tenía familia, pero sí muchos conocidos debido a su profesión. Él se las había arreglado