Название | Baila conmigo |
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Автор произведения | Susan Elizabeth Phillips |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412316780 |
Se acurrucó más profundamente entre las mantas. La iglesia que estaba en lo alto de la montaña llevaba en ruinas desde hacía mucho tiempo. Debía de ser la campana de la escuela. Y eso que Ian North le había montado un buen escándalo por poner la música alta. Era la una de la mañana, y él debía de pensar que era perfectamente aceptable…
Abrió los ojos de golpe. Con un gemido, se levantó de la cama y agarró la ropa seca que tenía más mano. Minutos después, salió por la puerta.
***
La luz que brillaba a través de los ventanales indicaba que el generador de la escuela estaba en funcionamiento.
—¡Bianca! ¿Dónde estás? —Tess entró sin llamar y se quitó el impermeable.
—Aquí atrás. ¡Deprisa! —respondió North desde el dormitorio de abajo.
«Que sea una falsa alarma».
Bianca solo estaba de treinta y cuatro semanas. Tess había asistido a partos de bebés prematuros antes, pero con acceso a monitores fetales y a una unidad de cuidados intensivos neonatales. Allí, en la montaña, no tenía equipo: ni estetoscopio ni instrumental ni jeringas ni kits de sutura. Y, por encima de todo, no tenía corazón para ello. Y, sin embargo, ahí estaba.
Se obligó a bajar las escaleras que iban a la habitación del piso inferior y cruzó el umbral.
La habitación estaba decorada con una amalgama de suaves tonos grises en las paredes, lámparas mates de níquel y vaporosas cortinas blancas. Bianca yacía al descubierto en una cama tipo futón; el camisón, de color plateado, se enredaba alrededor de su cuerpo, y su cara se retorcía de pánico.
—¡Tess! ¡Es demasiado pronto! He roto aguas y tengo contracciones. Se suponía que eso no tenía que pasar aún.
A Tess le dio un vuelco el corazón. No parecía una falsa alarma, y en Tempest no había médico. Incluso si se plantearan llegar al hospital más cercano en medio de la tormenta, estaba a ochenta kilómetros.
—Los bebés son enanos tontitos. Tienen voluntad propia. —Buscó en el bolsillo de sus vaqueros una goma para sujetarse el pelo.
Su irreverencia hizo que Bianca esbozara una sonrisa. Tess se recogió la melena y fue hacia la cama.
—Tengo miedo. —Bianca le agarró la mano con un fuerte apretón.
—Todo irá bien —dijo Tess sin creérselo—. He traído al mundo más bebés de los que soy capaz de recordar, y aquí estamos. ¿Cada cuánto tiempo son las contracciones?
—Cada seis minutos —dijo North por detrás de ella.
—Voy a ir a lavarme. —Se soltó suavemente de las manos de Bianca.
—¡Deprisa! —Bianca cerró los puños.
North la llevó al baño contiguo, pero, en lugar de dejarla allí, la siguió dentro. Mientras ella estaba de pie en el lavabo, el espejo reflejaba su dura mandíbula y su pelo demasiado largo.
—Bianca me ha dicho que eras comadrona. ¿Es verdad? —Su intensidad hizo que la pequeña habitación se volviera claustrofóbica.
—Así es. —Se subió las mangas por encima de los codos y abrió el grifo.
—Y ¿qué significa eso exactamente? ¿Alguna vez has asistido a un parto por tu cuenta?
¿Qué haría si ella le dijera que no? Cogió el jabón y empezó a lavarse las manos. No le importaba lo famoso y rico que fuera, no le importaba el talento que tuviera; no le caía bien. No le gustaba la tensión que detectaba entre su esposa y él. Y tampoco le gustaba ver a Bianca aferrarse a él en un momento dado y atacarlo en el siguiente.
—Soy enfermera y comadrona titulada. He asistido antes en partos prematuros.
«Pero no sin refuerzos».
Miró su reflejo en el espejo y notó que Ian tenía los hombros hundidos; ya no parecía tan agresivo.
—Los móviles no tienen cobertura —dijo—. Pensé que tal vez podría recogernos un helicóptero. Íbamos a trasladarnos a Knoxville dentro de un par de días. Tendría que haber habido tiempo de sobra.
—Al bebé no le deben de haber llegado las instrucciones.
Él hizo una mueca de dolor y Tess se arrepintió de su respuesta. Había tratado con muchos padres difíciles, y sabía qué era lo mejor.
—Necesito que consigas algunas cosas. —Hizo una lista: toallas limpias, desinfectante de manos, tijeras esterilizadas, hilo, cualquier gasa que pudiera encontrar, una gran jarra de agua helada—. ¿Tienes mantas para el recién nacido? ¿Algo para el bebé?
—No. Bianca iba a hacer que le enviaran todo desde Manhattan.
—Corta unas cuantas tiras del tejido más suave y limpio que encuentres. Necesitaré dos o tres.
No le pidió que repitiera la lista y se puso en marcha.
—Va a tardar un poco. ¿Te gustaría dar un paseo por ahí? —Tess apoyó a Bianca en las almohadas y le tocó el abdomen mientras cronometraba las contracciones.
—¿Puedo? —Bianca levantó la vista de la cama, sus ojos azules tan grandes e inquisitivos como los de un niño.
—Claro. Andar te irá bien. Puedes ducharte o ponerte en posición fetal. Lo que te parezca mejor. No hay ninguna regla.
Lo que le apetecía resultó ser un baño.
Ian reapareció mientras Tess ayudaba a Bianca, todavía en camisón, a entrar en el agua caliente. Dejó caer las provisiones en la encimera del baño con un golpe sordo.
—¿Se puede saber qué haces? ¡Debería estar en la cama!
—Ahora las mujeres paren de forma diferente que en los años 50. —Tess ya estaba más que harta del doctor North, un doctor que, por cierto, no tenía título.
—Pero...
—Si se queda en la cama, tardará más en dilatar, pero ponle sábanas limpias por si decide dar a luz allí.
—¿Por si...?
Tess había traído al mundo a bebés en partos de madres en cuclillas o acurrucadas en espacios estrechos. Un sorprendente número de mujeres querían meterse entre la cama y la pared.
—Si tienes un plástico limpio, ponlo debajo de la sábana para evitar que el colchón se manche.
—¡A la mierda con el colchón! —Salió corriendo.
La suave gasa del camisón de Bianca flotaba como una nube de humo alrededor de su cuerpo. Tess le frotaba los hombros, mantenía el agua caliente y respiraba con ella durante las contracciones. Afortunadamente, la naturaleza egocéntrica de Bianca le impidió captar la tensión de Tess.
—¡Quiero la epidural! —Bianca lloró al final de una fuerte contracción.
Pero en aquel parto no era una opción.
—La epidural está sobrevalorada —aseguró Tess dándole un suave masaje en la cabeza—. Tu cuerpo sabrá exactamente qué hacer. —Rezó para que eso fuera cierto.
—¿Dónde está Ian? ¡Quiero a Ian!
—Estoy aquí.
Apareció en la puerta del baño, pero no la miró.
—¡El bebé no te importa! —gritó Bianca—¡Ni siquiera fuiste capaz de fingir felicidad cuando me quedé embarazada!
—Tú estabas feliz por los dos —dijo él en voz baja.
—El agua se está enfriando. Déjame calentarla. —Tess había visto a más de una mujer ponerse en contra de su marido en el parto, y se concentró en los grifos.
—Quiero andar un poco. —Al final Bianca quiso