Название | Baila conmigo |
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Автор произведения | Susan Elizabeth Phillips |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788412316780 |
—Entonces, ¿por qué has preguntado por el trabajo?
—Porque… —Se llevó los dedos al pelo y los enredó en él—. No lo sé. Olvídalo.
—¿Sabes hacer un expreso?
—No.
—¿Tienes alguna experiencia con cajas registradoras?
—No.
—¿Tienes algo mejor que hacer ahora mismo?
—¿Mejor que…?
—Ponerte un delantal.
—En realidad, no. —Y eso pensaba en realidad.
—Entonces, vamos a ello.
Durante las siguientes horas, Phish le mostró todos los trucos mientras atendía a los clientes. Ella le siguió la corriente, sin estar segura de cómo había llegado a esa situación, pero sin intención de hacer nada al respecto. Al poco tiempo, tuvo la impresión de que ya le habían presentado a la mitad del pueblo, incluyendo al «señor de la cerveza» del pueblo, algunos jubilados del norte, la jefa de la Alianza Local de Mujeres y dos miembros del consejo escolar. Todo el mundo sentía curiosidad por ella —justo lo que ella no quería—, pero era la curiosidad normal de la gente por conocer a alguien nuevo, y las respuestas evasivas que ya había dado a Bianca parecían satisfacerlos.
A las cuatro en punto, atendió al primer cliente. Dos cucharadas de helado de mantequilla y nueces, y una copia del National Enquirer. A las cinco, mientras los Grateful Dead terminaban el coro final de Bertha, Phish se quitó el delantal y se dirigió a la puerta.
—Savannah vendrá a las siete para hacerse cargo.
—¡Espera! Yo no…
—Si tienes preguntas, déjalas para mañana. O pídele a uno de los clientes que te ayude. No recibimos a muchos extraños por aquí.
Y, sin más, se quedó sola. Se convirtió en camarera, heladera, pastelera, proveedora de dulces y vendedora de cigarrillos.
Vendió dos porciones de tarta, una con helado; un paquete de pilas AA; una taza de chocolate caliente y algunos caramelos de menta para el aliento. E hizo su primer capuchino, solo para tener que rehacerlo porque no cumplía con las proporciones correctas. La cafetería estaba llena de clientes habituales cuando entró un hombre; llevaba una gorra de camionero que le cubría la cabeza y barba pelirroja de varios días. El tipo se tomó un tiempo para mirar atentamente la forma de sus pechos bajo el delantal.
—Un paquete de Marlboro.
Debería haberlo previsto, pero en esos días no podía prever nada de nada.
—¿Te haces una idea de lo que el tabaco le provoca a tu cuerpo? —Se demoró un rato reacomodando los plátanos en el frutero del mostrador.
—¿Lo dices en serio? —preguntó él, rascándose el torso.
—Fumar aumenta el riesgo de padecer enfermedades coronarias, cáncer de pulmón, accidentes cerebrovasculares… También provoca mal aliento.
—Véndeme los cigarrillos, joder.
—Es que… no puedo.
—¿Qué?
—Soy una especie de… objetora de conciencia.
—¿Una qué?
—Mi conciencia se opone a vender algo que sé que es tóxico para el cuerpo humano.
—¿Lo dices en serio?
«Excelente pregunta».
—Supongo…
—¡Voy a quejarme a Phish!
—Lo entiendo. —No era que esta nueva ocupación fuera la profesión de su vida, y si la despedían tampoco pasaba nada.
Él se quedó justo al lado del mostrador mientras llamaba, mirándola con desprecio.
—Phish, soy Artie. La nueva no me vende una cajetilla de Marlboro… Mmm… Mmm. Mmm… Vale. —Le alargó el móvil—. Phish quiere hablar contigo.
—Hola. —El teléfono apestaba a tabaco. Lo mantuvo ligeramente alejado de la cara.
—¡Qué cojones te pasa, Tess! —exclamó Phish—. Artie dice que no le quieres vender tabaco.
—Va… en contra de mis principios.
—Es parte de tu trabajo, coño.
—Y lo entiendo. Pero no puedo hacerlo.
—Es tu trabajo —repitió él.
—Sí, lo sé. Tendría que haberlo pensado antes, pero no ha sido así.
—Bueno, vale. Pásame a Artie otra vez. —El gruñido retumbó a través de aquel teléfono apestoso.
Aturdida, le devolvió el teléfono. Artie se lo arrebató.
—Sí… Sí… ¿Me estás tomando el pelo, Phish? Te voy a mandar al infierno. —Se metió el teléfono en el bolsillo y la miró fijamente—. Eres tan arpía como mi novia.
—Debe de estar preocupada por ti. —Estudió su camiseta. La frase estampada en el pecho decía: «Compraré bebidas para mi…» seguida de la foto de una conejita. Le llevó unos momentos entenderla—. ¿Qué piensa ella de tu camiseta?
—¿No te gusta?
—No mucho.
—Eso demuestra que no entiendes nada. Fue mi novia la que me la regaló.
—Supongo que nadie es perfecto.
—Ella lo es. Y no pienso volver aquí cuando estés trabajando tú.
—Lo entiendo.
—Estás loca, ¿sabes? —Y salió a grandes zancadas por la puerta.
Había ganado, era una victoria, y pensó en lo mucho que le hubiera gustado a Trav esa historia. Pero no había ningún Trav esperándola. Ningún Trav que echara la cabeza hacia atrás y se riera a carcajadas con ella. Estaba en un lugar nuevo, con una casa nueva, una montaña nueva y un trabajo nuevo, pero nada de eso importaba. Había perdido al amor de su vida y nunca lo superaría.
Cuando llegó la sobrina de Phish, Savannah, se cabreó inmediatamente con ella. Era una chica beligerante, de diecinueve años, con el pelo color remolacha, gafas en forma de ojo de gato, dilatadores en las orejas y un montón de tatuajes. Además, estaba embarazada, aunque Tess no tuvo la oportunidad de preguntarle de cuánto porque Savannah insistió inmediatamente en que limpiara el baño.
—Phish lo limpió hace un par de horas —dijo Tess, sin añadir que Savannah había llegado tarde, y que su turno había terminado hacía más de media hora.
—Pues límpialo de nuevo. Cuando él no está aquí, mando yo.
A diferencia de la de los cigarrillos, esa no era una pelea que valiera la pena, al menos no en su primer día. Buscó los artículos de limpieza, revisó el baño y se fue por la puerta trasera antes de que su desagradable compañera de trabajo pudiera impedírselo.
***
Cuando estuvo de vuelta en la cabaña, se quitó la sudadera, se puso unos auriculares y salió a bailar. Bailó de puntillas, bajo las primeras gotas de lluvia, en el frío de la noche. Bailó y bailó. Pero no importaba lo rápido que se moviera, lo alto que levantara los pies: bailando no podía llegar a donde quería.
***
La espadaña de la escuela todavía conservaba una campana de hierro, pero los tres escalones que llevaban a las brillantes puertas dobles de color negro eran nuevos. Recordó la advertencia que Ian North le había hecho el día anterior, pero llamó al timbre de todos modos. La puerta se abrió casi de inmediato y vio a una