Название | Las crónicas de Ediron |
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Автор произведения | Alejandro Bermejo Jiménez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418411588 |
—¡Elira, ven, va a empezar!
Elira no había acabado de girarse cuando Iliveran apareció y la cogió de las manos, librándola de más felicitaciones. La joven elfa la llevaba a un espacio entre las mesas, donde una multitud de mariposas revoloteaban en círculos alrededor de una columna solitaria, abrazada en su totalidad por los tallos de varias plantas que recorrían la columna en toda su altura. Las plantas mostraban sus capullos aún sin florecer.
Varios elfos se habían sentado alrededor con instrumentos musicales y en ese instante empezaron a tocar. Los espectadores quedaron en silencio y se congregaron cerca de la columna. Algunos se limitaron a escuchar las bellas melodías, pero muchos otros empezaron a bailar, entrando con gran ritmo en la zona de las mariposas.
El pelo plateado de Iliveran reflejaba los destellos azules de las pequeñas alas de los insectos cada vez que giraba sobre sí misma. Con una mirada convenció a Elira de que se uniera. La elfa sonrió, esta vez de manera sincera, y se adentró en el vivo mar que eran las mariposas. Elira disfrutaba de este momento; el mundo parecía desaparecer: solo existían las luces de los pequeños alados y la música que entraba por sus puntiagudas orejas, creando un mundo único apartado del real. Cerró los ojos y se dejó llevar por el ritmo.
Elira siguió danzando alrededor de la columna, compartiendo movimientos con varios de sus compañeros de clan y con Iliveran hasta que unos gritos de alegría y asombro hicieron que abriera los ojos. Los capullos que había en la columna se estaban abriendo. Las frágiles prisiones empezaron a temblar ligeramente, y una detrás de la otra, se abrieron con suma delicadeza liberando a minúsculas luciérnagas que salieron volando, juntándose rápidamente con las mariposas. Zumbaban entre ellas dando la sensación de bailar conjuntamente; la música se intensificó al momento. Ahora se había unido al baile la mayoría del clan.
—¡Mira cuántas luciérnagas, Elira! La Madre Naturaleza estará contenta —la felicidad de Iliveran era contagiosa.
—¡Su nacimiento es tan bello! —exclamó ella, con los ojos fijos aún en los pequeños animales que se iban esparciendo poco a poco.
—¡Cada ciclo parece que lo disfrutas más!
—¡Incluso aunque en cada ciclo cambies el lugar de la columna! Es realmente hermoso, pero ¡mira! Incluso Ewel parece que lo está disfrutando.
—El viejo cascarrabias me tiene demasiado cariño. ¿Por qué crees que me escoge en cada ciclo?
Iliveran se alejó con una sonrisa. Elira admiraba la facilidad con la que su joven compañera era feliz; siempre sonriendo a todo y siendo positiva. Elira, poco a poco, se veía contraria a esas emociones sin saber por qué.
Durante toda la noche la música no paraba de sonar y, a su vez, la comida del enorme banquete no tenía fin: diferentes salsas de frutos aparecían en las mesas, panes hechos de hojas que crujían al morderse eran untadas con las salsas. Calientes sopas emitían deliciosos aromas, y en el centro de todo, en una mesa para él solo, estaba el jabalí que había cazado Elira. Su piel había sido cubierta de varias hojas para dar sabor. Un elfo rociaba un líquido por encima del animal de vez en cuando mientras otro iba cortando trozos.
—¡Vamos, dale un bocado al plato estrella, te lo has ganado! —invitó Iliveran mientras le traía una porción.
Elira no se lo pensó dos veces y se llevó un trozo a la boca. En cuando sus dientes mordieron la carne, percibió una cantidad de sabores increíbles. Se dejó envolver por aquel delicioso aroma de hierbas. Era como si todo el bosque estuviera en ese pequeño bocado. Su lengua probó un suave y jugoso líquido que hizo que todas sus papilas gustativas tuvieran una pequeña fiesta. El siguiente trozo no tardó en llegar. Estaba exquisito.
Después de que todos hubieran probado el jabalí, tuvo lugar el inicio de los pertinentes juegos. El primero de todos fue el tiro con arco: varios participantes se agrupaban en el mismo lugar y otro elfo se apartaba. El solitario elfo utilizaba el Mutualismo y pedía a la Madre Naturaleza que hiciera aparecer diferentes objetos en diferentes lugares. Estos objetos podían ser de toda índole: desde una rama, una raíz o una extraña hoja. Para añadir más emoción, a veces el objeto aparecía unos segundos antes de desaparecer. Los participantes debían acercar el máximo número de objetivos. Sus flechas estaban decoradas con plumas de diversos colores, lo cual servía para identificar correctamente quién había acertado más.
Elira adoraba este juego, por lo que no dudó en apuntarse. Tras varios objetivos de mucha dificultad, culminó su victoria al acertar a una pepita que había sido disparada por una flor. La flecha atravesó la pepita en medio del aire, partiéndose en dos. Todo el clan aplaudió al magistral tiro.
El siguiente juego consistía en tener una conversación musical. Los participantes escogían un instrumento y se sentaban en círculo. Un juez se sentaba en medio de los músicos. Se escogía una dirección y cada uno, en su turno, debía crear una corta melodía que el siguiente debía contestar. Si era coherente, a juzgar por la persona que estaba en medio, el participante seguía. Si no, abandonaba el círculo. A medida que se iban perdiendo participantes, el círculo se hacía cada vez más pequeño hasta que se alzó un ganador, que para sorpresa de Elira, fue el anciano Ewel.
Muchos otros se atrevieron a relatar poesías o enseñar diferentes piezas que habían hecho ellos mismos. El espíritu de la noche seguía imperturbable hasta que Ithiredel, la jefa del clan Feherdal, se dispuso a hablar. Todo el mundo guardó silencio, atento a sus palabras. En cada ciclo el cabeza de un clan élfico debía dirigirse a su gente, así como a la Madre Naturaleza.
Ithiredel orientó su postura hacia el río Nira y dejó a su espalda las calmadas aguas, para mirar a todos los habitantes de Feherdal, quienes aguardaban expectantes. Su mirada estuvo un segundo más en los ojos de su hija Elira. La madre imponía esa noche, alta como era ella. Vestía una larga capa sobre sus hombros que caía hasta los pies y era arrastrada cada vez que andaba. La parte exterior estaba hecha de hojas, pero la interior tenía un color púrpura. Portaba la corona de madera en su cabeza y la pequeña joya tenía los matices anaranjados de las antorchas. En una mano llevaba un largo y nudoso cayado que acababa en un círculo con un vacío agujero en medio.
—Mi querido pueblo —empezó la jefa del clan—. De nuevo festejamos un fin de ciclo y dejamos paso al siguiente, en el cual nuestro amado bosque seguirá creciendo. Junto con todas las vidas que habitan en él seguiremos disfrutando de la paz que hay entre sus mágicos troncos. El Renacimiento de la Luna es algo muy preciado para nosotros; y esta vez ha ocurrido una cosa que jamás, en la historia de nuestro pueblo, había sucedido. Uno de nuestros miembros celebra el día de su nacimiento en el mismo día que celebramos la festividad de la Luna.
Ithiredel levantó una mano en dirección a Elira. Todo el pueblo seguía expectante de su jefa y se mantenían en silencio. Los más cercanos a la señalada dieron varias palmadas a su espalda, reconociendo las palabras de Ithiredel. La joven, con el rostro serio, miraba a los ojos de su madre.
—La Madre Naturaleza nos ha regalado este preciado momento que hemos festejado con comida y juegos —prosiguió Ithiredel—, pero es mi deber entender el porqué de este acontecimiento. Gracias a la conexión única innata de nuestra raza, el Mutualismo, he hablado con la Madre Naturaleza. Sus palabras siempre son confusas y llenas de energía, pero no he dudado al entender que mi hija, Elira, será pronto la persona indicada para llevar el título de jefa de clan.
Ithiredel esbozó una sonrisa. Algunos miembros del clan aplaudían, otros vitoreaban. Elira frunció los labios y un atisbo de furia se reflejó en sus ojos.
—Pero hasta que ese orgulloso momento ocurra, debemos seguir trabajando para mantener nuestro clan vivo y sano. Hemos conseguido sobrevivir sin ayuda de otros clanes, e incluso de las razas que habitan fuera de nuestro bosque, y desde que cortamos esos lazos gozamos de paz. Debemos seguir plantando nuestras raíces