Название | Homo bellicus |
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Автор произведения | Fernando Calvo-Regueral |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788417241940 |
La Castilla inicial era un condado militar caracterizado por la presencia de una baja nobleza basada en los logros castrenses, demandante de fueros para sus villas, despreciadora de la arbitrariedad del feudalismo pero también de la tendencia al despotismo de los monarcas, muy devota y creadora de un derecho que bebe a partes iguales en la tradición romana y la visigótica. Dada su posición intermedia, los castellanos desarrollarán una lengua propia de gran vigor y sonoridad, romance pero contaminada de giros vascuences, por un lado, y arabizantes por otro. Es una fuerza cohesionadora que en absoluto podemos despreciar: con esa lengua lanzarán sus gritos de guerra «¡Santiago y cierra España!», cantarán a sus héroes forjadores en romances tan bellos como el de Mío Cid y redactarán sus leyes.
Después, por saltos sucesivos, todos aquellos reinos avanzan aprovechando las soledades de la meseta, tierra de razzias para islámicos y cristianos, hasta lograr consolidar firmemente las fronteras del Duero y del Ebro. La tarea es todavía ímproba: se enfrentan a un poderoso enemigo, uno de los mayores califatos del islam, el de Córdoba, auténtica metrópoli rica, populosa, poderosa y culta, dominadora de una muy sólida base de operaciones en Andalucía y el Levante español y rectamente gobernada por personalidades tan interesantes como la de Abderramán III, mestizo hispano-árabe (era hijo de la vascona Muzna), quien mantiene a raya a sus pobres pero belicosos vecinos del norte hasta que sufre la derrota en la batalla de Simancas (939). El califato sostiene relaciones con los imperios bizantino e incluso sacro romano-germánico y unifica manu militari el interior de sus posesiones, pues ya los musulmanes sufren la lacra endémica de sus divisiones intestinas.
A finales del siglo XI, Alfonso VI reconquista Toledo, capital espiritual de los «cinco reinos» —Portugal, León, Castilla, Navarra y Aragón— por haber residido en ella la corte visigótica además de la Archidioecesis Toletana, y, lo que es más importante, lleva la frontera hasta el Tajo en un espectacular impulso que solo detendrán almohades y almorávides, tribus procedentes del norte de África que introducen en el conflicto una intransigencia no conocida hasta entonces, radicalizando los odios de ambos contendientes. Frente a la islamización, los cristianos se imbuyen de espíritu de cruzada, sabedores ya de ser muy capaces de hacer realidad la quimera soñada en Asturias. Por eso, los siglos XII y XIII, con altibajos, son claramente expansivos: Portugal completa su proceso reconquistador y de repoblamiento, alzando su vista hacia los mares que en breve dominará; una Castilla ya hegemónica alcanza las fronteras del Guadalquivir y del Guadiana, y la corona de Aragón une a su núcleo central y a la Cataluña Vieja un reino nuevo, el de Valencia, y salta a las Baleares, comenzando por su parte a mirar más allá del horizonte mediterráneo inmediato: los legendarios almogávares preparan sus hierros para llegar en sus audaces empresas mediterráneas hasta Constantinopla. Son reinos diferenciados pero decididos a marchar unidos, lo que quedará sellado en la gran victoria de Las Navas de Tolosa (1212).
Las Españas van así consolidando su poderío y sentando al mismo tiempo las bases de la primera nación moderna. Su éxito militar se ve reforzado por varios factores: un eficaz y muy meditado sistema de repoblación íntimamente ligado al proceso de conquista; un modelo económico ganadero y agrícola que aprovecha pero mejora los medios productivos instalados por los árabes; un corpus legal que equilibra los poderes de la realeza y la nobleza en beneficio de una sociedad relativamente más libre que sus homólogas europeas; una política internacional que va interviniendo en Europa, especialmente en Francia e Italia; una marina mercante bien protegida por una escuadra de guerra al mando de almirantes del prestigio de Ramón de Bonifaz; un comercio incipiente gracias a las ferias y, sobre todo, a la fuerza de atracción del Camino de Santiago; una cultura común, rica en variedades locales pero que aprovecha la fuerza unitaria de una lengua vehicular, el castellano.
Son los tiempos de Jaime I lo Conqueridor, que prácticamente culmina la reconquista aragonesa llegando a la raya del Segura, de Fernando III el Santo, que toma Sevilla tras una espectacular campaña militar, y de su hijo Alfonso X, llamado con toda justicia el Sabio por su obra literaria, histórica, científica y legal, en la que por cierto destacan importantes consideraciones sobre el «arte de guerrear». A su muerte solo queda en España el reino nazarí, confinado en un espacio que se extiende desde la serranía de Ronda a Murcia, con un triángulo central compuesto por su capital en Granada y dos importantes puertos en Málaga y Almería. Su caída, aun tardía, es solo cuestión de tiempo. El sol de la historia, proveniente del cercano Oriente, tras su larga escala sobre Grecia y después Roma, ha culminado su periplo en demanda del occidente mediterráneo, que buscará un nuevo poniente para la civilización más allá de un océano hostil pero sumamente prometedor.
Aunque la conquista de Granada es el fruto tardío pero lógico del proceso reconquistador y repoblador iniciado siglos atrás en Covadonga, en muchos sentidos se puede considerar una campaña político-militar autónoma, perfecta transición entre las guerras del medievo y las de la Edad Moderna. Cuando Fernando III tomó Sevilla en 1248 cometió un error estratégico que costaría más de dos siglos enmendar: no explotar el éxito y terminar definitivamente con la presencia musulmana en la península. Aunque seguramente no pudiera hacerlo por falta de medios, lo cierto es que dejaba un reino enemigo asentado en una de las regiones más montuosas de Europa, por más que el nazarí viniera obligado a pagar fuertes tributos o parias a los cristianos. La situación geopolítica fue tornando durante todo este tiempo, haciendo cada vez más perentoria la necesidad de eliminar esta bolsa de complicada orografía y bien fortificada. Pero el estallido de guerras civiles en Castilla, el conflicto de esta con Portugal, los roces con Aragón y el cierre del comercio con el Mediterráneo oriental desde la ascensión de los turcos retrasaron la empresa.
Todo iba a cambiar gracias a la unión de dos personajes trascendentales, que traería aparejada la unión efectiva de sus reinos: Isabel I de Castilla y Fernando II de Aragón. Ciñéndonos de momento a sus logros bélicos, los Reyes Católicos crean el germen de un ejército moderno, compuesto por infantes españoles respaldados por los mejores soldados del momento, los mercenarios suizos; unas tropas especializadas en montaña que saben manejarse en tan abrupto terreno, y una caballería dividida en dos ramas, la ligera, que monta a la jineta al estilo de su rival, muy móvil y dada a la razzia, más otra pesada, a la brida y de corte feudal. A ello unen un cuerpo de zapadores, fundamental para la guerra de sitios, y otro de taladores para la práctica de tierra quemada… Y el primer cuerpo de artillería digno de tal nombre. Las poderosas flotas castellana y aragonesa completan el conjunto y bloquean las costas granadinas.
Los avances, empero, serán lentos en la década de los años ochenta del siglo XV: el sistema de fortificaciones musulmán favorecía lo que hoy llamaríamos defensa en profundidad; contaban, además, con grandes caudillos como el Zagal al frente de unos guerreros curtidos y valerosos. Solo a partir de 1490 el cerco se podrá ir cerrando sobre la capital, Granada, al crear los monarcas cristianos un real, o campamento, llamado de Santa Fe, con una extraordinaria capacidad para albergar miles de infantes y jinetes, el tren de sitio y artillería y un moderno y eficaz servicio de sanidad. Este esfuerzo es empeño personal de la reina Isabel, considerada con justicia como primera gran intendente de la historia. No es casual que el encuentro entre los dos grandes monarcas y Colón tuviera lugar precisamente allí, pues su perfección serviría de modelo para la construcción de las ciudades del Nuevo Mundo, así como el sistema de huestes actuando siempre en delegación de los reyes prefigura el modelo militar empleado por España en América. Los reyes, hábilmente, habían ido tomando posesión de unas islas que se mostrarán trascendentales en el futuro, las Canarias.
Durante ocho meses y ocho días la ciudad fue asediada en fuerza hasta que el 25 de noviembre de 1491 se firman las capitulaciones,