El tren del páramo. Pedro Sánchez Jacomet

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Название El tren del páramo
Автор произведения Pedro Sánchez Jacomet
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788468557885



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de unos trece años que se resistía a hacerse hombre—, un pardillo aunque midiese uno ochenta y empezasen a salirme los pelos de las piernas como hormigas corriendo la maratón, no tenía seguridad para organizar un veraneo. Los padres de Nebreda nunca me invitaron a Garrucha, supongo que, aunque lo hubieran hecho, mi padre nunca me habría dejado”…

      …Acompañó a Nebreda a casa. En el camino de su cansina vuelta al chalé la tarde se apagaba, la luz lateral de poniente se filtraba por los árboles y las hojas, pintaban un óleo precioso. Se sentó en el escalón de entrada a su casa acariciando inconsciente el paisaje con la mirada, y maquinó automáticamente para aclarar las dudas que el ascenso al árbol del placer le había generado. La experiencia podía tener algo que ver con las marranadas que los compañeros contaron en la academia, cuando estudiaba para aprobar el ingreso. «El pito o la correa —como respectivamente denominan mi padre y Narcís a esta parte del cuerpo— estará relacionado con lo ocurrido en el árbol. El pito se puso duro antes de que llegara al último escalofrío, extraña mezcla del estupendo sabor del chocolate con el calor que da la fiebre». Y evocó aventuras soeces que le habían contado sus actuales compañeros de la checa. Eduardo le dijo que en su pueblo, “para pasárselo bien con una amiga de su prima, después de tocarle los dos bultos que les crecen a las chicas mayores en el pecho—que él llamaba tetas—, intentó meterle la correa en la rajita que ellas tienen en lugar del pito, y fue estupendo pues se me puso más y más dura, hasta que me corrí de gusto». El Larguirucho se escandalizó, le pareció una fanfarronada de su compañero para impresionar, entonces no entendió o no quiso entender nada de aquella historia pero tras el estupendo ascenso al tronco del placer tenía mucho más sentido. «Qué gusto tan inmenso sentí, seguro que es a lo que Eduardo llama correrse».

      Los amigos van al cine, toman una caña, comentan lo buena que está Sophia Loren, su escote permite adivinar unas tetas extraordinarias. Caminan despacio de vuelta, se despiden frente a la casa de Nebreda, el Larguirucho se sienta en un montón de grava de un solar, en obras, y el rompecabezas vital vuelve a atosigarle…

      … había visto cómo su madre daba el pecho a sus dos hermanos pequeños y las señoras daban la teta a sus bebés, así los alimentaban. Escuchó a sus padres y al tío Manel—médico —que con la leche materna, «los niños crecían más fuertes y sanos». Evocó el verano que pasó en el pueblo manchego; los tíos en las conversaciones que tenían con sus padres decían que «tiran más dos tetas que dos carretas». Él, aburrido, se entretenía soñando despierto o jugaba a índios y americanos, fisgoneaba, recorría aquella inmensa casa solariega en la que cada día descubría algún secreto. Ahora, tiempo después, el pobre estudia el dicho y no lo entiende. “¿Qué relación tiene dar la teta a un bebé con la carreta empleada durante la vendimia?”. Vio los campos inmensos repletos de viñas cargadas de racimos, los montones de uva metidos en capachos. Aunque pasase un calor enorme —el día siguiente estuvo en cama, el precio por su nueva experiencia recolectora —no la olvidaría nunca. Los capachos los arrastraban las carretas tiradas por mulos, la primera vez que vio el arcaico vehículo de dos ruedas. El pobre animal tiraba de un montón de kilos del preciado fruto con el que se fabricaba el vino. «Pero… dos tetas de mujer ¿tienen más fuerza que dos de esas carretas?», «¿De qué forma ha de colocarse la mujer para tirar de ellas?».

      Los abuelos Mercè y Narcís venían algunos domingos a comer al chalé. Él tenía mucha ilusión por la torre (denominación que se emplea en Cataluña para designar un chalé), que su nena estuviese a gusto, Narcís ayudó a pagar los recibos impertinentes, los que pillaban a sus padres a dos velas. Diseñó la cancela, las verjas, las barandillas, conocía la forja catalana—era un apasionado del mundo de la metalurgia—. Al poco de hacer la mudanza trajo siete vides, las plantó un jardinero pero con el tiempo solo quedaron dos, Goset acabó con las otras, la poda intensiva a la que las sometió con sus caninos no fue la adecuada; el perrito podador era del tamaño de un ratón cuando lo trajo el padre una noche en una caja de zapatos, con el paso del tiempo se volvió tarumba por la vida que le daba la familia. Narcís vino con árboles frutales, limoneros, cerezos, manzanos, añoraba su larga y dorada estancia en la finca de Sevilla, donde estuvo como jefe de los ferrocarriles MZA desde los comienzos de la década de los veinte hasta enero del treinta y seis, año de la sublevación del general Franco, en que se trasladó a Madrid con su familia.

      En aquella maravillosa finca habría de casi todo, incluyendo un extraordinario huerto de hortalizas y frutales. En Sevilla crecieron la madre y el tío del Larguirucho, fueron al colegio, la posibilidad de mejora profesional de Narcís trasladándose a Madrid pudo ser un premio por su preparación óptima en el conocimiento de los automotores diesel que obtuvo en la Alemania nazi de los primeros treinta; tuvo que aprender alemán y perfeccionar su francés. Volviendo a los frutales, a Narcís se le escapó la diferencia de clima entre la capital andaluza y la española— a caballo entre las dos mesetas castellanas—, el durísimo frío de la capital en aquella década—se alcanzó la mínima histórica, unos doce grados bajo cero. Y fue devastador para los planes frutícolas de Narcís. Los árboles murieron todos por el clima y el tipo de suelo del jardín, formado por granito en descomposición, mucho más duro que la mayoría de suelos de la capital, terrazas cuaternarias de la sierra de Guadarrama. Él se deprimía cada vez que se le moría el último frutal plantado. Alguno consiguió echar hojas en primavera y dar un par de cerezas, pero al final la espichaban al llegar el crudo invierno. Un trauma no conseguir ver crecer los frutales en el jardín de su “nena”. Los árboles no fueron tan adaptables como las personas, bien es cierto que ellos tuvieron las leyes de la naturaleza, la selección natural, mientras que los españolitos tragaban carros y carretas repletos de uvas amargas con la dictadura. La especie humana es la más adaptable de todas. “Que no nos den todo lo que podemos aguantar”, decía a veces su madre…

      … “Lástima que ninguno de los tres hermanos tuviera edad para ver y sentir los comienzos del chalé “Villa Lolita”, nombre con el que el padre—enamorado como pocos—bautizó la finca en honor de su mujer”, piensa el señor Blanch, paseando absorto por la rambla de santa Mónica. “Pero el Larguirucho no podía figurarse que, con el paso del tiempo—que todo lo transforma—sus padres y él vivirían la época de las vacas flacas por la nueva casa—junto con los abuelos Narcís y Merçè que corrían con muchas facturas—, mientras que sus tres hermanos pequeños disfrutarían la de las gordas cuando él se casara; incluso pagarían con desagradecimiento e incomprensión el esfuerzo del primogénito. La ignorancia es muy atrevida y las diferencias que los padres hicieron con sus cuatro hijos lo fueron aún más”…

      …La madre y Merçè trajeron el café y una copita que conducía al purito, un habano que solía traer Narcís (del mismo tamaño a los Cohibas que se zurraría años después el presidente Felipe González). La charla pasaba del castellano al catalán y viceversa, los abuelos y la madre—entre ellos hablaban siempre en catalán—cambiaban automáticamente cuando se dirigían a los demás. El Larguirucho sube a su cuarto y en la cama, le da vueltas a la cabeza.

      —¡No lo entiendo! Es imposible — concluye hablando solo, cabeceando a derecha e izquierda.

      «Tiran más dos tetas… que dos carretas. Para que tenga sentido, al dicho le falta algo».

      Por la noche, en la cama, no deja de discurrir con los pocos elementos de los que dispone. Piensa en los rodales de líquido viscoso dejados en su calzoncillo, en las palabras “escandalosas” de Eduardo. Aun le faltan algunas piezas del rompecabezas vital. El sueño quiere vencerle y lo consigue al fin —fue un día muy excitante—, pero su cabeza continúa al ralentí, soñando.

      Al día siguiente recuerda a su madre dos años antes, gordísima, el barrigón le creció en un santiamén, comiendo lo mismo, el golpe que le dio jugando; y lo peor, el enfado del abuelo que le dolió tanto. El Larguirucho se despertó agitado y sudando. Fue al baño y en su cama, continuó: «después de aquello, nadie me aclaró nada de nada. Ni el abuelo ni mis padres».

      Estaban en el recreo, salieron con ganas a la calle, y de allí al campo no había nada.

      —¿Qué es el viento?—dice un compañero.

      —Las orejas de Jesús en movimiento—contesta