Название | Invitación |
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Автор произведения | Alejandro Bullón |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877983623 |
A las once en punto, me ubiqué frente al púlpito con la Biblia abierta. Nunca empiezo a predicar sin leer un texto bíblico. La Biblia afirma que: “Por la palabra de Jehová fueron hechos los cielos, y todo el ejército de ellos por el aliento de su boca. Porque él dijo, y fue hecho; él mandó, y existió” (Salmo 33:6, 9). Por otro lado, cuando Jesús estuvo en esta tierra, por el poder de su palabra hizo andar a paralíticos, abrió los ojos a los ciegos y hasta resucitó a los muertos.
Hay poder en la Palabra de Dios. Ella es capaz de crear y de restaurar. Aprendí eso a lo largo de mi vida. Aquella mañana la Palabra de Dios obró un milagro en la vida de Lilian. El tema del amor de Dios cautivó otra vez el corazón de la joven semidestruida a causa de las decisiones equivocadas. El texto del mensaje era: “El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia” (Proverbios 28:13).
Todos los seres humanos quieren ser perdonados. Muchos confiesan sus pecados. Pocos desean apartarse de ellos. Y, sin embargo, la promesa de alcanzar la salvación involucra confesión y arrepentimiento. Arrepentimiento es sentir dolor por haber herido el corazón de Dios y deseo de cambiar su vida. Mucha gente confunde el arrepentimiento con el remordimiento, que es solamente miedo de sufrir las consecuencias del pecado.
Cuando Jesús estuvo entre los hombres, dijo: “Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (S. Mateo 9:13). El llamado de Jesús al arrepentimiento era un llamado a los pecadores. A quienes estaban cansados de luchar por una vida mejor. A los que no tenían paz en el corazón y se sentían inservibles. A los derrotados y despreciados por la sociedad.
Lilian se sentía así. Muchas veces se había preguntado: “¿Qué debo hacer para arrepentirme?” La respuesta llegó esa mañana: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Romanos 2:4).
Es el amor de Dios que lleva al arrepentimiento. Tú no lo fabricas. No nace en tu corazón, nace en el amor divino. Tú solo tienes que aceptar el hecho de que cuando Dios te pide que abandones el pecado y vengas a él, es porque desea que sus promesas se hagan una realidad en tu vida. “El Señor no retarda su promesa, según algunos la tienen por tardanza, sino que es paciente para con nosotros, no queriendo que ninguno perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento” (2 Pedro 3:9).
Sentada junto a una columna del estadio, Lilian lloraba arrepentida. Su dolor ya no nacía del recuerdo de tantos sufrimientos pasados. Su tristeza era fruto de la pregunta que laceraba su corazón: “¿Cómo pude haber ignorado esto tanto tiempo?”
–Hoy es el día de buena nueva, hoy es el día de salvación –mi voz la hizo volver a la realidad.
Allí estaba ella. Tenía la oportunidad de empezar una nueva vida.
–Ven a Jesús ahora –seguí diciendo–. Ven como estás, sin promesas. Simplemente ven. Tráele los pedazos desechos de tu vida para que Jesús los reconstruya. Tráele tu corazón vacío para que él le dé sentido a tu existencia. Tráele la página manchada de tu vida y recibe de sus manos una página en blanco para escribir una nueva historia.
Lilian luchó. No quería tomar una decisión apresurada, llevada apenas por la emoción del momento. Veía decenas de personas yendo hacia la plataforma. Finalmente, no pudo resistir a la voz del Espíritu Santo y se entregó a Jesús.
El último versículo leído aquel día fue: “Así que, arrepentíos y convertíos, para que sean borrados vuestros pecados; para que vengan de la presencia del Señor tiempos de refrigerio” (Hechos 3:19).
Refrigerio. Fue eso lo que Lilian sentía cuando salió aquella tarde del estadio. A pesar del calor implacable de diciembre en esa región, ella sentía la brisa suave acariciando su rostro como si fuese el beso dulce del perdón de Jesús.
* * *
Sucedió muchos años después. Había terminado la predicación. Afuera llovía a cántaros. Sentado en el camerino, aguardaba la llegada de la persona que me conduciría al hotel. Un colega entró:
–Hay una persona que quisiera saludarte.
–Déjala entrar –respondí.
No terminé la frase cuando ella apareció. Se ubicó en el sofá enfrente de mí y miró a mi colega. El pastor entendió y se retiró. Yo no sabía quién era aquella dama elegante. Jamás la había visto. Su emoción era evidente.
–¿Podría venir mañana más temprano para conversar con usted? Tengo una historia interesante. Usted tiene mucho que ver con todo, pero veo que ahora necesita salir –me preguntó ansiosa.
Al día siguiente, conversamos. Era una arquitecta bien conceptuada. Una mujer feliz, casada, con dos hijos y una carrera profesional brillante. Era un fruto del amor de Dios. Era Lilian.
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