Название | Invitación |
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Автор произведения | Alejandro Bullón |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789877983623 |
Mauro estaba sintiendo en carne propia esta dolorosa realidad, aunque no era consciente de ello. Hasta el momento del secuestro, la fiera interior había vivido agazapada dentro de su corazón, esperando la hora oportuna para atacar. La hora había llegado. El sufrimiento y las humillaciones que había pasado en manos de los delincuentes habían despertado un ser capaz de odiar, de vengarse, de hacer justicia con las propias manos y de planear un crimen bárbaro.
Por esas coincidencias de la vida, pasaron dos meses desde que encontró al hombre del rostro hasta ver la sed de venganza satisfecha. Durante ese tiempo, recibía informes periódicos de “Negão”. El grupo de exterminio había empezado a buscar a los malhechores, a partir de los datos proporcionados por Mauro. Uno a uno, los secuestradores fueron identificados, silenciosa y sigilosamente, hasta que el último fue encontrado.
* * *
A las tres de la madrugada de un caluroso amanecer de verano, el celular de Mauro vibró. Se levantó sin hacer ruido y fue a atender la llamada a la sala.
–Tienes una hora para llegar aquí –le dijo la voz pegajosa de “Negão–. Tenemos los seis “paquetes” y necesitamos deshacernos de ellos antes de que salga el sol –añadió, refiriéndose a los cadáveres de los secuestradores, cinco hombres y una mujer.
El trato era que Mauro debía ver los cadáveres antes de que fuesen quemados. Solo así entregaría la última mitad del dinero.
Mientras se dirigía a alta velocidad hacia el lugar indicado, tuvo un segundo de lucidez. ¿Y si aquellos exterminadores estaban mintiendo? ¿No podrían matarlo a él y apoderarse del dinero? Sacudió la cabeza intentando ahuyentar aquel pensamiento. Ya había ido demasiado lejos. Era tarde para volver atrás.
En menos de cincuenta minutos recorrió 73 kilómetros. Atravesó la ciudad sin respetar los semáforos, después tomó una carretera estrecha de sentido único. Los últimos 11 kilómetros los recorrió por un camino de tierra, pedregoso y lleno de curvas. Finalmente, vio la luz de un auto estacionado. Se encendía y se apagaba. Era la señal convenida. Mauro estacionó el automóvil. Temblaba. Sudaba, presintiendo instintivamente que iba a suceder algo terrible. Había cuatro hombres en pie. Negão era uno de ellos. Fue el único que habló.
–Ahí están; míralos bien, llevó tiempo identificarlos y ubicarlos, pero el primero “cantó” –dijo refiriéndose al mulato que él reconocía.
Los exterminadores lo habían secuestrado y torturado para descubrir al resto de la pandilla.
Los seis cadáveres estaban ordenados en el suelo, con el rostro hacia arriba. Mauro comenzó a verlos, uno a uno, mientras Negão alumbraba con una linterna. De repente, el corazón casi se le salió por la boca.
–¡Espera! ¡Espera! –dijo.
Tomó la linterna en sus manos para alumbrar de nuevo el rostro del cuarto cadáver. Sintió que la tierra temblaba bajo sus pies. Casi gritó de dolor. No era nada físico, era un dolor emocional.
–¡No puede ser! –gritó–. Ustedes se equivocaron, cometieron un error terrible; este hombre es mi mejor amigo. ¡No puede ser!
Por primera vez, la voz de Negão parecía humana:
–Nosotros no nos equivocamos –dijo, consolándolo–. Debe ser doloroso para ti, pero este, tu mejor amigo, fue el que pagó a la pandilla y se quedó con la mayor parte del rescate.
Mauro tuvo ganas de vomitar. Empezó a llorar desgarradoramente. Corría de un lado a otro gritando:
–Tú no, miserable. Tú no puedes haberme hecho eso.
Los exterminadores, antes de deshacerse de los cadáveres, le dijeron:
–Desaparece o te vas a meter en problemas.
Mauro entró a su auto y partió como loco. Corría a una velocidad exagerada. No le importaban las señales de tránsito ni el riesgo en que colocaba su propia vida. Al contrario, daba la impresión de que buscaba la muerte. Anduvo sin rumbo hasta que el combustible se le acabó y el automóvil se detuvo. La policía de tránsito lo encontró allí en la carretera, durmiendo sobre el volante, como si hubiese sufrido un accidente.
Cuando lo despertaron, hablaba cosas incoherentes. Cambiaba constantemente de tema. Era evidente que sufría alguna alteración mental. Solo fue posible identificarlo gracias a los documentos que traía consigo.
Ya era de noche cuando la familia fue notificada sobre el paradero de Mauro. Los hijos mayores corrieron hasta la estación de policía, donde él exigía que lo detuviesen.
–Soy un asesino –gritaba–. Préndanme. Merezco pudrirme en la cárcel. Acabo de matar a mi mejor amigo, y merezco morir.
Al ser interrogado, no daba información ni detalles del supuesto delito. Solamente lloraba y se golpeaba la cabeza contra la pared.
* * *
Meses después, la situación de Mauro era deprimente. Pasaba noches y días sin dormir. Gritaba como un lobo durante las noches. Salía al jardín y andaba alrededor de la piscina incansablemente. Nadie podía explicar lo que le sucedía. La familia lo había llevado a los mejores especialistas. Le daban calmantes poderosos para hacerlo dormir, pero los resultados no eran nada alentadores.
Transcurrieron años. Con el pasar del tiempo, fue transformándose en una persona agresiva y peligrosa a veces, y apática e indiferente otras veces. Parecía un autista, se negaba a comer. Quedaba con la vista fija en un punto indefinido durante horas.
Fueron diez años dolorosos para los seres que lo amaban. Gran parte de ese tiempo lo pasó en clínicas para enfermos mentales. Pero, en los últimos meses del decimoprimer año pareció estar más repuesto. Los médicos creían que algunos días de convivencia con la familia le harían bien. Pero estaban equivocados. Aprovechando un descuido, Mauro ingirió todo un frasco de calmantes. No murió. La esposa lo descubrió a tiempo para llevarlo al hospital más cercano.
Las fiestas navideñas de aquel año fueron las más tristes para la familia. La vida cómoda que aquel hombre les había proporcionado durante años de trabajo honesto se veía amenazada por el dolor terrible de ver al esposo y padre amado en una situación tan deprimente. Este había sido el tercer intento de suicidio desde que había entrado en ese estado de locura.
¿Qué había pasado aquella madrugada misteriosa? ¿Adónde había ido? ¿Qué sería lo que provocó aquel colapso mental? Todos trataban de relacionar las súbitas desapariciones después del secuestro con la experiencia dramática que estaba viviendo. Nadie llegaba a una conclusión que tuviese sentido.
El tercer intento de suicidio llevó a la familia a buscar una clínica cristiana. Era un retiro para personas con problemas de depresión, administrado por la Iglesia Adventista del Séptimo Día. Estaba ubicada en las laderas de una montaña majestuosa, a casi 2.500 metros de altura sobre el nivel del mar. Empresarios, artistas y personas famosas habían encontrado paz y recuperación en aquel lugar. Daban las mejores recomendaciones. La familia, dominada por algunos prejuicios, anteriormente había descartado