Invitación. Alejandro Bullón

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Название Invitación
Автор произведения Alejandro Bullón
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983623



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de soledad, autocastigo y culpa. Verdugos imaginarios enmascarados venían de noche y lo castigaban con crueldad. Años y años deseando la muerte. Creía que esta sería el punto final de su sufrimiento. De repente, por una rendija, vio entrar un rayo de luz a su mundo de oscuridad y miedo.

      La recuperación de Mauro fue rápida. La familia quedó sorprendida cuando vino un día a visitarlo. Por primera vez después de muchos años, lo vieron sonreír. Con timidez, como si estuviese conversando con desconocidos, pero mirándolos a los ojos. Sus ojos reflejaban paz. Nadie entendía lo que estaba pasando. El consejero y Mauro, sí.

      Las últimas semanas habían pasado horas estudiando la Biblia. Mauro leyó al profeta Isaías, que escribió: “Pero vuestras iniquidades han hecho división entre vosotros y vuestro Dios, y vuestros pecados han hecho ocultar de vosotros su rostro para no oír” (Isaías 59:2). Entonces entendió por qué no había paz en su corazón. Estaba lejos de Jesús, y solo él podía darle paz. Creyó en la promesa: “La paz os dejo, mi paz os doy […]” (S. Juan 14:27).

      Entendió también que el perdón divino no es solo la liberación de la culpa. No es solo una declaración de absolución. La Biblia es clara al afirmar: “Porque la paga del pecado es muerte […]” (Romanos 6:23). “Por cuanto todos pecaron, y están destituidos de la gloria de Dios” (Romanos 3:23). Por lo tanto, si hubo pecado, tendría que haber habido muerte. El ser humano debería haber muerto, y eso sería justo, mas “él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

      ¿De quién hablaba Isaías? ¿A quién se refería cuando decía “él”? Mauro aprendió, en la Biblia, que Jesús es el personaje central del evangelio. “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

      Ya pasaron varios años de todo esto. Un nuevo día amaneció en la vida de Mauro. Su mente era como un cuarto oscuro. Sombras amenazantes lo atormentaban constantemente. De repente, por una rendija de su conciencia entró un rayo de sol. Era el evangelio liberador de Cristo, que inundó su ser entero con paz y felicidad.

      * * *

      El reloj digital del automóvil brillaba indicando la hora: tres de la mañana. Todavía nos restaban cuatro horas de viaje. La carretera Río de Janeiro-Bahía parecía interminable. Aquella madrugada, mientras el automóvil devoraba kilómetros, dejando atrás pequeños pueblos, mi compañero de viaje, emocionado, me contó esta historia. Él era el hombre que Dios había usado para llevar el evangelio del perdón a la vida angustiada de Mauro. Era el capellán.

      Las luces de neón se encendían y se apagaban anunciando el nombre del club nocturno “Éxtasis”. En el corazón de Lilian solo había depresión. Su vida estaba lejos de ser un éxtasis. Sentía hambre, frío, cansancio y miedo. Miedo de entrar a aquel lugar. Sabía que si iniciaba aquel camino no tendría vuelta atrás. Temía entrar a un mundo desconocido y misterioso del que ya había oído hablar. Sintió pavor de destruir los valores que guardaba en su corazón, aunque a veces se preguntaba si valía la pena respetar valores en un mundo cruel.

      ¿Qué más le restaba? La vida la había llevado hasta esa esquina. Entrar sería como castigar a Dios por la manera “injusta” en que había conducido la vida de una niña indefensa.

      Entró. Había un olor nauseabundo allí dentro. Olor a pecado. A cosa prohibida. A promesas mentirosas. En la penumbra del ambiente lleno de humo de cigarro, trató de ubicar a su amiga. Su corazón y su cuerpo temblaban. Quiso salir. Huir. ¿Salir hacia dónde? ¿Para aquella vida de pobreza y limitaciones que vivía?

      “Hay caminos que una no escoge –pensó para sí–. No tengo más opciones. Necesito sobrevivir”. La necesidad la había empujado hasta allí. Por lo menos, era eso lo que ella se repetía para justificar su actitud.

      Sentada cerca de una mesa vacía, aguardaba a la amiga que le había prometido presentarle al dueño del cabaret. Mientras llegaba, Lilian observaba todo detenidamente. La música ensordecedora le impedía pensar. Era mejor así. Para sobrevivir en un lugar como ese, era necesario estar casi anestesiada. Hombres ávidos de placer devoraban con los ojos a las muchachas que bailaban en un escenario.

      “¿Quién soy? ¿Qué hago aquí?”, se preguntó una vez más. Su mente, sin querer, viajó al pasado, a los años de su niñez en el campo. El recuerdo más lejano que guardaba era el de una niña de cuatro años que lloraba junto al cadáver de su madre.

      “Mamita, no me dejes sola”. Lo había repetido en su mente tantas veces a lo largo de su vida, cuando en las horas de soledad, tristeza y dificultades buscaba auxilio. La primera vez que lo expresó audiblemente, la madre ya no la escuchaba. Después de eso, nadie jamás la escuchó. Ni cuando pasó hambre, ni cuando sintió frío y ni siquiera cuando su padrastro abusó de ella a los diez años.

      Había pasado su adolescencia con una familia humilde. Terminó el curso secundario. Completó el primer año en la Facultad de Arquitectura. Había tenido que dejar los estudios por falta de dinero. Vivía ahora en una ciudad de más de dos millones de habitantes y, como siempre, se encontraba sola.

      Había pasado los dos últimos años buscando la mejor manera de sobrevivir y terminar sus estudios. No encontraba un empleo que le permitiera realizar su sueño de ser arquitecta. Lo poco que recibía apenas alcanzaba para pagar la renta de un cuarto y alimentarse. Hasta que conoció a Tina.

      –No necesitas vivir en esa situación –le dijo Tina un día–. Eres bonita, joven; hay muchos hombres que darían la vida por ti.

      Tina no entendía de sueños. Tal vez nunca los había tenido, quizá los había perdido en el mar de dificultades que hay que atravesar para alcanzarlos. Lo cierto es que Tina se mostraba consumista, escandalosa y materialista. Lo importante para ella era el dinero, y aparentemente lo tenía. Se vestía bien, iba a buenos restaurantes, compraba cosas caras e, incluso, enviaba dinero para su hijo, que vivía con la abuela en una ciudad del interior.

      La vida de Tina era un misterio. Trabajaba de noche, ganaba bien y tenía el día libre. Era la vida que Lilian deseaba. Si ella estuviese en el lugar de la amiga, aprovecharía el tiempo para terminar sus estudios.

      –Tú puedes tener todo lo que yo tengo –le afirmó Tina–. Te voy a explicar.

      Y se lo explicó. Sin omitir detalles. La joven morena, de cabellos largos y sonrisa encantadora, trabajaba en un cabaret. Participaba de un espectáculo en el cual se desvestía delante del público. Después, hacía beber a los clientes y, si deseaba, salía con uno de ellos por una razonable cantidad de dinero.

      Al principio, Lilian no quiso saber nada del asunto. Su negativa fue contundente. Ella nunca haría eso. Tenía sueños que estaban lejos de ser una bailarina de cabaret.

      El tiempo pasó. La situación financiera de Lilian empeoraba cada día y Tina insistía.

      –No seas tonta. Es la única manera de terminar tus estudios y realizar tu sueño de ser arquitecta.

      –No quiero esa vida para mí.

      –Pero si no te hablo de vida, chica; te estoy hablando solo de un tiempo, mientras estudias.

      Con el tiempo, Lilian comenzó a pensar que no tenía mucho que perder. Había sido violada por su padrastro. Más tarde pasaron por su vida dos novios, que la engañaron con promesas mentirosas. Por otro lado, ¿dónde estuvo Dios en todo ese tiempo? ¿Por qué la había abandonado? ¿Por qué no la había cuidado?

      La llegada de Tina al cabaret aquella noche la sacó de sus pen­samientos.

      –Por fin, chica –le dijo Tina, casi gritando para ser oída en medio de aquel ruido infernal–. Te voy a presentar a Mauricio. Es el dueño de esta casa, es buena gente. Ya le hablé de ti y está dispuesto a ayudarte.

      Fue así que comenzó todo. A partir de aquella noche, la vida de Lilian hizo un