Invitación. Alejandro Bullón

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Название Invitación
Автор произведения Alejandro Bullón
Жанр Документальная литература
Серия
Издательство Документальная литература
Год выпуска 0
isbn 9789877983623



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dinero era escaso. Más de una vez, pensó si valía la pena continuar frecuentando aquel lugar.

      –No tienes dinero porque no quieres –le dijo un día el dueño del cabaret–. Si estás aquí es para que hagas las cosas por completo. Hay muchos hombres dispuestos a darte dinero.

      Lilian no supo cuándo, pero un día despertó en el cuarto inmundo de un motel, al lado de un hombre que nunca había visto y al que nunca más volvería a ver. Aquel día ella pensó que había llegado al fondo del pozo. No imaginaba lo que la aguardaba.

      Cinco años pasaron desde aquella primera noche en el cabaret. Años de soledad. De desesperación. De angustia. Ninguna cantidad de dinero fue capaz de sustituir la paz de un sueño tranquilo. Si hubiera podido decidir nuevamente, no habría escogido esa vida aunque tuviese que dormir con hambre y no supiese cómo pagar al día siguiente el alquiler vencido.

      Al principio, la culpa era incesante. La conciencia, juez implacable, la condenaba todo el día. Se sentía sucia, inmunda. Cuando caminaba por la calle tenía la impresión de que todo el mundo sabía lo que hacía. El dinero no le alcanzaba para nada. Había ahorrado un poco de dinero con la ilusión de continuar sus estudios de arquitectura, pero un día fue presa, acusada de asesinato. Dos meses después, al comprobarse su inocencia, fue liberada. Se había gastado todo el dinero que había ahorrado.

      Eso la desanimó completamente. Se entregó de cabeza a aquella vida de promiscuidad. Parecía que el dolor que sentía era el mejor castigo para su conducta equivocada. Se fue hundiendo, año tras año, hasta que no quedó nada más de la niña soñadora que ingresaría a aquella vida “solo hasta terminar mis estudios”.

      * * *

      Sábado de madrugada. En el repugnante cuarto de un motel, Lilian no lograba dormir. A su lado, un desconocido. Acababa de salir con él por dinero. El hombre roncaba. La joven bailarina lloraba en silencio. Más sola y triste que nunca. Su cuerpo era un objeto que los hombres compraban. Se sentía sucia. ¿Algún día podría ser amada por alguien? ¿Merecía ser amada? ¿Cómo había llegado a ese punto? Prefirió no seguir pensando. Comenzó a girar el dial de la radio de la cabecera, con el volumen bajo para no despertar al extraño. Una frase impactante, oída por casualidad, llamó su atención. La voz decía:

       –Eres lo más precioso que Jesús tiene en esta tierra.

      Su cuerpo se estremeció. Aproximó el oído al receptor y siguió oyendo:

       –No importa dónde estás, si en la cama de un hospital o viajando en la carretera. Si en la celda de una prisión o en el cuarto inmundo de un motel, sin poder dormir. Quiero que sepas que Jesús te ama y murió para salvarte. Ah, por favor no digas que no vales nada o que no lo mereces. Ni tú ni yo valemos nada. Nada hicimos para merecer el amor de Jesús. Él simplemente te ama.

      Aquellas palabras parecían dirigidas a ella. Como si el dueño de la voz supiese quién era ella y cómo había vivido hasta aquel día. Era sorprendente. Continuó prestando atención:

       –¿Qué es lo que necesitas hacer para que el amor de Jesús sea una realidad en tu vida? “Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad” (1 Juan 1:9).

      Y la voz siguió diciendo:

       –Para confesar es necesario reconocer que se ha pecado y aceptar el hecho de que no se puede salir de la situación en que se encuentra. Es como un enfermo. ¿Qué beneficio tiene el remedio si uno no acepta que está enfermo y lo toma? El amor de Cristo es el remedio para todos los males, pero es necesario que el pecador reconozca su condición y confiese sus pecados. ¿A quién? David responde: “Mi pecado te declaré, y no encubrí mi iniquidad. Dije: Confesaré mis transgresiones a Jehová; y tú perdonaste la maldad de mi pecado” (Salmo 32:5).

      Y continuó:

       –Los pecados no necesitan ser confesados a un ser humano. Dios es el único que puede perdonar. Es al único a quién debemos recurrir. “Y si alguno hubiere pecado –dijo Juan–, abogado tenemos para con el Padre, a Jesucristo el justo” (1 Juan 2:1). ¿Por qué solo a Jesús? “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).

      Lilian quedaba cada vez más sorprendida. Ella creía que los santos podían interceder en su favor, pero la Biblia afirma: “Porque hay un solo Dios, y un solo mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre” (1 Timoteo 2:5).

      El único mediador que existe entre Dios y los hombres es Jesús. La razón es que solamente Jesús puede entender al ser humano. Solo él atravesó el valle del dolor y del sufrimiento. “Porque no tenemos un sumo sacerdote que no pueda compadecerse de nuestras debilidades –dijo Pablo refiriéndose a Jesús–, sino uno que fue tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Acerquémonos, pues, confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro” (Hebreos 4:15, 16).

      Lo que más sorprendía a Lilian era que Jesús, el Hijo de Dios, era capaz de comprenderla. Era eso lo que la voz decía en la radio:

       –Aquella tarde sombría en el Calvario, el Señor Jesús no moría porque él hubiese pecado. Había vivido una vida santa, a pesar de haber sido tentado. Aquella tarde Jesús entregó su vida por ti y por mí. Éramos tú y yo los que merecíamos morir. Fuimos tú y yo los que nos extraviamos siguiendo nuestros propios caminos. “Mas él herido fue por nuestras rebeliones, molido por nuestros pecados; el castigo de nuestra paz fue sobre él; y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isaías 53:5).

      –Ven conmigo al Calvario –seguía diciendo la voz–. Cierra los ojos e imagina la escena de dolor y muerte. Mira al Señor Jesús colgado en una miserable cruz, míralo sangrar, observa las espinas que hieren su frente. Oye los vituperios de sus verdugos. ¿Merecía él morir allí como un delincuente? No, pero te ama. Tal vez nunca logres entender ese amor. ¿Por qué te ama? No me lo preguntes. Yo no sé. Puedes haber vivido la vida más errada. Puedes haber descendido a las profundidades más oscuras del pecado. Puedes haber destruido todo lo bueno que un día tuviste, y sentirte en este momento una basura. Escúchame bien: A pesar de eso, continúas siendo lo más precioso que Jesús tiene. De otro modo, no habría muerto allá en la cruz por ti.

      Y la voz replicaba con más fuerza en el corazón de Lilian:

      –Sígueme acompañando. Ya está casi oscuro. El día se va y junto con el día también la vida de Jesús. Óyelo, quiere decir algo. Levanta los ojos al cielo y llora: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me desamparaste?” En otras palabras: “No me dejes solo, no me abandones”.

      Y el locutor de aquella emisora remató:

       –¿Cómo crees entonces que no puede entenderte? ¿Cómo piensas que no sabe lo que sientes? Él te ama y, en este momento, está con los brazos abiertos esperando que te entregues a él.

      Lilian pensó que se estaba enloqueciendo. Aquello no podía ser verdad. ¿Cómo aquel hombre sabía lo que ella siempre había sentido? Lloró. Lloró mucho. Como si quisiese que sus lágrimas lavasen su mundo interior. Al terminar el mensaje, entró otro locutor y dijo: “El pastor Bullón, que acaba de presentar este mensaje, estará predicando a las once de la mañana en el estadio de esta ciudad”.

      Aquella noticia la alegró. Iría al estadio. Quería conocer a aquel hombre. Deseaba oír más acerca del amor de Jesús.

      A las nueve de la mañana el desconocido se levantó y dijo:

      –¿Dónde quieres que te deje?

      –¿Podrías llevarme hasta el estadio? –pidió ella.

      Cuando bajó del automóvil, notó que había mucha gente ingresando apresurada. Se mezcló con la multitud. La única vez que había entrado a aquel lugar había sido para un concierto de un famoso grupo musical. Le gustaba la música. Se consideraba romántica. Sus amigos le decían que