Название | Dulces gritos de la ciudad |
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Автор произведения | Nayib Camacho O. |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585840720 |
En su estudio, Fernando insiste en decirle a la gente que no se ponga tan seria, que solo se trata de una fotografía para la cédula, no para la inmortalidad. Que no son estrellas de cine. Continúa haciendo photoshop. Cuando pronuncia la palabra, se le escucha foto shock. Como también trabaja a la antigua, el ácido de las fotografías le está borrando las huellas digitales y supongo, la identidad.
Arena para la nena
Los bordes de la plazoleta del centro comercial estaban llenos. Una numerosa chiquillada participaba del casting. La fila que se enredaba entre los árboles y las entradas de los almacenes, era larga. Los niños y sus madres llevaban casi seis horas esperando la selección. Algunas criaturas berreaban. A las señoras desmayadas las despachaban en ambulancia. Hacía un calor de los diablos. Botellas y bolsas de agua desocupadas inundaban los botes de basura y algunas caían al piso. Las mamás sudaban ansiedad. Se notaba la incomodidad, pero deseaban que alguno de sus hijos llegará a ser escogido como el payaso principal del programa infantil Pocatil y Tilín.
La selección final de los niños se hará el próximo sábado durante la inauguración del parque ecológico. ¡Coooorteeeen! La presentadora quedó aturdida. Lo dijo bien, en solo doce tomas, no como su compañera, la que estaba haciendo la nota en la playa y que requería mínimo veinte registros de filmación. Estaba confundida. No entendía por qué cortaban.
En medio del pueril desfile, el desgarrador grito de ¡Seeeñoooraaaa!... fue lo que la asustó. Una señora que pasaba quedó atontada. No identificaba de dónde salía el bramido. Por eso miraba hacia todos los lados, sin advertir que desde cada esquina le clamaban lo mismo. ¡Quíteeeessssseeee!... La mujer no entendía que estaba en medio del casting. Que al pasar sin mirar por la plazoleta del centro comercial con sus hijos de la mano, había interrumpido el rodaje. La mujer pensaba que simplemente atravesaba.
¡Señora, quítese!, le rugió otra vez en la oreja el tipo del megáfono. La señora no salía de su sorpresa. No entendía la razón del espantoso grito. Solo atinó a responderle que no la gritara, y menos delante de sus hijos.
La mujer nunca había alternado con gente de cámaras, ni codeado con personas de la televisión. Entonces se apresuró a salir de la plazoleta. Iba muy desconcertada y azorada. Entró a un almacén. Al salir les acomodó las gorras a los niños, se puso el sombrero, guardó en su bolso el bloqueador contra el sol y se fue a la playa.
La ministeria del ámbito visitará la ciudad... ¡Coooorteeeen! La presentadora quedó aturdida. La breve frase escrita en un tablero decía: La Ministra de Medio Ambiente visitará la ciudad el próximo sábado, con el fin de inaugurar el parque ecológico. La presentadora esgrimía su incapacidad lectora con una dosis de simpatía. El cabello rubio volando sobre su cara, por efecto del viento playero, justificaba en el director otra toma.
De nuevo la cámara enfocaba. Los maquilladores retocaban a la presentadora sacudiéndole la arena de su vestido blanco. Volvía a coger el micrófono para informar que La ministra de ambiente regresará el sábado al parque ecológico de la ciudad... ¡Coooorteeeen! Después de escuchar la nueva orden, se agachaba con la respiración agotada por la risa y solo atinaba a decir Perdón, perdón.... Se ponía la mano en la boca y luego inhalaba hondo.
Antes de hacer una nueva toma, el apuntador repitió con ella la compleja frase. Hicieron coro, deletrearon a capela el texto de lectura, repasaron lo que debía leer la bella presentadora. La mi nis tra de me dio am bien te vi si ta rá la ciu dad el pró xi mo sá ba do con el fin de i nau gu rar el par que e co ló gi co. Tres veces leyeron vocalizando despacio, lento, entonando y acentuando. Ahora sí, pronunció aquella silueta estilizada, delgada, atractiva, de vestido largo, de luces y arena en la cara, de maquillaje brillante, y de risa opaca.
Llevaban toda la mañana grabando. El sol comenzaba a descender de su cénit. Las múltiples exposiciones de cámara, con sus respectivos ángulos y fondos, quedaron reducidas a veintiocho cortes. Almorzaron un sánduche con jugo. El apuntador y el del megáfono, la llevaron a estudiar otra vez el breve libreto. Le descifraron el escrito vocablo por vocablo, término por término. La invitaron a no interpretar el contenido, restringiéndose a repasar lo escrito en el tablero, sin analizar nada. Le sugirieron ojear el aviso publicitario de enfrente deletreándolo diez veces como calentamiento visual. Le tonificaron la piel bronceada y la nena volvió a informar. Esta vez parcialmente dijo que la ministra del parque ecológico estaba de mal ambiente por el fin de semana. Otra vez se escuchó el familiar ¡Coooorteeeen! La presentadora comenzó a gimotear. Provocaba ternura entre el equipo del canal. El director del programa la consoló acariciándola como a un bebé. Y así estuvieron hasta que nuevamente se animó a recitar sus líneas.
Cambiaron el aviso y ahora decía: Con el fin de inaugurar el parque ecológico, la Ministra de Medio Ambiente visitará la ciudad el próximo sábado. Lo leyó perfecto. Podría haberse emitido en directo. Lo había podido decir. Todos saltaron de alegría. Pero el del altoparlante volvió a propagar el reiterado ¡Coooorteeeen!... ¡Seeeeñooooraaaaa!...
Una mujer caminaba absorta en la playa. Parecía flotar sobre la arenilla que se levantaba lejos de la marea. Un niño miraba concentrado el borde de la playa. La nena lanzaba arena al aire. De nuevo escuchó el sordo anuncio desde el megáfono que le ordenaba retirarse hacia el fondo, a quitarse del encuadre. El del altavoz se le acercó y le chilló su mandato en el oído. Ella simplemente le dijo: A mí no me grite, y menos delante de mis hijos.
En su casa, la señora y los niños han cenado. Ven televisión en la cama.
–Niños, esa presentadora si sabe anunciar. Miren como informa de bien.
–Sí. Pero no sabe nada de Pocatil y Tilín.
En el puente
Los espectáculos callejeros me gustaban. Veía un gato persiguiendo una lagartija y me olvidaba de todo. Miraba un perro haciéndose el muerto o tocando guitarra con su pata y quedaba alelado, riéndome. Leía avisos curiosos y absurdos. Husmeaba por las ventanas y corría cuando me gritaban: ¡No sea entrometido! Así atravesaba el parque y su olor a hierba, el puente y sus barandas flojas. A veces pasaban cosas buenas y también cosas malas.
Un día, a fines de julio, iba callejeando feliz. Pensaba en cómo hizo el cohete para llegar a la luna, cuando en el puente se me acercó un muchacho con cara de desgraciado. Daba la impresión de vivir por un sector más abajo de mi barrio, un lugar de balaceras y puñaladas. El muchacho tenía un ojo apagado y el otro era inexpresivo. Me dijo: Entrégueme todo o le perforo el alma. Sabía que en ese puente habían ocurrido muchos asesinatos. Vi el metal. No supe si era navaja, puñaleta, mataganados o machete. En todo caso era filoso, gigantesco y chuzaba. Se veía que el tuerto tenía práctica porque cuando la gente pasaba, lo escondía con destreza entre el pantalón y luego me lo volvía a poner en el cuello. Estaba sometido. Las manos me sudaban. Dijo que me desmocharía una si no le entregaba rápido el reloj. Tenía el pulso enredado y eso demoraba las cosas. El muchacho hundió un poquito más la punta del arma. Sentí que reventaba una bombita de sangre. Eso fue la primera vez.
Otra mañana empezaba a lloviznar y pasaba por el mismo lugar. Pensaba en unos bocadillos con queso. Era divertido impregnar el suelo con el labrado de mis zapatos tractor. Lo alcancé a ver a lo lejos, pero no le puse cuidado. Volvió a salirme. En segundos lo tuve casi encima y no pude devolverme. El metal brillante y puntiagudo hipnotizaba. Me esculcó los bolsillos y se llevó el maletín escolar. No había caso contarle a mi mamá. Ella trabajaba todo el día. Mi papá vivía lejos, en su mundo. Tenía que arreglármelas solo. Entonces le conté a Julio lo que me pasaba. ¿Y es que usted no tiene huevos?, me dijo. Yo lo acompaño. Sentí que la suerte se inclinaba a mi favor.
En esos