Название | A los herederos de mi memoria |
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Автор произведения | Dora Goniadzky De Hudy |
Жанр | Изобразительное искусство, фотография |
Серия | |
Издательство | Изобразительное искусство, фотография |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585564848 |
BONDAD Y TEMERIDAD
La vida en la granja se limitaba a la casa. No teníamos permitido salir por temor a ser vistos por soldados alemanes que siempre estaban por la zona. Los vecinos, si bien vivían en casas muy alejadas unas de otras, podrían ser otro peligro. La señora Szwiderska (así la llamé siempre) nos decía que no confiaba en nadie. Nos explicó que los vecinos se traicionaban unos a otros por conseguir beneficios de los nazis. Si nos veían e informaban a las autoridades, todos en la casa correríamos el peligro de ser deportados o, peor aún, perder nuestras vidas.
Nosotros obedecíamos a la señora Szwiderska sin causarle ningún problema. Establecimos una relación de amor y respeto. Ella se preocupaba de que nos alimentáramos bien y le encantaba leernos cuentos en polaco. Yo disfrutaba esas lecturas porque me permitían hacer volar mi imaginación y transportarme a un mundo de magia y fantasía. Nada era más importante en esa demente realidad que el poder evadirse al mundo irreal de los cuentos.
Yo la ayudaba en algunas de las tareas domésticas para mantenerme siempre ocupada y no tener mucho tiempo para pensar. Evitaba hablar de mis padres. Ese tema me producía un dolor agudo y punzante en el pecho. Nuestras charlas consistían en las cosas cotidianas y en inventar juegos para entretener a mi hermano que se aburría con facilidad.
El esposo de la señora Szwiderska no nos aceptó en un comienzo. Dijo que no quería correr el riesgo de esconder niños judíos.
—Si te atreves a denunciar a estos niños yo diré que soy judía y tu castigo por haberte casado conmigo será aún peor —le dijo un día cansada de escuchar sus quejas. Tras esas palabras, él comprendió que tendría que aceptar nuestra presencia en la casa.
Sin embargo, en esa rutina en la cual cada uno de nosotros reafirmaba lazos de convivencia pacífica, existía siempre el miedo de que los alemanes entraran en la casa a revisar. Ya les había sucedido dos veces previamente a nuestra llegada. Si nos descubrían sería el fin para todos.
La señora Szwiderska me mostró la entrada a un sótano que se encontraba oculta bajo una alfombra en la sala. Practicábamos con Salek bajar rápidamente por la angosta escalera y nos sentábamos en ese pequeño recinto oscuro y húmedo por unos pocos minutos porque ese lugar nos traía los recuerdos más tristes del ghetto. Subíamos velozmente a la sala para refugiarnos en los brazos de la señora Szwiderska, con la ilusión de que era solo una práctica.
Desafortunadamente, las ilusiones no tenían cabida en esa época. En varias ocasiones, soldados nazis llegaron a la casa. Como se encontraba en el medio del campo, era posible ver a la distancia quién se acercaba. Así fue como cada vez que los veíamos, Salek y yo nos ocultábamos de prisa en el sótano.
No escuchábamos lo que decían cuando entraban en la casa, pero sí podíamos sentir los pasos de las pesadas botas militares. Parecían como golpes secos contra el piso de madera. Cuando los escuchábamos cerca de la entrada al sótano, Salek y yo nos abrazábamos muy fuerte para que el miedo que sentíamos no nos hiciera gritar.
A veces, se quedaban un tiempo muy corto, pero en otras ocasiones querían comer y permanecían en la casa por horas. Estar en ese lugar tan húmedo me producía una sensación de ahogo y me resultaba difícil respirar. La oscuridad no era total y veía figuras fantasmales moviéndose en ese espacio pequeño. Al estar entre las sombras, todos mis miedos me envolvían y cientos de preguntas me atormentaban. No podíamos hablar. Debíamos permanecer en un silencio total que se hacía interminable hasta que la señora Szwiderska abría la puerta del sótano. Luego, nos dolía todo el cuerpo por estar acurrucados uno junto al otro y yo comenzaba a toser cuando mis pulmones se llenaban completamente de aire.
En ese entorno, con días que parecían a veces hasta felices a pesar de no poder salir de la casa, y con otros donde el terror se hacía presa de todos mis sentidos, transcurrieron los meses hasta mediados del otoño de 1944. Aún no sabíamos que el destino nos llevaría a enfrentarnos con la brutalidad a la que había llegado el ejército alemán para conseguir la máxima degradación física y espiritual de sus víctimas.
VIII
BERGEN-BELSEN
Uno de los tantos legados maravillosos que me dejó mi padre fue su amor por la lectura. A pesar de mi apretada agenda, siempre intentaba encontrar ese tiempo tan personal para leer. A altas horas de la noche, solía leer material conectado con mi profesión, novelas de ficción y, en especial, libros acerca de la historia de la humanidad en distintas épocas. Me fascinaba aprender sobre los héroes y antihéroes que habían manipulado la vida de los hombres por siglos. La Segunda Guerra Mundial era un período de la historia que iba más allá de mi comprensión.
Ninguna guerra es justificada. El objetivo de todas las batallas a las que se enfrentan los seres humanos es siempre el mismo: el poder de una minoría. Las consecuencias trágicas son para las víctimas pertenecientes a cualquiera de los bandos antagónicos. Estas personas inocentes, producto de las confrontaciones irracionales entre naciones, son las que terminan siendo aniquiladas.
Cada vez que finalizaba alguna lectura concerniente al Holocausto, me sentía presa de una ira incontrolable por la falta de humanidad de todos los países que sabían lo que estaba ocurriendo, pero que permanecieron silenciosos por razones que, aún hoy, son imperdonables. Al leer sobre los campos de concentración nazis, aprendí que el hombre puede ser despojado de sus características humanas hasta convertirse en un objeto. No obstante, en sí mismo no llegaba a ser un objeto. Conservaba en su interior fibras muy frágiles de espiritualidad que le permitirían recobrar su humanidad.
Todos los campos de concentración fueron devastadores. Las autoridades nazis estaban sumergidas en una demoníaca rigidez ideológica. Legitimaron las torturas más infames y el exterminio de un pueblo con total impunidad. Bergen-Belsen, sin ser un campo de exterminio como tal, se transformó en el campo que representó el grado máximo de perversidad nazi.
Auschwitz era un campo de genocidio mecanizado. Bergen-Belsen era un campo de exterminación masiva por negligencia. La ausencia de instalaciones sanitarias, el hacinamiento, la falta de comida y las epidemias de tifus y tuberculosis, permitieron la aniquilación sistemática de 50.000 seres humanos durante el tiempo en el cual Bergen-Belsen, destinado en un comienzo a ser un lugar para prisioneros políticos, se convirtió en un campo de concentración.
Cuando los británicos liberaron el campo, el 15 de abril de 1945, filmaron todo lo que vieron al entrar en Bergen-Belsen. Esas grabaciones mostraban miles de cuerpos esparcidos por el campo sin ser enterrados, sobrevivientes que apenas se movían, caminando o arrastrándose como fantasmas entre los cadáveres, enfermos de tifus y disentería, que solo esperaban la muerte. Bergen-Belsen era el reflejo de la crueldad y el salvajismo de la Alemania Nazi.
¿Cómo era posible estar en un lugar donde no existen suficientes palabras para describir el horror? En ese abismo de torturas, hambre, enfermedades y muerte, Mania y Salek vivieron los últimos meses de la guerra.
DEPORTADOS EN «FAMILIA»
Siempre había evitado la mentira. Pero en el mundo que me tocaba vivir, la mentira era una parte fundamental del juego de la supervivencia. Ahora, comenzaba un cambio de roles para Salek y para mí. Debíamos adoptar una nueva identidad, guardando celosamente el recuerdo de nuestros padres y nuestra fe judía.
La señora Szwiderska nos contó que había rumores de deportación de polacos por motivos políticos. Ella temía que esa fuera su suerte en un futuro próximo. Para evitar dejarnos desamparados, tenía un plan. No estaba segura de si sería