Название | A los herederos de mi memoria |
---|---|
Автор произведения | Dora Goniadzky De Hudy |
Жанр | Изобразительное искусство, фотография |
Серия | |
Издательство | Изобразительное искусство, фотография |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789585564848 |
El hedor de los muertos se mezclaba con el de la basura acumulada en las calles. La falta de higiene existente llevaba a la propagación de todo tipo de enfermedades, en especial el tifus9. Cientos de personas morían a diario. La epidemia de tifus se extendió rápidamente, resultando inútiles todos los esfuerzos que se realizaban para controlarla.
Era un espectáculo escalofriante al cual, inexplicablemente, nos fuimos acostumbrando. Recuerdo que cuando caminaba junto a mi madre por las calles del ghetto, evitaba mirar a los niños hambrientos que en sus miradas absortas reflejaban la sombra de la muerte.
Hoy, nos preguntamos cómo podíamos soportar todo el horror que nos rodeaba. No hay una única respuesta. Quizás la explicación más acertada es que, en ese terrible proceso de deshumanización implantado por el nazismo, cada uno de nosotros se fue desintegrando física y moralmente hasta convertirnos en seres que no veían más allá de su propia aflicción.
La necesidad de ayudar a mi familia me impulsó a tomar la determinación de escaparme del ghetto, junto con otros niños, para llevar a cabo el contrabando ilegal de comida. Es incomprensible —para quién no ha vivido la miseria a la que fuimos condenados— entender cómo una niña pequeña puede arriesgar su vida por un pedazo de pan. Gracias a nuestro tamaño, podíamos escabullirnos a través de las sucias alcantarillas y salir por el Cementerio Judío hasta quedar fuera del ghetto.
Mi cabello rubio y mis ojos azules me permitían confundirme entre las personas que caminaban por la calle. No parecía judía. Mi aspecto era como el de cualquier otra niña polaca de mi edad.
Nos dirigíamos generalmente a los puestos de los mercados para robar lo que podíamos ocultar en nuestras ropas. No recuerdo haber tenido miedo. El único sentimiento que me dominaba era la ansiedad de poder encontrar algo de comida para llevar a mi familia. Ver el rostro de alegría de mi hermano Salek por las papas o el pan que había logrado conseguir era una recompensa suficiente para mí.
De alguna manera, esos niños y yo nos habíamos transformado en héroes para nuestras familias. Si me descubrían, mi destino habría sido la muerte. Pero si dejábamos de hacerlo, el resultado hubiera sido igual: desnutrición, enfermedad y muerte. En poco tiempo, nuestra infancia desapareció y nos transformamos en adultos inexpertos inmersos en una terrible lucha diaria por sobrevivir.
Al despertar cada mañana, no había sueños bonitos ni un desayuno familiar para compartir, solamente una gran incertidumbre. Nuestras horas transcurrían planeando cómo conseguir algo de comida para poder llegar a ver la luz del día siguiente.
V
LOS NIÑOS JUDÍOS DURANTE EL HOLOCAUSTO
«Aún en los tiempos de mayor barbarie, una chispa humana brillaba en el corazón más rudo, y los niños eran perdonados. Pero la bestia hitleriana es diferente. Devorará lo más querido por nosotros, aquellos que despiertan la mayor compasión, nuestros inocentes niños».
Emanuel Ringelblum10
Durante la Segunda Guerra Mundial todos los judíos eran perseguidos para matarlos, pero la tasa de mortandad de los niños era especialmente alta. Solo el 11% de la población de niños judíos de Europa que había antes de la guerra sobrevivió, en comparación con el 33% de los adultos.
Los nazis a menudo realizaban «acciones de niños» con el fin de reducir la cantidad de «bocas inútiles» en los ghettos. En los campos de concentración, a los niños, los ancianos y las mujeres embarazadas se les enviaba a las cámaras de gas inmediatamente después de su llegada.
Al comenzar la guerra, en septiembre de 1939, aproximadamente 1.6 millones de niños judíos vivían en los territorios que Alemania ocupó posteriormente. Cuando la guerra terminó, en mayo de 1945, más de un millón de niños judíos habían muerto víctimas del genocidio nazi.
Miles de niños judíos lograron sobrevivir a la brutal matanza de la Alemania Nazi porque fueron escondidos. La crueldad del gobierno nazi y las barbaridades de la guerra obligaron a algunos niños a madurar fuera de lo normal para su edad. Ellos eran como gente mayor con cara de niños, sin expresiones de alegría, con una total ausencia de inocencia infantil.
MI HERMANA TONIA
En el ghetto las familias sufrieron grandes cambios, muchos de los cuales hubieran sido impensables en tiempos normales. Siguieron funcionando, en la mayoría de los casos, como una unidad. Sin embargo, se establecieron nuevas divisiones de responsabilidades entre los miembros de estas.
Dado que los hombres desaparecían con frecuencia, ya fuera por muerte o a causa de las deportaciones, en muchas ocasiones las mujeres se transformaron en el eje principal alrededor del cual giraban todas las decisiones. En el caso de nuestra familia, si bien mi padre aún estaba con nosotros, mi madre fue la que asumió el rol principal. Recuerdo que era ella quien soportaba sobre sus hombros el mayor peso, preocupándose de asegurar que hubiera alimento para nosotros cada día. Su fortaleza y su espíritu optimista eran constantes, a pesar de las terribles adversidades dentro las cuales vivíamos sumergidos.
Durante la primera mitad de 1942, la población del ghetto se Varsovia se fue reduciendo drásticamente. Día tras día salían trenes con miles de personas hacia un destino incierto. Tan masivas fueron las deportaciones que, a finales de 1942, dos tercios de su población inicial habían desaparecido.
La mayoría de las personas sucumbían frente a las desgracias y pérdidas en el contexto de la lucha por sobrevivir. Pero mi madre no. Ella seguía sonriendo y cantando a la vida para apaciguar el hambre y la desesperación que nos rodeaba. Su rostro no demostraba el desmesurado terror que sentía por perder a sus seres queridos o no tener las fuerzas necesarias para protegerlos. Vivía sometida a un infierno íntimo que jamás compartió con nadie.
En el mes de septiembre, mi padre fue deportado. En aquel momento no sabíamos cuál sería su destino. La única información que recibimos fue que lo trasladaron a Checoslovaquia para realizar trabajos forzados en minas que se encontraban bajo la dominación de la Alemania Nazi.
Su ausencia intensificó el miedo indescriptible que sentíamos por nuestro futuro. Mi madre casi no dormía de noche. Nos estrechaba a Salek y a mí, repitiéndonos una y otra vez que estaríamos bien. A pesar de la cruel realidad que veíamos todos los días, yo seguía conservando mi ingenuidad de niña y cerraba mis ojos creyendo cada palabra que ella me decía. ¿Y por qué no habría de ser así? Solamente ella era capaz de mantener en mi corazón un destello de esperanza que me permitía seguir adelante.
El pánico de una deportación hizo que buscáramos un lugar para escondernos. Fuimos a un sitio más deplorable que la habitación donde vivíamos, pero que parecía ofrecer mayor seguridad. Estábamos con otras personas de las cuales no recuerdo sus rostros o nombres. Toda mi atención se centraba en Salek y mi mamá.
Estábamos tan delgados que yo no advertí que mi madre había cambiado físicamente. Un día le pregunté sobre ese pequeño vientre que había crecido en los últimos meses. Ella lo ocultaba muy bien. Me dio respuestas tan evasivas que me dieron a entender que no me contaría lo que en realidad le estaba sucediendo. Entonces mi opción fue la que ya era habitual: dejar de hacer preguntas.
En el ghetto había un adormecimiento tal de los sentidos que las tragedias estaban cubiertas por una aparente insensibilidad. Luego de una escena de aterradora violencia o de separación probablemente definitiva de una madre con sus hijos, surgía una calma desconcertante. La continua amenaza sobre la vida creó como resultado un estado de angustia en el cual la facultad para reflexionar se había perdido.