Boston. Todd McEwen

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Название Boston
Автор произведения Todd McEwen
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9788415509691



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de forma extraordinariamente injusta hoy. Eso es lo que pasa. Mi vendaje no tiene nada que ver con mi comportamiento.

      Fisher subió las escaleras de acceso al edificio de tres plantas. Para su desgracia se encontró con su casera en el vestíbulo. Maquinando sin duda cómo abrir mi buzón pensó. Empujó la puerta con crueldad contra ella. ¡Yeje! gritó la casera. Oh buenas noches saludó Fisher. A ver si miras lo caces respondió ella. E inmediatamente aulló ¿Caces con esa pinta? Estás empapado. Me bañaron en el trabajo explicó Fisher Un accidente. Hueles a cerveza, me da que tas emborrachado. Le voy a reventar la cabeza con el violín pensó Fisher. De forma involuntaria el brazo elevó la funda ligeramente. Y otra cosa siguió ella ¡A ver si te dejas de tocar eso por las noches! Me desharé del cuerpo en la caldera maquinaba Fisher. Así fue como recordó que la calefacción llevaba semanas sin funcionar. ¿Cuándo vamos a conseguir algo de calefacción por aquí? ¡Eso qué timporta a ti! le espetó la casera blandiendo su penosa aleta atrofiada ¡Haces demasiadas preguntas! Y además ¿quién es la chica questá siempre por aquí? Siemprestaquí y yo no le dado la llave. Es mi novia. Y cada noche dos pisos debajo de tu cama empapada de Vicks Vaporub follamos. ¡Follamos! Fisher miró agresivo a su casera que le sostuvo la mirada mientras introducía la llave en la cerradura. ¡Eh! ¡Tú no mablas a mí así! ¡Ven aquí! No puedo, tengo que cogerme una neumonía. Y ya voy tarde. Cerró de un portazo. ¡Te dicho que no des portazos! ¡Y no pongas los dedos sucios en el cristal! gritó la casera buscando con rabia su propia llave en un abrigo que se encontraba ya en avanzado estado de putrefacción. Fisher abrió la puerta de su apartamento y la cerró con mayor fuerza aún. ¡Que no des portazos! se escuchó un tenue grito proveniente del vestíbulo.

      Fisher se giró y al ver a Jillian de pie justo a su lado tropezó con la funda del violín. ¿De qué iba todo eso? saludó Jillian. Ese viejo trol lleno de pus respondió Fisher Me pone enfermo. Dios William ¿qué te ha pasado? exclamó Jillian con exasperación que no comprensión. Nada no ha pasado nada. ¿Pero de dónde sale ese chichón? preguntó Jillian dejando sobre la mesa una pila de expedientes legales feministas a medio leer. Te conté que tuve un accidente, ¿te acuerdas? Por teléfono. Jillian miró el vendaje medio deshecho y la frente de Fisher. ¿Por qué no te vendaron el de la frente? Este es nuevo. Me lo acabo de hacer. Se sentó. La luz del techo comenzó a golpearlo. Odiaba la luz de su apartamento. No había ninguna durante el día y de noche solo había una bombilla de 500 vatios que lo aporreaba sin piedad. La creciente irritación llenó sus antebrazos de un dolor gris. Jillian lo miró. ¿Cuándo vas a comprarte una plancha William? Pareces un verdadero mendigo. Gracias estornudó Fisher. Estás empapado. Sí estornudó de nuevo Fisher. Sucedió cuando me encontré con un segundo accidente menor. Y con el tercero. ¿Llueve? preguntó ella. No, en el trabajo. ¿Llueve en el trabajo? No se ha acercado para ofrecer ningún tipo de consuelo físico reflexionó Fisher. Se ha limitado a sentarse y lanzar el interrogatorio. Una auténtica abogada en prácticas. ¿Qué pasó? siguió ella. Hubo un incendio en la biblioteca y me roció el cuerpo de bomberos. ¿William por qué te pasan todas estas cosas a ti? ¿Estás seguro de que te encuentras bien? ¡Qué tipo de ciudadana eres! gritó Fisher ¡Solo porque tengo una venda en la cabeza! ¡Dame un respiro! No utilices el vendaje como excusa para todo. Ella se levantó y se acercó hasta él. Estás temblando. ¡Exactamente! Estamos bajo cero ahí fuera y estoy calado hasta los huesos. Hueles a cerveza. ¿Te importa? respondió Fisher Es que como tengo un vendaje… Estaba empapado y quería un trago. Y eso hice. ¿En ese sitio? Sí. ¿Por qué no me llevas nunca allí? Porque no te gustaría. A ti te gustan los sitios con plantas colgadas por todas partes y con camareros homosexuales idénticos que llevan pequeños delantales rojos. Eres un sol contestó Jillian. Fisher se levantó y se dirigió al baño. ¿Adónde vas? preguntó Jillian malhumorada. Al solárium anunció Fisher con igual desagrado.

      Jillian Hardy era una chica alta de largas piernas, pelo oscuro y rostro contundente. Pero su rostro a menudo resultaba contundente por la violencia de los sonidos que producía, no por su belleza. Un rostro inquieto, el tipo de rostro en el que los músculos están siempre ligeramente tensos de insatisfacción. Insatisfacción en primer lugar por no haber alcanzado aún un salario alto y en segundo lugar por la histórica injusticia masculina. Fisher le había robado a Jillian a un rubio regordete con más éxito del que de él se esperaba llamado Mohrdieck y llevaba últimamente cierto tiempo pensando cómo hacer que Mohrdieck se la llevara de vuelta.

      Fisher se metió en la bañera y abrió el grifo. He decidido le gritó a Jillian Quitarme la ropa bajo un chorro de agua caliente. Pero un torrente de agua fría salió de la alcachofa y empapó a Fisher que comenzó a temblar. No hay agua caliente respondió Jillian. ¡Mierda! gritó Fisher Voy a matar a esa vieja, lo juro. Salió de la bañera una vez más cubierto de ropa empapada. Vio entonces que aún llevaba agarrado el violín. Necesito ropa seca dijo con calma. ¿Por qué no te vas directamente a la cama? planteó Jillian. Porque voy a salir aclaró Fisher arrastrándose hacia el dormitorio Esta noche hay ensayo. Estarás de broma dijo ella siguiéndolo ¿Después de que he venido hasta aquí desde Cambridge? ¿Y quién te lo pidió? soltó Fisher comenzando una lucha titánica con su empapado atuendo Te iba a llamar cuando llegara a casa se excusó cayendo contra la pared mientras trataba de quitarse los pantalones. Jillian salió indignada de la habitación. Indígnate dijo Fisher Indígnate indígnate indígnate. Eres tú la que me está volviendo loco pensó No el vendaje. La ropa lo tenía atrapado. Es mi destino. El terrible castigo divino por cualquiera sabe cuántos de los pecados que he cometido. El agua de los zapatos había creado un tremendo vacío que los adhería a sus pies como si fuera pegamento. Es el castigo divino y además Jillian Hardy. ¡No aguanto más! gritó tirando de un zapato con todas sus fuerzas. Cayó al suelo luchando con él. En el salón Jillian encendió la radio. Esta noche podrán escuchar a genuinas intérpretes tasmanas que comentarán la vinculación entre planificación urbana y composición musical hecha por mujeres así como su próximo concierto en la Symphony Hall.19 ¡Quieres apagar esa mierda! chilló Fisher quitándose con violencia la calada camiseta interior y lanzándola al suelo con un ruidoso golpe. La radio se apagó. Ruidos feroces de recogida de objetos personales llegaron desde la otra habitación. ¿Vas a alguna parte? preguntó Fisher. Sí, a casa gilipollas llegó la respuesta. ¿Me paso luego? propuso Fisher buscando en el fondo de un cajón. ¡Haz lo que te dé la gana! Portazo. Rabioso ruido de llaves. Aún más rabioso portazo. Sonora estampida escaleras abajo. Desde lo alto un grito de angustia ¡Qué cansadicastoy de decirte que no des portazos!

      Ah pensó Fisher Solo con mis pensamientos y mi violín mojado. ¡Mi violín está mojado! Cogió la funda y corrió a la cocina. Lo pondré en el horno a fuego lento, así resucitará. Los hermanos Hill de Londres hacen lo mismo. Violines calientes, dales calor, un penique por uno, un penique por dos, canturreó Fisher.20 Encendió el horno pero la cocina permaneció en silencio. ¡Ahora no hay gas! gritó Fisher hundiéndose de rodillas en la desesperación propia de la pobreza urbana ¡Si quisiera suicidarme sería imposible! Aunque bueno podría meter la cabeza en el horno y esperar a morir congelado, tampoco tardaría mucho. Se arrastró de vuelta a la habitación y comenzó a rebuscar ropa seca. Acababa de ponerse un jersey y de abrocharse el cinturón cuando sonó un claxon en la calle. Se enfundó una chaqueta que en rara ocasión utilizaba, tomó a don Chirridos y salió apagando la despiadada bombilla. Vete a la mierda pensó al recordar la orden de la casera de cerrar con llave la puerta exterior. Te vendría bien una paliza de un intruso cualquiera soltó socarronamente. Comenzó a cruzar la calle hacia el coche de Donald jugándose la vida. El estrepitoso tráfico palpitaba con sed de sangre esa noche.

      Donald esperaba en el coche, con la mirada perdida y fumando su pipa. Contemplando los pliegues de Rindfleisch.21 Fisher trató de abrir la puerta del copiloto, que tenía el seguro puesto. Maldita sea dijo golpeando violentamente la puerta con don Chirridos. Donald dio un brinco y desbloqueó la puerta a toda prisa. Gracias ladró Fisher entrando y dando un fuerte portazo. Donald comenzó inmediatamente a observar el vendaje. No me mires la venda ordenó Fisher abrazando a don Chirridos como si fuera un bebé enfermo. ¿Cómo estás? preguntó Donald arrancando el motor y saliendo a la corriente de tráfico. Genial respondió Fisher mirando tristemente los escaparates: Navidad. ¿Fuiste a trabajar? Sí tuve un maravilloso día en la oficina. Una chica me dio su número de teléfono aunque omitiré