Название | El ladrón de la lechera |
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Автор произведения | Miguel Ángel Romero Muñoz |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730023 |
—Juanito y Manuel, por favor, acercaos a la alacena y traed lo que hay en la estantería. —Todos esperaron a que volvieran de la alacena. Cuando regresaron cargados con pan, queso y toda la comida que les habían traído sus vecinos, María volvió a hablar—: Gracias, Juanito. Gracias por ser como eres, gracias por seguir los consejos de tus hermanos, y gracias por ser tan buen chico. Si tu padre estuviera aquí, se sentiría el hombre más orgulloso y afortunado del mundo, porque así es como yo me siento hoy y todos los días. También por tener una familia como la que tengo, porque teneros a ustedes a mi lado me llena de extrema felicidad. —María contuvo las lágrimas como pudo—: Mis niños, hoy no tocar llorar, hoy toca disfrutar de todo lo que nuestros vecinos nos han traído y darles las gracias a todos ellos cuando los veamos y, por supuesto, a vuestro hermano Juan, que ha dejado de ser un niño para convertirse un gran hombre, como todos vosotros.
Todos rodearon a Juanito, lo abrazaron y lo besaron. Este se sintió como nunca jamás se había sentido, como alguien importante. Como había dicho su madre, como un hombre. Aquella noche degustaron un poco de todo, pero sin gula. Sabían que los tiempos seguían siendo difíciles y no estaban para derrochar nada. Con aquella comida podían cenar unas cuantas noches.
Después de la cena, como hacían casi todas las noches, se quedaron charlando un rato, comentando todo lo que les estaba pasando. Aunque Juanito se sentía un hombre, Manuel lo mandó a la cama, ya que al siguiente día tenía que madrugar. Ya eran obligaciones de verdad. Juanito ni rechistó. Estaba tan cansado que se acostó y no escuchó nada de lo que hablaban. Había sido un día muy intenso.
Como Juanito les había adelantado, una de esas tardes el señor Inocencio bajaría a hablar con su madre y con Manuel. Tras consultarlo con su madre, todos decidieron comprar una botella de vino en la taberna como gesto de agradecimiento. No estaba la cosa para malgastar, pero su padre siempre les había dicho que ser agradecido era de ser bien nacido, y así lo hicieron.
Como las últimas mañanas, en las que Inocencio había estado esperando escuchar a su particular ladronzuelo, así lo escuchó llegar, con el ruido metálico de la lechera y el canto del gorrión. Juanito entró por la puerta, lechera en mano y con el pequeño albino al hombro.
—Buenos días, Inocencio.
—Buenos días, Juan. Has llegado muy temprano. Pasa que vamos a desayunar antes de empezar con el ordeño.
—Muchas gracias.
Los dos desayunaron con tranquilidad. Juanito no comía, devoraba. Pedía permiso cada vez que quería coger algo. Inocencio asentía y sonreía, hacía mucho tiempo que no se sentía así.
—Bueno, Juan, vamos a la tarea, que se nos hace tarde. Esta vez no tengo que enseñarte nada, esto sí que sabes hacerlo. —Y entre risas pasaron la mañana como si se conocieran de siempre.
La semana pasó muy rápida para Juanito. La vida le había cambiado: de la negativa de sus hermanos a que trabajara a estar trabajando, y encima, como le decía Manuel, con una gran persona. En cuanto a Inocencio, él también estaba muy feliz: de estar solo casi todos los días a tener a aquel chico que, además de ser buen trabajador, simpático, risueño y agradecido, lo hacía muy feliz, aunque esto último Juanito no lo sabía.
La familia Rodríguez se sentía afortunada por haberlo conocido, pero ese sentimiento era mutuo.
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