Название | El ladrón de la lechera |
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Автор произведения | Miguel Ángel Romero Muñoz |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730023 |
—Eso está hecho, Inocencio.
—Por cierto, me gustaría hablar contigo. Tengo un problemilla y necesitaría que me dieras tu opinión. Sabes que los amigos escasean y los pocos que tiene uno hay que aprovecharlos.
—Por supuesto, Inocencio. Ahora cuando la taberna se quede más tranquila y Carmen pueda salir de la cocina me cuentas. En lo que yo te pueda ayudar, sabes que aquí me tienes.
Inocencio continuó en la barra repasando el papel. Si el tabernero estaba antes un poco intrigado, ahora estaba deseando que la gente se marchara para poder conocer lo que le sucedía y si era posible, el contenido de aquel papel que no dejaba de mirar su amigo.
Parecía que la gente empezaba a marcharse y los que quedaban ya estaban servidos. Pronto saldrían Carmen de la cocina y Paco de su intriga. Este último rellenó la copa a Inocencio y él se sirvió un vino.
—Inocencio, cuando tú quieras… Carmen ya se ha hecho cargo de la taberna. ¿Prefieres que nos sentemos en una mesa o nos quedamos en la barra?
—Prefiero que te salgas de la barra y te pongas aquí a mi lado. Así Carmen se entera de lo que os quiero contar, Necesito también la opinión de una mujer.
—Por supuesto.
Carmen se fue hacia el rincón donde estaban sentados. Ella no tenía ni idea de lo ocurrido anteriormente, por lo que su intriga era menor que la de su esposo.
—Bueno, me gustaría que me dierais vuestra opinión, pero primero debo contaros la historia completa y después el significado de este papel.
—Por supuesto, lo que necesites y esté en nuestra mano. Sabes que nosotros haríamos por ti lo mismo que tú harías por nosotros.
—Muchas gracias. Bueno, a lo que iba.
Inocencio comenzó prácticamente desde el principio. Fue relatando lo ocurrido en los últimos meses y cómo había conseguido capturar al ladrón de la lechera. Ese fue el primer momento en el que se sorprendieron los dos. Nadie había escuchado nada, ahora sí que empezaban a estar intrigados por saber quién sería el ladronzuelo y por qué lo de la lechera.
Después de haber contado con detalle lo acontecido aquellos días, empezó a relatar la historia de aquel chico y su familia, cómo la vida los había castigado a él, siendo tan joven, a sus hermanos y su madre. El giro fue radical para ellos. De sentirse indignados por el robo pasaron a sentirse tristes y se maldecían por estar tan cerca de una familia que necesitaba su ayuda y nadie se daba cuenta, tan cerca todos y, a la vez, tan lejos. Todos los conocían, pero nadie en el pueblo podía imaginar el calvario por el que estaban pasando después de la muerte de su padre.
Paco se emocionó mucho y se entristeció. Carmen expresó lo mismo, pero añadió indignación por no saber nada y, por tanto, no poder ayudar a sus vecinos. La historia ya empezaba a calar, así que Inocencio prefirió parar de hablar y comentar con sus amigos, para ver qué opinaban ellos. Eso le ayudaría a encaminar la decisión que quería tomar. No solo había provocado emoción en ellos. Antes de que Inocencio les contara su propósito, decidieron que ayudarían a los Rodríguez. No sabían cómo, pero entre los tres buscarían la forma más adecuada.
Después de compartir opiniones decidió continuar y acabar con la historia y, por supuesto, empezar con su propósito. No había terminado de hablar Inocencio cuando ya estaban los dos llorando, emocionados como si el gesto, el regalo, fuera para ellos. Ya sabían que era un tipo especial, pero aquel gesto lo confirmaba. Paco se abrazó y Carmen se salió de la barra para darle un par de besos y un abrazo. Los tres se sumergieron en un mar de lágrimas. Aquello no pasaba todos los días. Nadie estaba acostumbrado a tanta generosidad.
Por fin pudo terminar Inocencio y no tuvieron que hablar nada más. Ellos lo apoyarían en todo y también aportarían algo, pero a su debido momento, como habían concretado.
Capítulo 6
Una vez recuperado de tantas emociones, se marchó para su casa. Pronto llegaría Juan —él se negaba a llamarlo en diminutivo, puesto que su comportamiento era ya de adulto. Cuando llegó a casa Juanito ya lo estaba esperando. Ambos entraron e Inocencio le explicó dónde estaba todo lo que iba a necesitar para realizar su trabajo.
—Por ser el primer día, te voy a ayudar, Juan. Pero mañana tienes que hacerlo tú solo. Es fácil y tú eres un tipo listo.
—Intentaré hacerlo lo mejor que pueda y lo antes posible, señor Inocencio.
—Hoy te lo permito, pero mañana no quiero volver a escucharte decir señor Inocencio, por favor.
—Vale, es que se me escapa. También haré el esfuerzo.
Inocencio iba explicándole a Juanito lo que tenía que hacer y así pasaron la primera tarde juntos. Una vez que terminó, Inocencio le dijo que se lavara y pasara a la casa antes de marcharse. Cuando Juanito entró, Inocencio le tenía preparada una cesta. Este no podía adivinar lo que contenía, ya que estaba tapada con un paño.
—Juan, aparte de tu sueldo, que ya lo hablaré con tu madre y con tus hermanos cuando baje al pueblo, también podrás cenar aquí conmigo cuando te apetezca, y los fines de semana que quieras, y no tengas que estudiar, puedes subir a la casa. Como hoy es el primer día, y de todo esto quiero hablar con tu gente, aquí llevas tu cena. Mañana será otro día.
—Muchas gracias, Inocencio. Muchas gracias.
—No las merece, aunque a decir verdad, sí. Por fin me has llamado sin el señor delante. Eso es un adelanto. Por cierto, para que no tengas excusa a la hora de realizar tus labores, toma una llave de la casa para cuando yo esté ausente por cualquier motivo,
Aunque a Juanito todo le estaba sorprendiendo para bien, lo de la llave lo había dejado fuera de juego. Era increíble que, sin apenas conocerse, le estuviera dejando la llave de su casa. Él no tenía ni la de su propia casa. Juanito agradeció el gesto y se marchó al pueblo. No quería llegar muy tarde a su casa, no porque se le hiciera de noche —él no tenía miedo a la oscuridad—, sino para que su madre no se preocupara, no le gustaba darle disgustos. Por el camino le echó un vistazo a la cesta, pero estaba tan llena que solo pudo ver lo que había en la parte superior. Del resto no se veía nada, así que prefirió no tocar y ya verlo tranquilamente en casa con su madre y con sus hermanos. No podía imaginar lo que había en su interior. La sorpresa sería igual o mayor que el día que había llevado, o algo más que agradable.
Cuando le estaba contando a su madre todo lo que le había dicho Inocencio, empezaron a llegar sus hermanos. Todos se sorprendieron mucho al escuchar lo que Juanito contaba. Manuel se sentía muy orgulloso de su hermano pequeño y, por supuesto, muy agradecido de todo lo que estaba haciendo aquel hombre por ellos.
Una vez terminada la explicación, tanto del trabajo como de lo que le había dicho Inocencio, Juanito cogió la cesta del rincón en el que la había dejado al entrar, la puso en lo alto de la mesa y le pidió a Manuel que le echara un vistazo.
—Pero, Juanito, ¿esta cesta quién te la ha dado? —preguntó Manuel.
—Inocencio. Por lo visto es mi cena. Aparte del sueldo, me ha dicho que todos los días, cuando termine el trabajo, si quiero, puedo quedarme a cenar en la casa.
—¿De dónde ha salido este hombre? No es habitual tanta generosidad, pero teniendo en cuenta a nuestros vecinos, que son buenísimas personas, parece ser que vamos a conocer a otro igual. Pero Juanito si esta fuera tu cena, estarías cenando unos cuantos días. Mirad todos lo que le ha dado Inocencio.
—Manuel, lo que venga será para todos. Mañana le diré al señor Inocencio que, si me puede dar la cena para tomarla aquí en casa, lo prefiero. Así podrás repartir la comida como hasta ahora has hecho tú siempre.
Manuel acarició la cabeza de Juanito y le guiñó un ojo, un gesto que siempre le hacía cuando le gustaba su comportamiento. Empezó a sacar el contenido de