Название | El ladrón de la lechera |
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Автор произведения | Miguel Ángel Romero Muñoz |
Жанр | Сделай Сам |
Серия | |
Издательство | Сделай Сам |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418730023 |
De vez en cuando, o sea, cada minuto, miraba por la mirilla de la puerta, para comprobar si las ovejas hacían algo raro. Nada, no veía nada de nada.
Estaba muy atento al silencio de la mañana, cuando de repente escuchó un ruido; se quedó quieto para asegurarse antes de salir y volvió a oír el mismo ruido. Era él, así que abrió la puerta y salió corriendo al centro del corral. No podía ser. Acababa de oír el ruido y no veía nada ni a nadie. Entonces lo volvió a escuchar. Salió corriendo en dirección al lugar del que provenía. Corría y corría, pero aquel ruido parecía que corría más que él y no conseguía acercarse. Al revés, poco a poco se iba alejando y cuanto más corría Inocencio, más corría aquel tintineo. Cuando ya no pudo más, se paró y gritó:
—Maldito seas, te cogeré más pronto que tarde. Tenlo por seguro.
Pasaron los días y aquel ruido no volvió aparecer, ni siquiera en los días previstos. La secuencia había cambiado. No sabía si se había asustado y, por ello, había cambiado la manera de actuar. El caso es que le seguían robando leche, así que tenían que reunirse para ver si podían calcular otra vez dicha frecuencia. No podían estar todas las noches en vela esperando si aparecía el ruido.
Después de pasar por la taberna no pudieron sacar nada en concreto. El modus operandi había cambiado, lo que significaba que iba a ser más complicado poder dar caza al responsable. Solo tenían claro que era más cerca al amanecer que a la madrugada, así que estarían atentos. La mayoría empezaron a darle poca importancia. Sabían que en el pueblo y en los alrededores había muchas familias que lo estaban pasando mal, por lo que seguro que sería algún necesitado.
Al escuchar aquel tipo de afirmaciones, Inocencio se ponía violento. No le gustaba ese tipo de actuaciones, ni la desidia de la gente ni el robo.
—Pues que pidan, que yo soy el primero que ofrezco a todo aquel que lo necesite, pero que no me roben lo mío —dijo Inocencio muy enfadado.
Inocencio se marchó con un mal sabor de boca. Sus compañeros no estaban por la labor de averiguar qué podía ser aquello, a menos que el robo de la leche fuera a más. Sin embargo, él era un hombre de principios y no podía dejar pasar por alto aquello, por muy ridícula que fuera la cantidad de leche que le estaban robando. Ni le gustaba la mentira, ni le gustaba que se apropiaran de lo suyo sin pedirlo, así que por lo comentado en la taberna se quedaba solo.
Cambió su hábito de dormir, empezó a pasear por el pueblo y a charlar con la gente más de lo habitual, sin que nadie se percatara de nada, pero era necesario para poder llevar a cabo la captura de aquel ladronzuelo. Observaba y miraba a los chiquillos por si alguno se asustaba al verlo, pero de momento nada.
Capítulo 2
Aunque ya empezaban a aparecer los olores típicos de la Navidad, en casa de los Rodríguez hacía mucho tiempo que no se celebraba nada. Había días que no les llegaba ni para comer, como para derrochar porque fuera fiesta; sin embargo, intentaban que Juanito recibiera algún regalo. Casi siempre le hacían algún juguete de madera o con lo que encontraban; otras veces alguna familia pudiente les regalaba algo, pero este año no habían recibido nada de momento y no sabían qué regalarle. Juanito ya no era tan pequeño para los juguetes que sus hermanos le hacían.
—Hay que pensar en el regalo de Juanito y en el de mamá. Se nos echa el tiempo encima —comentó Manuel, el hermano mayor. Todos asintieron a lo dicho, aunque nadie aportó nada en ese momento.
Mientras trabajaban en el campo, Manuel se acercó al cortijo a recoger unas herramientas que necesitaban y justo cuando iba a entrar a la casa, se cayó del tejado un trozo de broza. Este fue a darle una patada cuando se dio cuenta de que enrollado en aquella broza venía un gorrión. Cuál fue su sorpresa al comprobar que aquel gorrión no era un gorrión cualquiera. Era albino, un gorrión albino. Manuel nunca los había visto, aunque sí había escuchado hablar de ellos, así que tal cual estaba enrollado en su nido lo cogió y fue a enseñárselo a sus hermanos.
—Ya tengo el regalo de Navidad para Juanito.
Todos se quedaron sorprendidos. A todos les pasaba igual que a Manuel. Nunca habían visto un gorrión así. Decidieron dejarlo dentro del cortijo unos días hasta que llegara Nochebuena. Tenían que preparar una jaula para que a Juanito no se le escapara cuando empezara a volar. Por el momento lo tendrían que alimentar ellos, ya que era muy pequeño para comer solo. Además, lo pondrían en un lugar seguro donde no llegara ningún animal.
Manuel sabía que le haría mucha ilusión. Siempre le decía lo mismo, que cuando fuera mayor tendría muchas mascotas. Solo de pensarlo se emocionaba, para él Juanito era muy especial, era una copia perfecta de su padre.
Llegó el día de Nochebuena. Manuel y sus hermanos ya tenían los regalos preparados. Para Juanito, su nueva mascota con una jaula preciosa que habían hecho con barretas de olivos y algún trozo de madera de chaparro. Todos estaban deseosos de ver la cara que ponía, porque él siempre era agradecido con cualquier cosa que viniera de sus hermanos. Para su madre habían podido ahorrar un poco dinero para la compra de medicamentos, pero habían decidido comprarle una manta, porque la que tenía ya estaba demasiado vieja y le arropaba poco. Ella les pedía y les suplicaba que no se gastaran nada en ella, que se compraran algo ellos, pero desde que se marchó su padre entre todos intentaban siempre regarle cualquier cosa, cualquier detalle que le pudiera levantar el ánimo un poco.
—La manta no le levantará el ánimo, pero seguro que este invierno estará más calentita —afirmó Manuel.
Aquella noche, tan especial para tanta gente, para ellos era una noche cualquiera. Se estaban haciendo mayores y cada vez le daban menos importancia a no poder celebrar nada. Por lo menos querían que fuera especial para el más pequeño y para su querida madre. Se dieron los regalos después de la cena, que les había preparado su vecina Carmen, una gran persona con un inmenso corazón, como su marido Antonio. No es que les sobrara, pero siempre estaban atentos y en días tan especiales mucho más. El primer regalo fue para su madre, que no pudo contener las lágrimas. Todos le dieron un abrazo y le pidieron que no llorara, que no debía ser una noche triste. La madre abrió el regalo y les agradeció el gesto a todos, pero en su interior no podía dejar de llorar. No había derecho a que sus hijos fueran los que trajeran el regalo en lugar de ser ella la que les regalase a todos; sin embargo, se guardó ese pensamiento para ella, ya que no quería que sufrieran más de la cuenta.
Juanito empezó a disimular con la manta de su madre, porque ya entendía la situación que había en su casa. Por supuesto que deseaba tener regalos, pero pensaba que su hermano Manuel tenía que gestionar el dinero para las medicinas de su madre y para poder salir adelante, que ese era el regalo más importante que podían recibir todos.
Dejaron pasar algunos minutos. Todos se miraban con complicidad, pero Manuel no quería hacerlo de sufrir más.
—Juanito, mira debajo de tu cama. A lo mejor te han traído algún regalo.
Juanito soltó la manta y salió corriendo a mirar debajo de la cama. Cuando vio lo que había, salió corriendo a darle un beso a todos, pero la complicidad que tenía con Manuel no la podía disimular. Fue tal el abrazo que le dio que ninguno de ellos pudo contener las lágrimas. La única receta que tenían para la mala suerte que les había deparado la vida era la unión y el amor que compartían todos con todos.
Mientras tanto, Inocencio se había percatado de que llevaba un par de semanas que no escuchaba nada y que tampoco le faltaba leche. No entendía el porqué, pero él continuaba con sus pesquisas.
Esos días, que eran tan especiales para la gente, para él no significaban nada. La poca familia que le quedaba vivía muy lejos. Dedicaba un rato a felicitarlos escribiéndoles alguna postal. Estos lo invitaban todos