El lugar secreto. Jaime Herrera D'Arcangeli

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Название El lugar secreto
Автор произведения Jaime Herrera D'Arcangeli
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561235663



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papá respondió algo que fue opacado por el sonido agudo del timbre. Me apresuré para ir a abrir, jurando que si era esa pareja de tórtolos trasnochados iba a...

      –Hola, Noel. ¿Cómo estás?

      Para mi sorpresa, era la señorita Natacha, la profesora de vóley del colegio. Pero lucía muy diferente con los labios pintados de rojo y vestida con una chaqueta de cuero marrón de motociclista y jeans, de esos rajados a la altura de la rodilla.

      Mis tíos Lucho y Mario golpearon sus puños como si fueran un par de adolescentes que acababan de realizar una jugarreta y mi papá, que se levantó del sillón empujado por una especie de resorte invisible, terminó prisionero –y con expresión más bien confundida– entre los brazos de la señorita Natacha, quien le propinó un apasionado beso en la boca.

      Me quedé congelado. Igual que Luna, que volvía de la cocina con una bandeja con vasos de bebida para sus amigas y que terminó en el suelo.

      Al final la fiesta se fue a pique porque mi papá no dejó que la señorita Natacha se quedara y ella se retiró un poco humillada. Después mi papá se peleó con mis tíos Lucho y Mario por invitarla a sus espaldas, ante lo cual Lucho (o a lo mejor era Mario, no recuerdo bien) dijo algo parecido a “Un día estos niños van a crecer y se irán. Tienes que seguir adelante con tu vida”. Mi papá terminó echándolos a ellos también de la casa.

      Luna y sus dos amigas se encerraron en la pieza con llave y pusieron la tele súper fuerte y no le abrieron a mi papá aunque tocó la puerta con bastante fuerza y hasta rogó. Y para rematar la noche, descubrimos que los colados del patio se estaban tomando el barrilito de cerveza, así que terminaron todos expulsados, incluyendo a Ram y a Lili.

      De Dani con el Rosti nunca más se supo.

      A las cuatro de la mañana recibí un wasap de Ram diciéndome que Lili lo comenzó a seguir en Instagram. Por lo menos, a alguien le había ido bien en la fiesta.

      Me levanté arrastrándome como un zombi. Gran Samo roncaba con fuertes resoplidos hecho un ovillo de pelos y abrí la puerta con sigilo para no interrumpir su sueño canino. Me dirigí a la cocina en busca de un vaso de agua y descubrí entreabierta la puerta de Luna, con la luz del espantacucos proyectándose a través del pasillo. Me asomé. Sus amiguitas dormían en sacos multicolores, pero Luna estaba despierta, mirando por la ventana, con ambas piernas recogidas debajo del plumón.

      Toqué con suavidad. Mi hermana me miró y se deslizó a un costado de la cama, haciéndome espacio. Avancé con cuidado tratando de no despertar a las niñas. Me acosté junto a Luna y la abracé.

      –Tengo miedo –confesó.

      –Ya sabes que el cuco no existe –le contesté, haciéndome el tonto. Sé que los dos estábamos pensando en el beso de mi papá con la señorita Natacha.

      –No es por eso. No quiero olvidar su cara. Yo era muy chica. Tú alcanzaste a estar con ella más tiempo.

      No le confesé mi propio temor de que el tiempo también se llevara mis recuerdos. En lugar de eso, tomé la cajita de música de Luna, que descansaba junto al espantacucos.

      –Eso no va a pasar. ¿Sabes por qué?

      Abrí la cajita. Una bailarina de tutú magenta bailaba en punta de pies con la música suave que era también la intro de la película El padrino. En el revés de la tapa tenía adosado un pequeño espejo. La levanté hasta alcanzar la altura de sus ojos.

      –Porque cada vez que necesites recordarla, tienes que mirar tu rostro. Y ahí estará, por siempre.

      Pensé que Luna no me iba a creer, pero era una niña y yo su hermano mayor. Sonrió y me abrazó fuerte. Sin soltar la cajita musical, ambos nos quedamos dormidos, con la melodía de la bailarina actuando como canción de cuna.

      Desperté sobresaltado. Afuera ya era de día y la caja musical, sin cuerda, había enmudecido. En su lugar, una vibración distante se dejaba oír desde el entretecho. Como una radio antigua que apenas sintonizaba, chirriante y muy molesta.

      Decidido a despejar el misterio, salí de la cama con cuidado, respetando el sueño de mi hermanita, y casi tropecé con el saco de dormir de su amiga Macarena.

      Fui al patio a buscar la escalera de tijeras que mi papá aún no devolvía y comprobé el estado calamitoso en que lo dejó el batallón de colados. Íbamos a estar como una semana limpiando.

      Con el escobillón de la cocina, levanté la puerta trampa y trepé por la escalera. En mi apuro, olvidé llevar la linterna amarilla.

      Me di cuenta de mi error cuando penetré otra vez en ese desván olvidado. Todo seguía igual excepto por el tocadiscos, que mi papá llevó a un servicio técnico, y la maleta café que yo conservaba en mi pieza.

      Algo brillaba entre las sombras, cortando la oscuridad con su brillo metálico.

      Era el espejo trizado. Me acerqué con pasos

      inseguros, tratando de hacer el menor ruido posible.

      Su superficie estaba cubierta de vaho, una especie de neblina que se derramaba por los bordes, humedeciendo el piso.

      Los extraños sonidos discordantes provenían del interior. Se me antojaron vagamente conocidos, pero de alguna manera deformados, como si vinieran desde muy lejos.

      Extendí la mano y toqué la extraña bruma que lo empañaba.

      La música se hizo más clara y la niebla se

      retiró. La silueta de Enid D apareció en su lugar, mirándome con ojos asombrados.

      Retrocedí, espantado. La muchacha se encontraba dentro del espejo y estiraba su mano hacia mí.

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