El lugar secreto. Jaime Herrera D'Arcangeli

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Название El lugar secreto
Автор произведения Jaime Herrera D'Arcangeli
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561235663



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un gemelo en algún lado. Hasta yo, si es que diosito pudo armar tanta galanura viril dos veces –se carcajeó Ram, balanceando su silla de ruedas.

      Lo de Ramón no era resultado de un accidente automovilístico como en las historias dramáticas que cuenta la tele. Mi amigo se contagió de una enfermedad llamada poliomielitis cuando sus papás –que son lingüistas– trabajaban durante un programa de intercambio en un pueblo de Asia.

      Ram era muy chico y siempre decía que no echaba nada de menos el poder caminar. Su silla (“que costó un millón de dólares”, según él) era eléctrica y lo llevaba adonde quería. Además de ser el más inteligente de nuestro curso (y yo creo que de todo el colegio) era también el más popular por sus chistes y su simpatía. “Bien livianito de sangre”, opinaba siempre mi padre.

      –Pero esto no explica por qué alguien me hizo llegar la llave de la maleta café –insistí.

      Eso es lo que más me intrigaba. Alguien nos tenía muy vigilados y sabía que habíamos estado en el entretecho.

      –Esa es una buena pregunta –comentó Ram.

      –¡Eso siempre se dice cuando la respuesta es como el hoyo! –añadí.

      Sonó el timbre del fin del recreo. Apareció el señor Jara, inspector del colegio y me dio una mirada reprobatoria.

      –¡Ese pelo, señor Barraza!

      El señor Jara antes había sido carabinero y su norma era que los estudiantes varones llevaran el pelo corto y muy ordenado porque éramos “el rostro del colegio”. A las niñas no las dejaba usar anillos ni pintarse las uñas y menos usar maquillaje.

      Con lo de la mudanza, se me había olvidado pasar por la peluquería. Y la verdad es que lo tenía un poco largo.

      –¡Hoy día sin falta me lo corto, señor! –contesté, con tono de conscripto.

      –Más le vale. Si no, mañana no me entra al establecimiento –replicó, dirigiéndose a la inspectoría con su caminar de pato.

      Ram hizo un saludo militar y susurró “Heil, Hitler”, con una risita que pronto se convirtió en carcajada.

      –¿Sabes lo que necesitas para relajarte? ¡Una súper mega party en tu casa nueva! –afirmó.

      Le encontré muchísima razón.

      Llegué tarde a mi casa porque los martes teníamos laboratorio de química. En la mesita de entrada habían colocado un ramo de crisantemos morados.

      Mi papá había pasado a buscar a Luna al colegio y le servía leche con chocolate en el comedor.

      –¿Y esas flores? –pregunté, dejando la mochila en una silla. Nuestro florero siempre estaba pelado porque mi papá no era de esa onda. A la que le gustaban las flores era a mi mamá.

      –Un regalo de bienvenida de nuestros vecinos –aclaró mi padre.

      Hacía casi dos semanas que habíamos llegado a Los Peumos, así que lo hallé medio raro. Pero me encogí de hombros.

      –Ram opina que deberíamos dar una fiesta para inaugurar la casa.

      Recalqué que era idea de Ramón, porque si provenía de él seguro que mi papá la aprobaba de un viaje.

      Mi papá se rascó la barbilla, considerándolo.

      –Y yo podría invitar a mis compañeros del trabajo...

      ¡Una casa llena de profes! Eso no es lo que Ram y yo teníamos en mente.

      Debo haber puesto una cara muy graciosa, porque mi papá y Luna se rieron. Mi hermanita llevaba puesto un polerón rosado, que todavía tenía adosada la etiqueta.

      –¿Fueron de compras?

      –Tenía que pagar la tarjeta y había rebajas sobre rebajas.

      –¡Hay algo para ti también! –exclamó Luna, alcanzándome un paquete verde.

      –Muchas gracias, pero no hacía falta.

      Con el sueldo de mi papá y después de comprar la casa a trillones de años plazo, sabía que no nadábamos precisamente en la abundancia.

      –Tonterías. Te lo mereces. Ayudas muchísimo en las tareas del hogar –argumentó mi papá.

      –¡Y me cuidas a mí! –gesticuló Luna.

      No estaba muy acostumbrado a los halagos. Abrí el paquete tratando de ocultar mis mejillas coloradas. Apareció una polera azul piedra, con el logo “Soul Surfer” grabado en la parte de adelante.

      –¿Te gusta, hijo? La vi y pensé inmediatamente en ti.

      –¡Que se la pruebe! –exigió mi hermana.

      –Hará juego con tu nuevo corte de pelo. Te queda muy bien, Noel –dijo mi papá.

      Me pasé una mano por el cabello recién cortado y con la otra, que temblaba un poco, sostuve la polera.

      Ahora estaba seguro de que el muchacho de la Polaroid no solo se me parecía. Él y yo éramos la misma persona.

      El plan de la fiesta fue aprobado por unanimidad. Se nos multiplicaron las obligaciones porque todos queríamos que resultara perfecta. Con Luna nos tocó fregar un montón de vasos que ni sabíamos que teníamos. Mi papá aspiraba y volvía a aspirar la alfombra del living, que ya estaba más que limpia.

      Ram creó un grupo en el Whatsapp para

      invitar a los amigos más cercanos y se aseguró que Dani, la niña que tanto me gustaba, aceptara venir. “Esta es la tuya, Pascual”, afirmó. Luna invitó a dos compañeritas de curso que se iban a quedar a alojar en sacos de dormir y mi papá comprometió a mis tíos Lucho y Mario, que eran profesores como él y además mellizos; aunque no se parecían tanto: uno tenía más pelo que el otro.

      Mi papá me descubrió observando el barrilito de cerveza que había comprado para la ocasión y me palmoteó fuerte en el hombro.

      –Ni se te ocurra. Para los menores de dieciocho, solamente bebidas y juguito de manzana.

      Me informó que además había convidado a la vecina que nos regaló los crisantemos. “Vive en la casa del frente, la que parece un castillo medieval”.

      Luna estuvo encantada pues a lo mejor así nos invitaban un día a visitarlo. A ella le fascinaban las historias de princesas y hadas. Juraba que eran de verdad y que Peter Pan existía.

      Guardé la foto Polaroid dentro del cuaderno de las mariposas y lo devolví a la maleta. No deseaba más sorpresas que me quitaran el sueño.

      Llegó la tarde del sábado. Mi papá apretó un interruptor y el membrillo del patio se encendió con una cascada de hermosas luces blancas.

      –¡Qué lindo! –aplaudió Luna.

      Yo estaba entusiasmado: la fiesta iba a resultar bacán. Gente amiga, buena comida y bebida, aparte de música seleccionada especialmente por Ram. Todo lo que uno necesitaba para olvidarse de aquellas cosas que no tenían demasiada explicación.

      Tres de la mañana.

      Nueva historia en mi Instagram: “Con ganas de que me trague un volcán”.

      Ram dijo que no se dio cuenta cuando la

      invitación a la fiesta se hizo viral. Parece que un amigo se la reenvió a otro amigo y así fue como se juntó mucha gente en la puerta de mi casa a las nueve de la noche. No podíamos echarlos a todos, así que muchos terminaron instalados en el patio. Incluso había algunos universitarios que traían sus propios copetes, que mi papá confiscó. Al menos, quedó con su barcito bien provisto y el pavo de la Navidad ahora tendría bastante coñac.

      A las siete sonó el timbre. Fui a abrir y hallé una persona sosteniendo un ramo extra grande de crisantemos amarillos.

      –¡Buenas tardes! Tú debes ser Noel. ¿Cierto? Yo soy Elena, tu vecina