El lugar secreto. Jaime Herrera D'Arcangeli

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Название El lugar secreto
Автор произведения Jaime Herrera D'Arcangeli
Жанр Языкознание
Серия
Издательство Языкознание
Год выпуска 0
isbn 9789561235663



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Por suerte, apareció mi papá en ese momento.

      –¡Doña Elena! ¡Cómo está!

      –Muy bien, don Sebastián. Estas las recogimos hoy del invernadero. Las que les traje el otro día deben estar medio secas ya.

      La señora Elena rió nerviosa, explicando que no le gustaba asistir a fiestas con las manos vacías.

      –Regalo aceptado. Pero con la condición de que no me diga más don. ¡No soy tan viejo! –contestó mi papá, en un tono entre coqueto y jovial que no le conocía.

      –Y usted puede decirme Elenita entonces.

      Mi papá la liberó del ramo, invitándola a pasar. Capté, con algo de alivio, que “Elenita” lucía un poco mayor que él.

      –¿Cómo amaneció su padre?

      –Un poco malito del pecho. Por la mañana vino el doctor a verlo. Ahora lo dejé con una niñita bien amorosa que me lo cuida –contestó con un hilillo de voz la mujer de cabello blanco con azul.

      La dueña del castillo parecía ser una persona bastante tímida.

      Como buen anfitrión, mi papá le ofreció un pisco sour, que ella rechazó porque no bebía alcohol. Los dejé conversando y me fui a mi pieza a cambiarme de ropa para la fiesta. En su habitación, Luna y sus dos amiguitas saltaban encima de la cama y reían contentas. Mi hermana se había colocado unas alitas de ángel con plumas blancas que sobraron de una presentación que hizo en su colegio.

      Descubrí a Gran Samo durmiendo siesta encima de la camisa azul que pensaba usar. Lo aparté de una palmada y mi perro se fue del lugar con un “guof, guof” ofendido, dejando mi camisa sucia con sus huellas de tierra. Lo peor es que no tenía nada más que salvara: con los preparativos se nos había olvidado lavar la ropa.

      Lo único presentable era la polera nueva de Soul Surfer. La saqué de la cajonera, percibiendo una vez más ese singular hormigueo entre los dedos.

      Con un suspiro, me la puse. En el espejo del baño comprobé que mi papá había acertado en la talla. El chico de la Polaroid me saludó desde el otro lado, con algo parecido a una mueca.

      Resignado, me eché de la colonia verde que recibí para mi cumpleaños: la Dani debía estar por llegar.

      Quien apareció antes que nadie fue Ram, el DJ oficial del evento, con sus parlantes con Bluetooth. No comentó nada al descubrir mi nuevo look, pero se puso un poco bizco, lo que solía suceder cuando algo o alguien lo agarraba por sorpresa.

      Doña Elenita bebía un jugo de arándanos mientras mi papá paladeaba el pisco sour casero. Nos observaron distribuir los parlantes. La señora parecía encontrarse bastante a gusto en nuestra casa.

      –Hicieron un buen trabajo aquí, Sebastián. Este sitio vuelve a parecer un hogar –opinó, con una mirada satisfecha.

      –¿Qué quiere decir, Elenita?

      –Mucha gente vino y se fue durante todos estos años. Pero la casa ha estado muy mal mantenida desde que se fueron los ocupantes originales.

      –¿Quiénes eran? –aproveché de preguntar, mientras desenredaba un alargador.

      –Los Duarte, bellísimas personas. –Doña Elenita reprimió un pequeño suspiro.

      “¿Enid Duarte?”, pensé.

      –¿Qué les pasó? –interrogó mi padre.

      –La vida. Eso fue lo que pasó –replicó la señora, en un tono que daba por cerrado el tema.

      Sonó el timbre y cuando me encaminé hacia la puerta, noté que doña Elena observaba mi polera nueva y tal vez lo imaginé, pero me pareció que fruncía un poco los labios.

      Ram me acompañó a la entrada. La Dani estaba de pie bajo el dintel, acompañada de su amiga Lili. Las dos con minifaldas rayadas haciendo juego y luciendo un maquillaje que haría graznar al inspector del colegio si las llegara a ver.

      –Hola, Noel. Hola, Ram. Llegamos un poco temprano por si necesitaban ayuda –saludó la Dani, jugando con su melena color miel de ese modo tan suyo y coqueto que siempre me cortaba la respiración.

      –Adelante, damas –invitó Ram, sonriéndole a Lili–. Felices de verlas. ¡Como siempre!

      Y entonces, el desastre. Detrás de las bellas... la bestia.

      –¡Ayuda y un poco de músculo por si hay que cargar algo! –gritó Rosti Machuca, enlazando a Dani y a Lili por la cintura.

      Rosti no se llamaba Rosti, obviamente, sino Marcos Machuca, pero todos le decíamos así porque siempre estaba bronceado igual que un pollo rostizado de tanto surfear en el norte o esquiar en la montaña. Se le veía poco en clases, pero como era sobrino del director, los demás profesores hacían la vista más que gorda.

      –Genial. Nuestro primer colado. –Ram puso los ojos en blanco–. Esta fiesta va a ser filete.

      Invité al trío a pasar y me consoló un poco la cara de culpabilidad que puso la Dani al presentarse en mi casa en compañía de ese ropero de tres cuerpos.

      Ni me imaginaba que Rosti Machuca no sería el único convidado de piedra esa noche.

      Circulé por la casa ofreciendo posavasos de corcho para proteger los muebles y llevando fuentes con papitas fritas y galletas crackers, mientras que “Believer” de los Imagine Dragon resonaba a escandalosos decibeles en el patio. El millón de colados que llegó después del Rosti había armado fiesta propia bajo el membrillo, bailando como si estuviéramos en Año Nuevo.

      Ram efectuó cientos de giros atrevidos en su silla de ruedas eléctrica ejecutando su propia versión de un bailarín callejero de break dance y los demás hicieron coro a su alrededor batiendo palmas. Lili parecía estar muy impresionada y se puso a bailar con él. Gran Samo iba de grupo en grupo para que le hicieran cariño como si fuera un perrito faldero. A la Dani no se la divisaba por ninguna parte. Y peor aún, tampoco al Rosti.

      Volví a la cocina a buscar más bebidas. Comprobé que el living había quedado reservado para “los adultos responsables”, con la presencia de un par de vecinos adicionales y también de don Checho, el simpático dueño del minimarket del barrio. Además se encontraban mis tíos Lucho y Mario que llegaron con una botella de gin como regalo para mi papá.

      Doña Elena conversaba animadamente con don Checho, quien parecía muy asombrado de encontrarla aquí. En cierto momento, la vecina recibió una llamada en su celular rosado y se apartó para contemplar por nuestra ventana su casa castillo, con un dejo de preocupación en la mirada mientras hablaba.

      Al final, cortó y giró hacia nosotros.

      –La enfermera no encuentra uno de los medicamentos de mi padre. Me temo que debo irme. Además, ya es muy tarde. Muchas gracias por la invitación. Lo pasé muy bien. ¡Buenas noches a todos! –se despidió con una sonrisa fugaz.

      Mi papá se ofreció para acompañarla a su casa, pero ella lo disuadió con un gesto discreto.

      –No hace falta, Sebastián. Si está aquí a un paso. Pero este agradable jovencito puede acompañarme hasta el jardín. –Se colgó de mi brazo y prácticamente me arrastró hacia la salida.

      En la casa castillo estaba iluminada una ventana del segundo piso. Doña Elena la quedó mirando un segundo antes de soltarme.

      –Anda a visitarme cualquier día de estos. Y entonces, contestaré a todas tus preguntas, si es que ya las tienes...

      Bajó la mirada hacia mi polera nueva y sonrió misteriosa.

      –...Soul Surfer.

      Doña Elena cruzó la calle, dejándome intrigado. En el cielo nocturno, brillaba una luna creciente muy bella. Una pareja conversaba animadamente en la acera.

      Eran la Dani y el Rosti. En cierto momento, él la tomó de la mano y la acarició. Ella alzó la cabeza y entreabrió los labios...

      Eso