Название | El peronismo y la consagración de la nueva Argentina |
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Автор произведения | Carlos Piñeiro Iñíguez |
Жанр | Документальная литература |
Серия | |
Издательство | Документальная литература |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9789507547096 |
El almirante Storni era consciente del rechazo de los militares a su orientación pro-aliada. Tuvo una prueba al día siguiente de su primera reunión con Armour, cuando la censura cortó en la transcripción de sus declaraciones tras esa entrevista la frase “el país irá poco a poco a donde debe estar”, referida a su posicionamiento continental. El 5 de julio, su mensaje de saludo por el aniversario de la independencia estadounidense no cayó muy bien. Las expresiones del vicealmirante, en el sentido de que la “Argentina estará con las naciones de América en todos los terrenos donde las llamen sus compromisos de honor y sus deberes de cooperación panamericana” y, más aún, que “toda entidad que intente estorbar” esa acción “está en contra de la Argentina”, tuvieron como resultado algunos enfrentamientos en la calle Florida, entre aliadófilos y neutralistas. Días después, según un telegrama de la Embajada estadounidense, citando como fuente a Storni, Ramírez había reunido a oficiales “de alta graduación”, con el propósito de planear la necesidad de convencer a los cuadros más jóvenes de que debían aceptar la ruptura de relaciones. En la reunión, sin embargo, varios se opusieron, argumentando que no se podía ceder a la presión. El peor momento para el canciller comenzó a fines de julio, cuando Armour fue convocado a Washington, “en consulta”, para decidir cómo seguir las relaciones. El día 29, el embajador visitó al canciller argentino, pero no solo fue una despedida protocolar. Según informaba Armour al Departamento de Estado, en su “larga conversación con Storni”, este le dijo que el presidente Ramírez, “en vista de sondeos [...] del sentimiento prevaleciente entre los oficiales del Ejército”, había llegado a la conclusión de que “no podía proceder a una ruptura de relaciones” con el Eje. Según ese relato, para la mayoría de los militares, con la invasión aliada a Italia, esa ruptura aparecía como “un acto cobarde”, y a menos que hubiese un acto de provocación alemana o nipona hacia la Argentina, Storni no la veía posible. Armour le reclamó una declaración precisa, si era posible por escrito, para llevar a Washington. Un día antes, según un informe de la inteligencia del NSDAP, el presidente Ramírez, González y Filippi se habían reunido con un espía alemán, en lo que Potash interpreta como un contacto exploratorio para adquirir armamento de ese origen, en caso de que perseverase la negativa estadounidense91.
Esa vinculación entre la neutralidad y la provisión de armas aparecía, en todo caso, en la carta confidencial que Storni envió el 5 de agosto a Hull. El texto, planteado en términos personales, daría lugar a polémica en cuanto a su redacción; unas versiones indican que se basaba en un borrador de Storni luego corregido por Ramírez y González; otras, a la inversa, mencionan un borrador de González y Perón, al que habría enmendado Storni. En todo caso, el vicealmirante luego asumiría públicamente plena responsabilidad por su contenido y su envío. La carta, claramente no destinada a su publicación, defendía la neutralidad argentina, que “no ha sido comprendida”. Retomando el argumento esgrimido durante el gobierno de Castillo, destacaba que “los barcos argentinos navegan en el servicio exclusivo de las naciones aliadas” para alcanzar “la zona misma de operaciones denunciada por Alemania”, es decir, favoreciendo a los aliados. De igual modo, solo uno de los bandos gozaba de la declaración de “no beligerancia”. Consideraba “difícil negar la colaboración que presta la República Argentina a la causa de las naciones unidas bajo el rubro de una neutralidad que más que tolerante, es de una benevolencia manifiesta”, que “es aún más efectiva en el orden de nuestras exportaciones, puestas al servicio casi exclusivo de la causa aliada”. Planteaba también el argumento de que “no es posible, sin preparación previa, forzar la conciencia argentina para llevarla fríamente y sin motivo inmediato a una ruptura de relaciones con el Eje” que, en el contexto de ese momento, “cuando la derrota se acerca de modo inexorable” a los países de ese bando, “pondría, por lo demás, en duro trance a la hidalguía argentina”. Tras esas consideraciones señalaba “las inquietudes con que contemplo las posibilidades del futuro, si por la persistencia de la actual incomprensión, se siguieran negando a la Argentina los elementos que necesita para acrecentar su producción y para armarse a fin de cumplir, llegado el caso, con sus compromisos en la defensa continental”. Como si no fuese lo suficientemente claro, agregaba: “Puedo afirmar al Sr. Secretario que los países del Eje nada tienen que esperar de nuestro gobierno y que la opinión pública les es cada día más desfavorable. Pero esta evolución sería más rápida y eficaz para la causa americana si el Presidente Roosevelt tuviera un gesto de franca amistad para nuestro pueblo, tal podría ser el suministro urgente de aviones, repuestos, armamentos y maquinarias para restituir a la Argentina en la condición de equilibrio que le corresponde con respecto a otros países sudamericanos”92.
La respuesta de Cordell Hull, fechada el 30 de agosto, comenzaba señalando como un hecho “profundamente satisfactorio notar en su declaración que el pueblo de su país se sienta ligado de modo indisoluble a los demás habitantes de este continente”; pero “es con pena que mi gobierno y el pueblo de los Estados Unidos se han visto obligados a llegar a la conclusión de que los indudables sentimientos del pueblo argentino no se han visto complementados por la acción requerida en los compromisos en los que participó libremente su gobierno”. Apuntaba que “ni el actual gobierno argentino ni su antecesor han evidenciado en momento alguno una disposición a fortalecer la seguridad argentina haciendo que sus fuerzas militares y navales tomen parte en las medidas destinadas a la defensa del hemisferio”. Descalificaba el argumento de que las exportaciones beneficiaran a los aliados, señalando que se pagaban a buen precio a la Argentina, y dedicaba el grueso de la respuesta a insistir en que dado que “las Fuerzas Armadas argentinas bajo las presentes condiciones no serán empleadas para contribuir a fortalecer la causa de la seguridad del Nuevo Mundo y, en consecuencia, los intereses de guerra vitales de los Estados Unidos [hacen] imposible al presidente” Roosevelt negociar un acuerdo para suministrar armamento a la Argentina bajo la Ley de Préstamos y Arriendos. Y culminaba con una amenaza, no tan velada. Tras coincidir con Storni en que se acercaba la derrota inexorable del Eje, remarcaba: “En reconocimiento de ese hecho las Naciones Unidas y las asociadas a ellas dedica su atención en una amplia variedad de formas prácticas y constructivas a los problemas de la organización de posguerra. De ahí que la postura del gobierno argentino, al no haber cumplido compromisos interamericanos, ha resultado no solo en la no participación de la defensa del continente en un período sumamente crítico, sino que está privando a la Argentina de participación en los estudios, las discusiones, conferencias y arreglos destinados a resolver los problemas de posguerra”93.
Pero más que el tono conminatorio de la respuesta, lo que provocó la crisis en el gobierno argentino fue la publicación de ambos textos. No es posible determinar qué cálculo tenía Cordell Hull en su respuesta, pero la reacción en Presidencia, posiblemente a iniciativa del coronel González, fue dar a conocer las dos notas, que el 8 de setiembre aparecieron en los diarios porteños. El revuelo sirvió para provocar la salida de los aliadófilos del gabinete. El grupo directivo del GOU se reunió el día siguiente a las 17.00 h, con la presencia de “todos menos González, Mittelbach, Ferrazzano, Ladvocat y Pizales”, que estaban en Casa de Gobierno, manejando desde Presidencia la situación. El grupo, tras debatir a partir del informe de Perón sobre los acontecimientos, resolvió que “si para las 19hs no había renunciado el ministro, una delegación del organismo director se constituiría en el Palacio San Martín y arrojaría del mismo al canciller Storni”. También resolvió detener al secretario de Relaciones Exteriores, Roberto Gache. El acta de la reunión deja constancia que “se discutió sobre la suerte que correría el Sr. Gache y parte de los miembros del GOU eran partidarios de su eliminación física”. En definitiva, se decidió declararlo “exonerado por traición a la patria y confinado a un territorio del sud”. A las 18.30 recibieron una llamada de Mittelbach, “que habló desde la Presidencia” y pidió un plazo mayor, porque estaba presentando sus credenciales el embajador del Perú. Mittelbach aseguró que el ministro Gilbert pediría la renuncia a Storni. En definitiva, no fue necesario ir a “arrojarlo” de la Cancillería, ya que presentó su dimisión esa misma tarde94.
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