Название | El Errante I. El despertar de la discordia |
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Автор произведения | David Gallego Martínez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418230387 |
Para Garrett, toda esa situación era habitual: alguien con demasiada ambición y pocos recursos para progresar contrataba a alguien que asesinara a la competencia y lo ayudara en ello. El nuevo miembro debía de ser el contratista y, si descubría al contratista, quizá podría encontrar al hombre al que pagó para el trabajo. A Gunthar. Y de él obtendría la información que necesitaba. Y luego lo mataría.
Uno de los hombres, cuyo pelo largo y canoso lo denotaba como el mayor de los cinco, había comenzado a hablar. Aunque estaba lejos, Garrett distinguía sus palabras con claridad:
—Hace algunas noches, nuestra gloriosa república sufrió una enorme pérdida: dos de nuestros miembros del Consejo fueron asesinados por obra de un vil asesino. Aún lloramos sus muertes, pero hemos tenido que actuar con rapidez para ocupar sus lugares. No podemos mostrar debilidad en ningún momento ante unos enemigos que esperan una oportunidad para atacarnos. Debemos mantenernos fuertes para dejarles claro que no lograrán vencernos…
—¿Dos consejeros asesinados? —Garrett estaba confuso—. ¿Y cuál de los dos nuevos contrató a Gunthar?
—Parece que al final no va a ser tan fácil…
—Cállate.
—Y ahora, ¿qué?... Parece que vas un paso por detrás, como siempre…
—¿Acaso te importa?
—No, pero tus planes absurdos me divierten...
Mientras, el consejero seguía hablando:
—En mi poder tengo esta carta. En ella están escritas las órdenes que acabaron con los dos anteriores consejeros, y está sellado con el símbolo de la familia real de Orea. Es pronto para sacar conclusiones, querido pueblo, pero, si al final se confirmara que el rey de Orea está tras el ataque, entonces plantaremos batalla a nuestros vecinos cobardes y engreídos del norte. Llevaremos la guerra a sus puertas, acabaremos con el último oreano que se interponga en nuestro camino y le demostraremos a ese rey que no importa cuántos asesinos mande contra nosotros, porque nunca conseguirá debilitarnos.
Siguió con el discurso entre vítores y aplausos, pero Garrett se distrajo con sus pensamientos. La búsqueda de Gunthar se había complicado, y además ahora el Reino de Orea entraba en juego.
—¿Gunthar trabaja para Orea? ¿Desde cuándo? —los pensamientos bullían en su cabeza—. Parece que tendré que viajar para averiguarlo.
Garrett volvió a prestar atención al discurso que aún tenía lugar abajo:
—…y su acto no puede quedar impune, de modo que todo aquel que tenga información sobre el asesino será gratamente recompensado, y recibirá mucho más si además trae con él la cabeza de este criminal sin escrúpulos.
De repente, y casi por instinto, Garrett levantó la cabeza, justo a tiempo de ver situado en el tejado de otro edificio a un arquero soltando la cuerda tensada de su arma en dirección hacia él. Sin apenas tiempo, se vio forzado a maniobrar de forma rápida e imprecisa. La f lecha silbó sobre su cabeza mientras él se dejaba caer del tejado. Unos segundos más tarde y el resultado habría sido muy diferente.
Por desgracia, la precipitación con la que tuvo que esquivar el proyectil no le permitió calcular bien el descenso, de modo que cayó de forma estrepitosa, lo que llamó la atención de los ciudadanos y guardias que estaban cerca de él.
Al darse cuenta del alboroto y del responsable que lo había causado, el miembro del Consejo que hablaba se alarmó.
—¡Es él!, ¡es el asesino! ¡Ha venido a acabar con nosotros! ¡Acabad con él!
De modo que el vil asesino del que hablaban no se trataba de Gunthar. Se referían a él.
—Genial.
Los ciudadanos abandonaron la plaza en desbandada, y los miembros del Consejo se ocultaron en la Asamblea. Por otra parte, los guardias de la plaza empezaron a formar, a la vez que acudían más procedentes de la calle principal, alertados por el revuelo generado. Garrett pronto se vio atrapado entre las alabardas de los guardias que custodiaban las puertas de la Asamblea y las de aquellos que llegaban desde abajo.
—La has hecho buena… Quizá no deberías haber venido…
—¿Tú crees?
Los dos grupos de soldados comenzaban a acercarse el uno al otro despacio y con las armas apuntando al hombre ante ellos. La única opción de huida era descender por la calle principal y buscar la primera vía alternativa que lo condujera hasta la muralla, pero, para ello, debía superar al grupo que ya bloqueaba la bocacalle.
—Esto va a ser divertido…
—No sabes cuánto.
Capítulo 14
—Y con esto, ya está.
Teren se miró al espejo varias veces más, observando la nueva imagen que ofrecía ahora que sus rizos estaban más cortos de lo habitual, y después abandonó la barbería camino del cuartel. A diferencia de otros días a esa misma hora, el mercado y las calles estaban poco transitadas. Las personas debían de estar concentradas en el distrito superior, frente a las puertas de la Asamblea, para escuchar el discurso del Consejo.
También allí era donde estaba desplegada la mayoría de los efectivos de la guardia, de modo que el patio del cuartel tampoco contaba con mucha actividad. Cuando Teren apareció en él, algunos guardias acompañaban a los muñecos de entrenamiento junto a las paredes del patio. Kendra estaba también allí, sudando mientras golpeaba a uno de ellos, y con la coleta rojiza agitándose con cada movimiento. Teren se fijó en que otro de los guardias, uno alto, de musculatura respetable y cabeza casi rapada, había dejado olvidada su rutina de entrenamiento y no le quitaba el ojo de encima a la chica. Se trataba de Darik, un joven que ingresó al cuerpo pocos días antes que Teren y de una edad cercana a la suya, pero cuyos rasgos más avanzados lo hacían parecer mayor.
En cuanto se dio cuenta de que estaba allí, Kendra detuvo la práctica y se acercó al recién aparecido. Teren dejó de fijarse en Darik, por lo que no pudo darse cuenta de que, cuando Kendra se le acercó, hizo un gesto de desaprobación con los labios.
—Vaya, pero si me has hecho caso —dijo Kendra al comprobar la ausencia de mechones en la frente de Teren.
—Estoy listo —contestó él—. ¿Peleamos?
Kendra asintió mientras se pasaba la mano por el sudor de la barbilla. Los dos habían acordado librar otra pelea esa mañana, a modo de revancha. Emplearon espadas de madera para poder ir con todo sin miedo de herir al otro. Y entonces Teren comprobó que Kendra se había contenido en su duelo anterior. Apenas podía seguir la agilidad que mostraba la chica, que marcaba el compás de la pelea. Teren solo pudo ponerse a la defensiva y esperar a que surgiera la ocasión para contraatacar. Pero no solo no surgió, sino que, al esquivar uno de los ataques, la herida de la espalda le recordó su presencia con un intenso escozor. Teren se vio sorprendido por ello, y Kendra aprovechó el momento para acabar la pelea. Teren dio con la espalda en el suelo, igual que en el duelo anterior. Kendra se acercó a él y le tendió una mano, pero Teren la rechazó con un manotazo brusco y se levantó por su propio pie.
—¿Qué ocurre? —empezó ella—, ¿tanto te avergüenza que te gane una mujer?
—Me avergüenza que el cuerpo de la guardia haya aceptado a una vulgar mercenaria como tú.
Kendra arrugó el entrecejo, pero, en lugar de responder, optó por recoger su arma de madera y adentrarse en el cuartel sin ninguna palabra. Teren, por su parte, también recogió el arma, pero solo para poder arrojarla con rabia. Giró sobre sí mismo y la lanzó antes de girar por completo la cabeza, de modo que los ojos no alcanzaron a ver que detrás de él había