Название | El Errante I. El despertar de la discordia |
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Автор произведения | David Gallego Martínez |
Жанр | Языкознание |
Серия | |
Издательство | Языкознание |
Год выпуска | 0 |
isbn | 9788418230387 |
En los ojos de su amigo solo podía ver rabia. Rabia y desesperación. No mentía al decir que no tenía intención de perder. Su amigo le estaba pegando de verdad. Iba a matarlo de verdad.
Melvo vislumbró un brillo de reojo después de uno de los golpes. Comprobó que realmente estaba allí antes del siguiente golpe. Estiró el brazo. La mano. Los dedos. Lo tocó con la yema y lo arrastró hacia el interior de la palma. Realmente era matar o morir, y Melvo no quería morir, así que no le quedó más remedio que recurrir a la otra opción. Piedra detuvo los golpes cuando sintió la carne abrirse bajo sus costillas. Observó el lugar que le empezó a doler de repente, y vio un cuchillo hundido hasta la empuñadura. Se incorporó con torpeza, con los nudillos cubiertos de sangre. Miró hacia Papá Oslo y los demás en la grada, que compartían el gesto de sorpresa. Miró a Melvo una vez más, que se levantaba con un gesto de horror desfigurado por los golpes. Se miró las manos, marcadas con arañazos y cicatrices.
—Voy a salir de aquí —la voz apenas le salió en un susurro de los labios.
Y cayó, sin más, como una piedra arrojada al fondo de un lago.
El silencio se adueñó de la sala. Nadie pujó por él. Es cierto que había vencido, pero quien de verdad era un buen candidato había sido el otro. Era una verdadera lástima que no volviera a respirar nunca más. Al final, uno de los asistentes lo compró por un precio reducido. Compró, y no adoptó, como Melvo descubrió, del mismo modo que descubrió que no todos los que abandonaban el orfanato era porque encontraran un hogar.
Esa misma noche fue llevado a la residencia de su propietario. Lo alojó en una de las cuadras del establo. Durante los días siguientes, lo puso a prueba en diferentes contiendas, pero, tras la pelea con Piedra, Melvo se mostraba retraído y muy distante, lo que provocó que terminara por ser tratado a palos. Hasta los perros de caza recibían mejor trato que él. No hablaba cuando se le preguntaba ni obedecía las órdenes que recibía, por mucho que le pegaran para que lo hiciera. Era una herramienta que no cumplía su cometido, así que, al final, su dueño decidió abandonarlo en el bosque, como la basura que era.
Capítulo 13
—Estuve todo el día en el bosque. Tenía mucha hambre. Por la noche encontré un campamento y vi que tenían comida, así que intenté acercarme sin hacer ruido y coger algo, pero me pillaron. Tuve que correr, y así fue como nos encontramos.
El silencio habló cuando el chico terminó su historia. Garrett se quedó mirándolo, con las palabras del muchacho aún en la cabeza.
—Así que Melvo, ¿eh?
El chico asintió despacio.
—Qué nombre más horroroso, no me gusta nada. Si he de cargar contigo, tendrás que llamarte de otra forma —levantó los ojos, como si se esforzara en pensar en un nombre—. Azael. Te llamarás así. Tanto si te gusta como si no.
El chico levantó la cabeza. Los ojos le brillaban.
—¿Quiere decir… que me aceptas?
—Supongo que sí —Garrett meneó la cabeza—. ¿Estás seguro de que quieres hacer esto? Sabes que, si no estás a la altura, te podrían matar en cualquier momento, ¿verdad?
—No tengo ninguna duda.
—Muy bien. Puedes llamarme Garrett.
Azael dio un respingo y comenzó a retirar el trapo que envolvía el libro que llevaba con él. Desdobló el papel que había sacado de entre las páginas y se lo tendió a Garrett, que lo agarró con curiosidad.
El papel contenía el retrato de una persona de la que solo se veían los ojos, y una recompensa por su entrega ante las autoridades de la República de Rhydos, con o sin vida.
—¿De dónde lo has sacado? —preguntó Garrett con gesto serio.
—Han colocado varios por la ciudad. Escuché a unos hombres decir que vendrían a por ti. Saben dónde estás, así fue como me enteré yo también —el recién bautizado como Azael se mostraba preocupado—. ¿Qué vas a hacer?
—No es la primera vez que ponen precio a mi cabeza, y me temo que no será la última. Gunthar debe de estar detrás de esto —maldijo para sí, y después empezó a pensar en alto—: al asesinar a un miembro del Consejo, ha quedado un cargo libre. Querrán ocuparlo pronto y buscarán al mejor candidato para ello, y probablemente se trate del hombre que contrató a Gunthar para la tarea. Tengo que averiguar quién es.
—¿Cómo?
—Iré mañana a Alveo y descubriré de quién se trata. Tú esperarás aquí.
—Pero todos te buscan.
—Que me busquen no quiere decir que me vayan a encontrar.
Pasaron lo poco que quedaba de la tarde y la noche entera sin salir de la cabaña, acompañados todavía por el sonido de las gotas al caer. Azael se quedó dormido frente a la chimenea, recostado en el suelo. Garrett lo colocó en la cama y lo cubrió con la sábana. Después, se sentó en la silla a observarlo mientras escuchaba cómo amainaba el aguacero. En la mano sostenía la cinta roja.
—Así que esto es lo que vas a hacer…
—Eso parece —resopló—. Ya podría haber traído una cama propia.
Aún era temprano cuando Garrett abrió la puerta de la cabaña la mañana siguiente. Aunque amaneció más tranquila que la tarde anterior, el sol seguía sin conseguir abrirse paso entre unas nubes densas y grisáceas. Echó un último vistazo al interior, hacia la cama, donde Azael dormía abrazado a la almohada.
Tras montar a lomos del caballo, emprendió el camino a Alveo. En el trayecto se cruzó con un campamento improvisado, situado a un lado del camino y ocupado, a juzgar por los cuatro caballos que descansaban cerca, por cuatro personas, de las cuales solo una, un hombre, estaba fuera de las tiendas, sobre un tocón, mientras daba cabezadas con una espada desnuda en el regazo.
En cuanto las murallas de la ciudad estuvieron lo suficientemente cerca, Garrett desmontó y apartó a Resacoso del camino que atravesaba el bosque entre Lignum y Alveo, y ató las riendas a la rama de uno de los árboles. Le sorprendió que la entrada a la ciudad no estuviera vigilada, igual que la poca cantidad de personas que pululaban por las calles, aun cuando no era demasiado temprano como para que la actividad en la ciudad hubiera comenzado.
Se dirigió hacia el distrito superior, a la Asamblea del Consejo, y allí descubrió a una multitud de personas, congregada en la pequeña plaza redonda frente a las puertas de la Asamblea. Las voces sonaban unas sobre otras, generando una cacofonía de conversaciones ininteligibles.
Si bien los edificios de ese distrito destacaban por la riqueza de su construcción frente a las estructuras del resto de la ciudad, la Asamblea contrastaba incluso con ellos. Era una edificación robusta enteramente de mármol, con la fachada adornada por numerosas figuras esculpidas dispuestas en un arco sobre una puerta doble de madera de ébano tan alta como un árbol, y f lanqueada por relieves y estatuas adosadas a la pared.
Agazapado, Garrett observaba la escena desde la seguridad del tejado de una de las casas cercanas a la Asamblea, al otro extremo de la plaza. Escrutó todo el lugar en busca de amenazas y posibles rutas de escape, por si surgía algún contratiempo y la situación se complicaba.
Se había desplegado un amplio efectivo de guardias, tanto a lo largo de la calle principal que recorría el distrito hacia la Asamblea como en la plaza, frente a las puertas y rodeando la misma. Pero nadie había pensado en vigilar los tejados.
«Punto para